viernes, 18 de noviembre de 2016

El tiempo

Ya no sé qué es el tiempo sino lo que haces con él, la ironía de vivir una vida en un mes, de perderla en un día, de cambiarla a lo largo de unos años, de que se de la vuelta en un segundo.



Ya no sé qué es el tiempo sino cómo lo quieres vivir, en qué lo quieres emplear y, recalco, muy especialmente cómo. Ya no sé quién era hace dos meses, tan igual y tan distinta. Ya no sé qué es la rutina o si es esto que hoy, día a día, hago y es tan distinto de ayer. Ya no sé qué es la distancia, en la que navegas con lágrimas y risas para darte cuenta de que no existe si no quieres que exista, que el tiempo transcurre y la vida sigue, y pasan muchos años, y unos están aquí contigo y otros están allá, y al final todo se reduce a un instante. Hoy te veo y me pareciera que estuvimos juntos ayer, paseando por aquellos jardines descubriéndonos la vida, lo que queríamos hacer con el tiempo y lo que que esperábamos de él. Esta noche vivo en ese instante, años atrás, donde mis pies pequeños se encontraban entre los tuyos,  recuerdos que nadie me podrá arrebatar por la sencilla razón de que escogimos un "cómo" que no pudiéramos olvidar.

Y ahora háblame de tí:

¿Hiciste lo que querías?

¿Te dio la vida lo que esperabas?

¿Y que le diste tú?

Te diré que yo me cansé de esperar a la vida, de confiar que el tiempo trajera a mi orilla cuanto deseaba, de hablar y hablar...

Hace unos días leí una cita de uno de mis escritores favoritos, uno de ésos que no te emociona por su manera de escribir sino por las historias que narra, mi querido Quoist. Al final de la vida Dios no te preguntará qué soñaste, al final de la vida Dios te preguntará qué hiciste.

Y el tiempo es limitado, e infinito, ¡qué se yo si a veces en un día vives todo un año y en todo un año no vives ni un sólo día!

Ya no sé lo que es el tiempo, a veces tan palpable y otras tan velado, latente... Segundos que te martillean la cabeza y horas que sencillamente salen a volar, sólo un denominador común: nunca vuelven.


Ya no sé qué es la distancia. A veces tan manifiesta, sin duda. Será tal vez la incapacidad de abrazar cuando quieres abrazar, de sentir "ese" beso" cuando más lo necesitas o la mirada que te devuelva la sonrisa. Y otras veces... Otras veces los kilómetros se pierden en el espacio hasta llegar a aquí mismo, y la distancia se esfuma, y no sientes el abrazo pero sí que el corazón te da un vuelco, no sientes la mirada pero sí una brisa que te libera de esas nubes que por dentro estaban descargando la tormenta.

Ya no sé qué es el tiempo ni el espacio. Ya no sé porqué nos empeñamos en marcar tantas diferencias entre nosotros si al final somos lo mismo, buscamos lo mismo, hablamos la misma lengua que no necesariamente requiere de palabras. Hoy, sé que ante la duda, todos sonreímos en un mismo idioma.

Ya no espero que el tiempo me dé nada, la vida... ¡qué se yo! Espero lo inesperado, y no creo que sea esperar poco.

Tal vez algún día profundice sobre eso, sobre esperar lo inesperado, sobre la espontaneidad de la vida y lo maravilloso de esto, sobre el grandioso caos, sobre los castillos que se desploman y los fuertes que tenías alzados y que ni siquiera sabías. Tal vez escriba sobre el asombro, sobre la soberbia de darlo todo por sentado. Tal vez, quizá, como dicen en estas tierras, magari...

sábado, 15 de octubre de 2016

Historietas

Ayer comencé a escribirte, una carta inacabada, historietas de nadie que no aciertan a poner un destinatario, remitente que se emborrona ante el temor del precipicio, de la tardanza, de llegar antes de tiempo, de haber perdido el instante y la destreza, de no saber ni dibujarte con una paleta de colores que no te refleja.

Ayer, entre un estornudo y otro, dejé volar mi mente, al compás de unas canciones que me llevaron hacia tí sin poder tocar tus manos, y aún así, sintiéndote cercano y lejano, la ironía de las almas que se encuentran y aún en la distancia no se alejan, pero se echan de menos.


Historietas de nadie, para nadie, como aquélla canción de Izal que aquí nadie conoce. Rescatando aquél cliché en que te dije que vivíamos, del que huí y al que hoy regreso. Historietas, a fin de cuentas. Casualidades tejidas bajo el hilo de una esperanza, ilusiones y desengaños nacidos tras unos bailes que no fueron pensados, conversaciones superficiales a la espera de una señal de complicidad que indique la ausencia de peligro. Ahora, baja la guardia, amarra la flota. 

