viernes, 23 de mayo de 2014

Nostalgia amarilla.

Estos vientos fríos que mayo ha traído consigo me devuelven a aquellos lugares. Aquellos lugares sin fronteras, sin límites aparentes, sin fin. Un sin fin infinito, valga la redundancia. Así es cómo me enseñaste a ver los días, así es cómo aprendí a ver en las noches. Unas noches, que si bien no eran oscuras, albergaban la serenidad propia de las horas vespertinas.

Desapareciste como llegaste, sin avisar y por sorpresa, con una mirada algo menos perdida y una sonrisa más ancha y cómplice en tu cara. Desapareciste el día menos pensado, siendo tú la última persona con que esperaba tropezar por ese empedrado aquella tarde. Lo tomé como un regalo, y pensaba en el día siguiente, el día que según lo acordado sería la despedida.

Pero llegó el día siguiente y tú ya no estabas. No sabía que cuando me deseaste “suerte” con tu gran sonrisa en realidad me estabas diciendo “hasta luego”.

Un “hasta luego” en que ocultar un “adiós”. Un “adiós” disfrazado de “suerte”.


Cuando lees “El mundo amarillo” hay un antes y un después en muchos sentidos, especialmente al catalogar las relaciones con las personas. Y uno empieza a darse cuenta de que los amarillos no son una invención del autor. Han estado siempre ahí, y aparecen cuando menos te lo esperas, cuando no sabes que los necesitas, y el tiempo justo para dejar un buen poso en ti. Después desaparecen sin previo anuncio, sin hacer mucho ruido, y sin dejar un mal sabor de boca.



La primera vez que te ví no pensé en que serías un amarillo. Eras un simple desconocido con unos ojos bonitos, una mirada perdida, y ese aire de misterio que siempre te ha rodeado.


La primera vez que te ví…

Ha pasado mucho tiempo, ¿eh?

El tiempo jugó un papel clave, como siempre. ¿Te has dado cuenta? El tiempo verdaderamente es nuestro bien más valioso. Y no por esos “poderes curativos” que le atribuyen. No. El tiempo no cura nada, pero nada nada. El tiempo te enseña a manejar las situaciones, a seguir adelante, con fuerza o sin ella. El tiempo nunca juega a nuestro favor, nunca será nuestro aliado, nunca se parará ni las agujas del reloj girarán más despacio.

Y sin embargo, el tiempo nos trae consigo nuevas amistades, y retira aquellas que no nos hacían ningún bien. El tiempo te descubre a las personas, y a ti mismo. Te da una oportunidad de forjar un futuro mejor y olvidar un pasado que ya sucedió y nadie cambiará.


El tiempo es donde se ocultan nuestros mayores logros, el cambio que el mundo necesita. Sólo requiere que recorras el camino, que dejes al tiempo realizar su cometido, aunque cueste, aunque duela, aunque se abran nuevas heridas, aunque “todo”.

La primera vez que te ví nadie te conocía, nadie hablaba contigo, y sin embargo todos hablaban de ti. El mito y el mote tardaron menos de 5 minutos en llegar, ya sabes cómo son estas cosas…

Pasaron dos semanas hasta que tus barreras se desvanecieron al chocarse con la espontaneidad que da una caída en un mal sitio, unas risas a destiempo, y una mirada de complicidad cada vez que nos cruzábamos.


Pasaron dos días más hasta que decidiste deshacer la quimera que giraba en torno a ti y descubrirte como un hombre de mil vidas. Si los gatos tienes 7 tú ya habías vivido 6 al menos. Dejé de hablar de ti para hablar contigo, y comprender que esa paz que transmitías con tu mera presencia se reflejaba también en cada una de tus palabras. Y desenterraste esas ilusiones que el tiempo y las caídas me habían ido arrebatando, y sobretodo me devolviste la confianza, la seguridad, las ganas de querer algo y hacerlo. 


No recordaba haber olvidado todo aquello, y sin embargo en tí descubrí un regalo inmenso, e impagable...

La primera vez que te ví no sabía quién eras. La última vez lo supe: amarillo, un auténtico y genuino amarillo. 



Ahora, tiempo después, no es tristeza lo que siento al recordarte. Ni añoranza, ni melancolía, ni pena. Es nostalgia, una nostalgia dulce, serena, reconfortante. Nostalgia, de color amarillo.