domingo, 15 de enero de 2017

De blanco

De blanco, cubriste cada uno de los recodos de esta ciudad que desde el primer momento se hizo querer. De blanco, cubriendo el gris de las aceras. Ceniza y colillas ocultas tras la hojarasca. Trozos de papel que volaron en el olvido, todo cubierto, limpio, todo blanco.

Apenas se distinguen aún las pisadas que te apresuras a cubrir cada segundo. ¡Qué espectáculo! ¿De qué, de nieve? ¡De vida!

De pronto, al clavar con fuerza el primero de mis pies para evitar la caída siento el nuevo comienzo, el nuevo año en mis pies, la primera nevada del año, mi primera nieve en esta ciudad. No es bella, è veramente bellisima.

Paseo con la precaución que me hace sentir mi zapato cada vez que resbala, parándome más que de costumbre en una ciudad que si algo me ha enseñado es que nunca nos paramos demasiado, nunca llegamos a absorber la belleza de todo, nunca se capta todo en un instante, y cada día está lleno de muchísimas primeras veces que se ocultan tras la mirada acostumbrada que le concedemos a la rutina. 

Y no, no llegamos a captarlo todo, no llegamos a darnos cuenta de todo lo que somos, todo lo que tenemos, y a aquéllos a quienes tenemos. Nunca nos llegamos a preguntar lo bastante el porqué de lo que hacemos, ni llegamos a agradecer lo bastante lo que gratuitamente recibimos cada día. Damos todo por sentado, y nunca nos damos verdadera cuenta de ello.

Un ciao, papino procedente de una niña de unos 6 años me aleja de mis pensamientos y me encandila lo suficiente como para escuchar indiscretamente su conversación y la de los que le rodean. Sus hermanos y compañeros bullen de la emoción y no tardan en formar bolas de nieve, los padres sonríen y tratan de mantenerles quietos mientras comentan, con su característica expresividad, lo bonito y frío que está el día. 


Italia, pensé al principio, es una exageración perpetua en el idioma. El primer día que escuché pedir un bel'caffè (bello café) no pude evitar reírme, la duodécima vez que me dijeron lo bravissima que era en el mismo día dejé de darle valor a aquélla palabra y a utilizarla con menor moderación que antes. Pero, empiezo a pensar que tal vez no sea exageración sino belleza, en todas sus formas.

Pues, ahora sé que no es sólo belleza aquello que encontramos en el arte de Roma, Florencia, o tantísimos lugares que comúnmente se conocen precisamente por esto. Aprendí, creo, el sentido de pedir un bel'caffè con la mayor de las sonrisas, la estética que no sólo emerge en el arte sino también en la vida corriente, en cómo nos hablamos unos a otros, cómo vemos las cosas que nos rodean, y sobretodo, en la predisposición con que cada día dejamos huella en esa acerca cubierta de blanco que se nos presenta.

2017, ¿si no vas con todo, para qué vas?