Y dejarte ser, y dejar ser...

- Non so la parola en italiano, voglio enviare una carta.- me sorprendo diciéndole a un hombre en el Tabacchi más cercano que encuentro.

- Francobollo.

- Allora, un francobollo, per favore.- respondo.

Lo pego con cuidado, con la atención de quien encaja la última pieza del puzzle, fijándome bien en que los bordes sean estrictamente paralelos al borde del sobre. Camino en búsqueda de un buzón, un triste buzón en el que echar mi carta, parece que hoy se escondieron de mí. Al regresar a casa la carta con su francobollo vuelve al cajón. Y pasan los días, y con ellos decenas de hojas, cuadernos, bolis, post-its... Papeluchos sin sentido que se amontonan sobre la carta, dando paso al olvido, a la tardanza. Una vez más, jugando al escondite con el tiempo con la ingenuidad del que cree que le ganará la partida. 



Historietas, a fin de cuentas, eran sólo historietas.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Lontano

Fuera hace una temperatura estupenda, nadie diría que hace un par de días me preguntaba si debería ya sacar el abrigo. Y salgo al balcón a escribir, a escuchar música, a dejarme envolver por esta atmósfera de serenidad que trae una noche llegada antes de tiempo. Es extraña esta paz, esta oscuridad que apremia a la noche, estos días que amanecen temprano y se apagan antes de que te des cuenta siquiera de que ya los has vivido, y no volverán.



No escucho un rasgueo de guitarra, tampoco a algún vecinito practicando con la flauta ni nada por el estilo, sino que por primera vez desde que llegué escucho un piano, que a veces torpe se detiene en su melodía y vuelve a comenzar, y una voz que acompaña, que se calla, que comienza de nuevo. Y yo aquí, espectadora de un concierto al que no fui invitada, tan sólo gozando de vivir en Italia, de una noche en la terraza, un piano en la distancia, y mil pensamientos que acuden a mi mente. 

Vienen de lejos, de cerca, emociones encontradas, una veintena de recién creados recuerdos que no quiero borrar, ilusiones renacidas, observando como algunas de ellas se asoman prudentes viendo por primera vez la luz. Un paisaje inesperado, unos pies que me han guiado donde nunca llegué a imaginar, un idioma que desconozco e invento, unas palabras que están por llegar y llevarme lejos, lejos. Lontano...

Quiero contarte una historia, y que te rías hasta llorar, que vivas esto que he sentido y hoy siento a través de mi mirada. Quiero decirte que no es fácil, pero tampoco difícil. Que es diferente, y asombroso al mismo tiempo mirar por primera vez desde una ventana de avión aquélla ciudad con la que tantos meses has soñado y que hoy has hecho tuya, y comprender que todo es pequeño, que somos pequeños, que tú a pesar de todo, eres una pequeña motita que apenas se avista desde esta perspectiva, y que me he ido lejos para terminar por descubrir que no eres fácil, tampoco difícil, tan sólo diferente.

lunes, 29 de agosto de 2016

Hic sunt dracones

Tengo el plan menos pensado jamás, el plan de los planes inexistentes. La decisión de dejar ir y venir, de hablar y no hablar, de querer y hacerlo bien sin mirar más allá, sin esperar el aplauso. ¿Qué mérito habría sino? El plan de no tener plan, de trazar cuatro puntos, atarme los cordones bien fuerte y dar el primer paso, y ante la duda siempre hacia adelante. De seguir huellas y dejar otras a mi paso, de andar caminos que un día te quiero contar y quien sabe, tal vez mostrar.

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Tengo el plan más osado jamás, y no puedo contar con tu espada, ni con tu arco, ni con tu hacha, porque esto que debo hacer es cosa mía y de nadie más. Y, tengo la sensación de que encontraré dragones, pero quiero inventarme un plan sobre la marcha, y si no funciona me crearé otro, y no rendirme hasta encontrarme, encontrarle, y encontrarte. 

Tengo una intuición, la misma que me ilusiona y me asusta, y a que a pesar de los pesares me dice que siguiendo tus huellas llegaré a buen puerto.

Quiero perderme en ese mapa que me he estudiado ya cien mil veces, y sé que aunque no quiera inevitablemente lo haré, igual que me perdí en las palabras, me enredé en tu conversación y me sonrojé al darme cuenta. 


Tengo la intención de pisar con cuidado y no romper tu iceberg, de ver más allá de lo que ese brillo de la superficie deja ver y dejarme de suposiciones para pasar a tocar la realidad. Entrar de puntillas, y saborear cada pequeño instante. Emborracharme de los detalles, y quedarme con lo esencial, aquello que como dice el Principito es invisible a los ojos. 


