martes, 25 de marzo de 2014

Susurros al viento

El estómago grita, siente cosquillas. Las uñas… bueno, ya son restos de un ayer perturbado. Una noche en vela. Reliquias de una aflicción llevada en soledad.


¡Levanta! Y casi no le quedan fuerzas para poner la otra mejilla, y ya total que más dará recibir el bofetón en la misma que ayer, si ya ni siente ni padece.


Pero lo hace. Siente y padece. Quema. Arde colérica. Calla. Guarda silencio. Escucha.

Más se perdió en Cuba.

Pero Cuba le da igual. Ya no es de nadie. De ningún sitio. Tan sólo de los parques, de cualquier barra de un bar en una noche esquiva y eremita.

-          ¡Tabaco, tabaco! –grita desaforada. Un engaño a los sentidos, no será el tabaco lo que  le proporcionará sosiego.

Su cuerpo exige, clama, aúlla.

Y en algún momento del día, de un modo imperceptible, sus manos lo apretarán con aprensión.

-          Por fín…

Susurros al viento, a la brisa que se esfuerzan por sentir sus mejillas. Al aire que ya, ni percibe fresco y liviano. Sutil. Etéreo.  

Vestigios de una vida.

Abandonada en las visiones que le ofrecen las sustancias. Otros ojos, otros oídos. Otras mejillas…

¡Levanta! Se lo repite como un mantra. No sabe de dónde viene esa voz, ese ardor guerrero de batalla. Y cae. Y vuelve a caer. Un, dos, tres…



¡Levanta!