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Quiero pisar mis sueños, manchar de barro mis zapatos y caminar por senderos jamás pensados. Quiero cruzar más esquinas, más pasos de cebra, más puentes, quiero tropezar más veces en el camino siempre que eso signifique que estoy más cerca de mi destino. Quiero desandar unos cuantos pasos, recordar ese brillo de luna con que observabas todo al pasear, hacer memoria y armarme de coraje, coger mis bártulos y caminar más, caminar menos. Detenerme y correr. Cerrar los ojos para después abrirlos. Dejar pasar los días sin ser una mera espectadora y regresar para encontrarte, cruzar mis pasos con los tuyos, girar sobre mis talones con el mayor de los aciertos y que sigas estando ahí para cogerme de nuevo de la mano.

Tengo, después de todo, la esperanza de no haber bailado el último baile.

Quiero vivir, paladeando cada matiz de la cercanía y la distancia, bebiéndome las lágrimas que sin duda aflorarán, sintiendo una derrota que más tarde me dará nuevas alas, confundiendo las palabras pero no este sinvivir en que si quieres con tan sólo un ademán sabes que puedes dejarme. Un sinvivir que es un decir. Nunca podría pensar lo contrario cuando lo que me has traído ha sido un motivo, el plan de planes, una sonrisa que no conocía capaz de atrapar y derrochar tanta alegría, ésa que hoy me invade cuando sin esperarte te cruzas con tus andares en mi paso dejándome con ganas de más y mejor.

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Más y mejor, siguiendo esos pasos que tan lejos me llevan, lugares donde pueda encontrarme aquella antigua inscripción cartográfica "Hic sunt dracones" y enfrentarme a ellos. Más, pero sobretodo mejor, sobretodo tirar hacia arriba para abandonar la propia mediocridad y comodidad, sobretodo tener miedo a los dragones, tampoco hay que ser imprudentes, pero sin dejar que eso nos detenga. 

jueves, 25 de agosto de 2016

Ver en la oscuridad



Al fin llegaba el día, la primera de las tres noches en que miles de deseos serían lanzados al cielo para ser recogidos por las Perseidas. Pero no contábamos con el viento, no esperábamos un verano en que el viento predominante fuera el levante dejando tras de si remolinos de arena que imposibilitaban el acceso a la playa, a los paseos, a tirarse en la toalla a leer bajo el sol o salir tranquilamente del mar y dejarse secar en la orilla sin sentir las bofetadas de arena en el cuerpo. 

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Se fue la primera noche y llegó la segunda, camino por el Paseo Marítimo de Cádiz y no puedo evitar detenerme a contemplar la inmensidad de la mar que entonces se ve tan oscura, y perderme buscando la línea del horizonte, y el reflejo de la luna llena en una infinidad en calma, como si estuviera bañándose plácidamente, como si fuera feliz. Una luna feliz, suena bien, creo que podría quedarme aquí durante horas. El resto de mis amigos se detiene también y terminamos por sentarnos en esa pequeña barrera de piedra que separa la ciudad de la playa. Tacita de plata, hoy la luna se baña en tu mar. Otra fuerte bofetada de viento me anima a arrimarme más hacia dentro y no soltar las manos, el viento en un descuido podría hacerme caer sobre las piedras. 

- Me encantaría poder hacer una foto que captara este momento.
- Prueba a ver.- dice uno.

Pero no lo hago, sé que sería una pérdida de tiempo. Esta noche no hay ni un segundo que quisiera desperdiciar.

En el cielo desnudo intuyo que ya deben haber pasado al menos tres estrellas fugaces que por la contaminación lumínica no hemos percibido, pero sé que están ahí, sé que muchas personas llenas de esperanza están pidiendo deseos grandes y nobles que hoy sobrevuelan en la noche de aquí y allá, entre ráfagas de luz que no puedo ver. 

Permanecemos en silencio, lo cierto es que durante más de 15 minutos ninguno de nosotros abre la boca, no despegamos la mirada del cielo, del mar, y esa difusa línea del horizonte que no termino de distinguir. Y de pronto me vuelvo pequeñita, y la luna engulle con ganas mis dudas, mis preocupaciones y mis miedos. De pronto el viento sopla de nuevo con fuerza y nos devuelve a la realidad, a bajarnos de allí y retomar el camino a casa, a despertarnos mañana y agarrar con fuerza lo que el día nos depare, a mirar con ilusión todo lo que aún nos queda por delante y a buscar constantemente la luz en la oscuridad. 

Al llegar a casa abro el cuaderno que compré nada más llegar y dibujo una línea recta algo más arriba del centro de la hoja, y una esfera casi perfecta, y en mi mente, contemplando la más absoluta imperfección que habréis podido ver jamás en un dibujo yo veo una foto, el recuerdo de unas Perseidas ocultas y una luna feliz bañándose en Cádiz, un viento feroz revolviéndolo todo y un silencio capaz de escribir cien libros.


Vivir, ya lo dice el maestro Xoel López, vivir es aprender a ver en la oscuridad. 

lunes, 25 de julio de 2016

El último baile



Hace unos días se me juntaron ocho días en uno, y mientras iba apagando un fuego tras otro terminé por descansar en la sala de urgencias a la espera de que le llegara el turno de consulta a mi acompañante. Los minutos se iban sucediendo y mientras, en el canal 24h, imágenes de Múnich y de un Donald Trump con aire triunfal entretenían a la gente en su espera. Llevaba ya 40 minutos ahí y nada me distraía, daba mil vueltas a todo en la cabeza buscando respuestas, tropezando con más preguntas y notando como la preocupación estaba al acecho de encontrar una rendija por la que colarse y despertar en mí el pánico. 


No era en absoluto el pánico provocado por el crimen de Múnich, o el de Niza, o el de Bruselas, o París, o tantos otros que cada día se suceden en Siria y en otros países que al quedar tan lejos del nuestro no tomamos tan en cuenta pero cuyo sufrimiento es igual o incluso mayor. Enfrente de mí un hombre se tumba en posición fetal con una marcada expresión de dolor en el rostro, tiene un cólico que le ha borrado la sonrisa de la cara. Más de una veintena de ancianos con bastón miran nerviosos aquí y allá temerosos de no llegar a escuchar su nombre cuando suene por el altavoz y perder su turno, caras de incertidumbre y miedo me rodean. 
Es una sala de urgencias, a todos les ha pasado algo, y hay muchos que se temen una mala noticia.

No es el miedo de Múnich, claro que no. Aquéllo fue algo antinatural, un acto directo contras los hombres, una bala que no sólo alcanza el corazón de la víctima sino también de sus allegados. Y eso duele, si aquello que es natural nos duele no puedo imaginar algo cuyo envoltorio lleve el color de la crueldad más extrema. Pero a mi alrededor yo tenía otro tipo de espinas, algunas debían ser muy profundas, sangrantes, cuya hemorragia uno nunca sabe cuando va a dejar de frenar y si llegara el día en que no sólo no se reabran viejas heridas sino que dejen de crearse nuevas. Hay noches que es una pregunta constante en mi cabeza, que debo esforzarme por hallar la rosa que posee la espina, lo que da valor y sentido a la herida, la señal de que amor y dolor van de la mano, porque sin amor no puede haber dolor, y el dolor sin amor es difícil sobrellevarlo.



Hace días que trato de escribir, sin llegar a encontrar en mis líneas ninguna historia inspiradora que contar, tan sólo esbozos del sentimiento que me embarga cuando pienso en las víctimas del terrorismo y en su último baile, aquél que danzaron en Niza en una noche festiva sin atisbo de la sombra que instantes después les arrasaría. Llevo dos noches teniendo un mismo sueño, el de una niña con vestido blanco dando vueltas sobre sus talones en el Paseo de los Ingleses mientras su padre de la mano le hace girar. Veo el horror en su cara en lo que parece ser el camión que en mi sueño no se llega a visualizar, y entonces ahí siempre despierto. Empapada en sudor con la mirada de esa niña aún clavada en mi mente ignorando cuál fue su destino. 

Hace días que salgo a pasear cuando cae la noche a la espera de encontrar así la mejor manera de apreciar las espinas, las rosas, y tomar las riendas. De buscar algo de paz y ser consciente de que hoy puedo caminar, correr, charlar, escuchar... Que hoy estoy viva, y aún recuerdo mi último baile, y que tengo la ilusión de que aún resten muchos más en el camino. Días en que echo la vista atrás y no entiendo cómo he podido salir adelante de tal o cual situación, de verdad que no hay explicación lógica, porque a veces no hay lógica en la vida, a veces hay que darlo todo y esperar, comprender que no siempre podremos tener las cosas bajo control. A veces se recibe lo bueno cuando ni siquiera lo mereces o esperas, y otras veces no.


Desde el atentado en Bruselas me detengo más a contemplar los rasgos musulmanes de aquéllos que encuentro en mi camino y pienso en la injusticia que sus compatriotas les han causado, pues sin pretenderlo se han convertido en un foco de temor que no tendrían por qué ser. Quien sabe, tal vez entre ellos se encuentre un yihadista maquinando el próximo ataque, pero algo me dice que no, algo me anima a respirar con calma cuando presencio algo ligeramente fuera de la rutina, algo me dice que no es valiente el que nunca tiene miedo sino el que lo afronta, que no pienso dejar que esto me condicione y me llene de pánico al entrar en aeropuertos o estaciones. Que la manera más rápida de perder esta guerra es precisamente actuando bajo los mandatos del miedo. 

Nos podrán quitar mucho pero la libertad de pensar y de escoger cómo actuar la tenemos y tendremos en todo momento



Que las puntillas de mis pies aún no han terminado de girar y deben seguir haciéndolo, dando vueltas sin parar, haciendo aquello para lo que el hombre ha sido creado cuando se le introdujo en una sociedad: amar. Que se lo debemos, nos lo debemos, y hoy más que nunca tenemos la responsabilidad de hacerlo real.

martes, 5 de julio de 2016

Turnedo (Entre líneas IV)





Tormentón de verano. El autocorrector me dice que es tormentín, vaya tontería, me digo. ¿Por qué tormentín pero no tormentón?

¿Y por qué cuestionas todo? Me dices. Tienes razón. ¿Por qué? Y no encuentro la respuesta, tan sólo la intuición de que hay preguntas que se formulan mucho antes de encontrar la respuesta por algún sabio motivo. Y de que hay respuestas, las más importantes, que antes de desvelarse exigen construcción, de abajo a arriba, sentando bien las bases, escogiendo bien los materiales y trabajando con esfuerzo el ladrillo, cementando los pilares y dando luz al interior.


Otro trueno. ¡Rayos! ¡Qué fuerte llueve! Y yo aquí te espero, aunque creía que no lo hacía compruebo que mis pies no han cedido, que no atienden a razones, que tal vez conozcan motivos que aún no me han querido contar. Y, desprovista de paraguas siento las gotas caer, una tras otra sobre mi pelo, a la espera de ver una señal clara, muy clara y directa, descarada y sin disfraz. En realidad, tanteo aquí y allá a ver si logro desatar la careta y desnudar la señal, ponerla frente a mí y estudiarla con detalle, bajo una luz de verdad, sin adornos ni pasos en falso. Groseramente manifiesta. Pros y contras, la batalla final, e inesperadamente compruebo como hay contras que desde otra perspectiva comienzan a mutar. 

Suena Turnedo y callo. Vacío mi mente y sólo escucho, queriendo detener el instante, este preciso conjunto de segundos en que la lluvia golpea sin cesar el alféizar y las notas de Iván Ferreiro van acariciando la habitación. Hay momentos en que me resulta fácil convencerme de que existe una perfecta imperfección que es lo que da sentido a todo. Éste es ese momento.


Nunca se me dio demasiado bien adivinar, en realidad ni demasiado, ni mucho, ni poco. Nunca acertaba el número que pensaba el compañero, ni los mensajes que me hacían con señas, y rara vez estaba cien por cien segura de cuando un "si" en realidad quería decir "no".  Nunca di un paso sin ver antes el camino, hasta que comprendí que hay caminos que no se ven si no das el primer paso, y que uno tras otro irán esbozando débilmente el sendero que en tu plan inicial no pudiste ver, hasta que un día mires atrás y compruebes todo el camino recorrido... y todo lo que está por llegar.

Termina la canción y deslizo mi dedo hasta lograr que la bolita vuelva al inicio y escucharla de nuevo, pero ya nada es igual. Al otro lado de la ventana sigue el incesante brinco de las gotas en los charcos que no han tardado en formarse en la acera, e Iván vuelve a dejar que su voz se desgarre en cada verso, pero ya nada es igual. Hay cosas que no se deben forzar.

Tormentín... Definitivamente el autocorrector no tiene ni idea. Y me apresuro a cerrar la ventana que habiendo dejado entreabierta se ha abierto de par en par hasta desparramar todos los papeles que hay encima de la mesa. ¿Qué hacen aquí todos estos papeles? ¿Qué hacen tus pies aún en la espera? ¿Y tus manos sin trabajar? ¿Y esa pared a medio hacer? Y aún pretendes que aprenda a hablarte con gestos si hay momentos que no entiendo ni mi letra, ni mis gestos, ni mucho menos mis pensamientos. No era un tormentín, ni mucho menos. Era un tormentón de verano, de esos que llegan como agua de mayo, que iluminan tus ojos a medida que se escucha llegar, y que al derramarse en miles de gotas libera una extraña sensación de paz. Porque después de la tormenta, dure lo que dure, siempre sale el sol.

Y ahí están, sé que han temblado al dar el primer paso, y el segundo, y el tercero. Que aún no está claro el camino, que van esperando el momento para dejar la siguiente huella, bien marcada y sin disfraces, eso está claro. Que no atienden a señales más que a alguna de tráfico y sólo si es muy evidente. Que aguantarán la lluvia, la nieve, el viento, y el calor, y esperarán con cada verano la llegada del tormentón.


Ya se calla, tan sólo se escucha un tenue viento, y al abrir de nuevo la ventana me dejo embriagar por el olor a lluvia que ha impregnado toda la calle. Se calla y callo yo. Es otro instante, otro segundo en que mis cinco sentidos se ponen de acuerdo: hay tormentas bellas, a pesar de todo, hay tormentas muy bellas.

jueves, 23 de junio de 2016

Dos instantes

Mírate, paseando nervioso sin reparar en nada, recorriendo con los ojos cada recoveco para huir de un vacío que hoy te inunda. Oídos sordos a mi voz que te llama. Metes las manos en los bolsillos de esos vaqueros largos que siempre me gustaron.  Y, al fin, descansas tus pies en un mismo sitio sin cesar en una búsqueda que desde el primer momento está abocada al fracaso. Hace tiempo que tus ojos se olvidaron de mirar.



Me detengo un instante antes de ir hacia tí, y sé que si dejo pasar dos instantes tomaré las escaleras hacia abajo que es dónde se supone que debía estar hace ya un rato. Y avanzo, sin quitarte la mirada voy perdiéndote en el desnivel sabiendo que tú eres el motivo de que ayer, me faltaran los motivos y me sobraran los "peros".

Llego a la planta baja en lo que parece ser un aterrizaje forzoso, todavía desde aquí puedo verte y percibir tu inquietud, y como te peleas con el móvil a la espera de algo o alguien que no llega. 

Y te vas.

También de pronto mi respiración se desboca, la adrenalina se dispara y me maldigo por haber dejado que dos instantes me separaran de tí. Esos pájaros en la cabeza pronto empiezan a volar, también me ciegan del entorno volviéndome sorda y lenta. Y mi mente contempla una decena de escenarios posibles de haber ido yo a tu encuentro. Y me dejo llevar, volar en un mundo que ni siquiera existe, detener instantes que no he dejado existir por la cobardía de haber puesto entre medias uno de más. 


miércoles, 15 de junio de 2016

Utopía





La RAE recoge dos definiciones para explicar lo que es utopía.

1) Planproyectodoctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización

2) Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.

Para mí utopía es un libro, es Tomás Moro, y es una película. 



Recuerdo la primera vez que escuché esta palabra, fue en la película "Por siempre jamás" y ahora siempre que la escucho vuelvo a aquel instante, a aquella película que me encantaba cuando era niña. Venía a ser una versión con "personas de verdad" (como a mí me gustaba decir a todo aquello que no fueran dibujos) de la Cenicienta, en que la protagonista tenía especial cariño al libro de Utopía escrito por Tomás Moro y que le leía su madre cuando era pequeña. Era, básicamente, el libro en que Cenicienta (que aquí se llamaba Danielle) apoyaba toda su causa, una lucha incansable contra la injusticia. 

Hace unos días eché tarde y noche con una amiga en un McDonalds de Madrid, y nos dejamos llevar durante horas mientras nos tomábamos nuestro combo de hamburguesa, patatas y refresco, por una conversación que había empezado sobre un tema banal y terminó por ser toda una discusión filosófica sobre la vida, la sociedad actual, lo que vemos a nuestro alrededor, y lo que nos gustaría que fuera. 

Hablamos de política, y de lo poco que nos gusta porque a día de hoy son pocos los políticos que la ejercen por vocación de servicio y más por fama, reconocimiento, o dinero. Hablamos de las próximas elecciones; de los próximos años, de lo que queríamos hacer con nuestra vida y de todo lo que aún no veíamos claro. Hablamos de extremos, y del daño que se hace, del fanatismo que sin mala intención se lleva por delante a sus opuestos. 

Quiero pensar, que sin mala intención. 


Hablamos de nuestras propias convicciones personales, analizando si de alguna manera con cualquiera de nuestros actos pudiéramos haber faltado al respeto a alguna persona, ser intolerante, o herir. A veces hablar de esto está bien, porque no todos somos conscientes de la misma manera, o la sensibilidad de cada uno es diferente para apreciar que una determinada expresión nuestra ha podido faltar al respeto de otro sin tener la intención.

Cada día, aquí y allá, estamos en compañía de alguien. Tenemos que convivir unos con otros, conocidos, desconocidos, amigos, pareja, familia... Ninguno es igual, de hecho quiero reiterar esta afirmación: no hay dos personas iguales. 

Hay semejantes, unos comparten contigo tu carrera, tus estudios, un pasado de campamentos, el gusto por un buen restaurante y la pasión por las convenciones frikis. Otros comparten contigo una meta, un proyecto común, o el objetivo diario de salir a correr por las mañanas y ponerse en forma. Compartimos en mayor o menor profundidad parcelas de nuestra vida. Con algunos la afinidad es mayor, con otros es menor. Las convicciones personales, la misma fe, el mismo modo de entender la propia vida. Algunos comparten doctrina en algún tema jurídico como puede ser la cadena perpetua, otros formarán parte del "otro sector de la doctrina" que siempre existe. Porque siempre habrá dos caras en la moneda. 

Somos diferentes, pensamos diferente, y eso está bien. 


Unos son más amables que otros, más cariñosos, o más divertidos. Otros carecen de empatía, pero están llenos de buenas intenciones aunque nunca logren entender nada. Los hay muy responsables, y otros más temerarios, con más facilidad para ciencias, para letras, para el arte... Somos muy distintos todos, y por eso entre otras cosas tenemos la necesidad de hablar, de expresarnos, de dar a conocer nuestra postura acerca de algo y motivarla. No debemos olvidar nunca que la otra persona, por muy empática que sea, no es adivina. Tú eres tú, pero solamente tú puedes serlo y estar en tu cabeza, la otra persona no.


Algo así vino a ser nuestra conversación. Al terminar le dije que lo suyo sería vivir en una utopía. Algo que según la RAE es de muy difícil realización pero que, de acuerdo con su segunda definición, posee características favorecedoras para el ser humano.


No entiendo muy bien por qué he terminado por escribir esto. Pero hoy, al leer la noticia del asalto a la capilla de la universidad no me invadió la indignación que sentía otras veces cuando veía que esto pasaba en la Complutense. Esta vez tocaba más cerca, esta vez comprendía más. Esta vez, dolía. Y me vino a la mente la palabra "utopía", que tal y como dice la RAE sigue siendo una "representación imaginativa", porque eso es lo que es. 

Y me dio pena, me dio bastante pena pensar que pueda haber gente que sea una distopía, algo que se define como una "sociedad ficticia con características indeseables", definición a la que indudablemente hacen honor. 

Podemos ser diferentes, pensar completamente distinto, afrontar la vida de modos opuestos y rezar a un Dios distinto o a ninguno. Y se puede hacer, sin caer en la distopía. Se puede hacer, porque en la pequeña parcela de mi existencia lo he podido descubrir, y rodearme de gente muy parecida a mí y también muy diferente, y reír, y hablar hasta altas horas de la madrugada, y salir a correr por la mañanas y tomarte una cerveza un jueves por la tarde. 


Se puede hacer cuando te explicas con libertad, cuando la otra persona lo respeta, y cuando tú la respetas. Puedes estar en contra, obviamente, de hecho lo estarás muchas veces, muchísimas, ¿pero es necesario perjudicar al otro para reivindicar una postura?

Siempre he escuchado que mi libertad termina donde empieza la del otro. A los que profanasteis la capilla universitaria, simplemente quería preguntaros cómo podéis reclamar una libertad cuando ni siquiera respetáis la del otro. Y, la vuestra, terminaba en la puerta de esa capilla. 

viernes, 3 de junio de 2016

Etiquetas fallidas

Hacía bastantes semanas que no me perdía por el subterráneo de Madrid. Meses, quizá. No hablo de perderme en el sentido de no encontrar cómo llegar a algún sitio, sino de dejar pasar los minutos ahí  abajo, indiferente al ruido, las conversaciones, el "tenga cuidado de no introducir el pie entre coche y andén", dejándome ir entre las páginas de un libro. Siempre he pensado que uno de los mejores sitios para leer, cuando no te tocan dos cotorras al lado, es el Metro. No entiendo bien porqué, pero sé que no puedo atribuirme este descubrimiento. Se requiere un trayecto medio-largo para crear esa atmósfera en la que uno logra abstraerse de todo y entrar de lleno en la historia que lee y llevarse consigo a todo y a todos los que tiene a su alrededor. 

En el Metro hay mucha gente y muy variopinta, es un vistazo rápido a Madrid, a quién lo habita y cómo viven, cómo vivimos, cómo salimos, comemos, compramos, leemos...

En el Metro se puede aprender mucho, la verdad. Da tiempo de todo, puedes leer, contestar mensajes, reflexionar un poco, y librar batallas internas cada vez que entra un pobre pidiendo dinero en el vagón tratando de descifrar si forma parte o no de una mafia. En el Metro se puede aprender mucho simplemente contemplando ese fragmento de vida que compartimos día tras día entre desconocidos. Hoy, cuando he visto entrar a la séptima persona pidiendo dinero en el vagón, me he dado cuenta de que hacía demasiado tiempo que no venía por aquí "abajo" y que eso no estaba bien, terminas olvidándote de un punto muy clave y muy presente en la sociedad sencillamente porque dejas de verlo.



Hoy, además, entre esas siete personas que han entrado pidiendo ayuda de una manera u otra, has aparecido tú, y has aparecido entre ellas. Probablemente sea la tercera vez que nos veamos, ¿no crees? Al menos es la tercera vez que me fijo en tí. Pueden acusarme (y me acusan) de despistada y de poco observadora, pero aún con todo siempre suelo recordar una cara, no podré decir el color de tus ojos, ni si tu pelo es castaño oscuro o negro, si tienes una nariz de tal o cual manera, los dientes más o menos torcidos y una camiseta blanca. Probablemente no pueda decirlo ni a los dos minutos después de haberte visto porque no me habré fijado, sin embargo, aún con todo, te seguiré reconociendo cada vez que nos crucemos. 

Hoy sí que reparo en cómo vistes, porque de entrada me llama la atención cuando dices unas pocas palabras ante el vagón y te pones a tocar la guitarra. No guardas el aspecto habitual de quien pide ayuda en el Metro. Hoy llevas una camisa azul bien limpia y planchada, unas bermudas marrones y unos zapatos. Tocas la guitarra extraordinariamente bien, elevándola sobre tu pecho más de lo común, con un rasgueo que no cesa, muy rápido y sentido, y al cabo de unos segundos empiezas cantar. No cantas mal, tampoco fenomenal, pero sí que tengo la impresión de que las cinco cuerdas de tu guitarra no conocerán mejor compañero que tu voz, cuentan una historia, y si alguien puede hacerlo sin perder un ápice de autenticidad son tu voz y tu guitarra. Llegamos a Príncipe de Vergara y observo como un hombre con un acordeón decide esperar al próximo tren, pero tú no lo percibes, ajeno a las miradas y a las paradas, fijando la vista tan sólo en los trastes por los que tus dedos se van deslizando. Y mientras, el rasgueo de la otra mano no cesa. 

Vuelvo a mirarte, tú no serás de una mafia, de eso no hay duda. Mi pregunta es si será tú el mafioso pues no pareces necesitar dinero, y sin embargo estás aquí, cuando por tu manera de vestir lo propio sería que estuvieras en un Starbucks con tu Mac. Y otra vez, otra vez lo he vuelto a hacer, he vuelto a etiquetar...

Etiquetamos constantemente, y nos etiquetan también. Por tu simple forma de vestir ya se te cataloga dentro de una determinada tribu urbana, a esa tribu urbana se le asocia un comportamiento y una forma de ser determinada. Si tienes pinta de graciosillo no te tomarán en serio, si tienes pinta de serio la gente se preguntará si puede reírse con tus bromas. Nadie pensará que tras esa rata de biblioteca se esconde una experta en batir récords comiendo perritos, que tras esa camisa de Lacoste lo que hay es un voluntario diario en los comedores sociales, y nadie se te acercará a pedirte una firma por las obras de tal orfanato si en tu brazo tienes más tatuajes que quien conduce una Harley y fulmina con la mirada a quien se acerca. Es así.



Para los demás, somos una etiqueta, y se nos trata de acuerdo con ella. 

Por eso caminamos en arenas movedizas cuando no vemos más allá. Por eso hay aún quien se sorprende que bajo las críticas feroces en Twitter de una cuenta se esconda un pardillo a quien a simple vista no vemos capaz ni de matar una mosca. Y sin embargo, bajo el anonimato, sin su etiqueta, es capaz de echar a los leones sin miramiento alguno a cualquiera. 

Por eso aún nos sorprendemos cuando entre una persona y su Facebook no existe apenas ninguna similitud. Ayer me lo decía una amiga, me estaba hablando de una compañera suya que había conocido, una chica muy simpática, que se había portado fenomenal con ella y "todo fenomenal", pero al agregarla en Facebook y ver sus fotos pensó al instante que esa amistad no pegaba ni con cola. 

- Es una niña pija, pero de las tontas, de las malcriadas. ¿Y de qué va con esas fotos?- me dices. 

Hace dos minutos era una compañera ideal, ahora es una niña pija que por las fotos que decide mostrar al público sobre su vida (o la vida que quiere, esto nunca lo sabremos) va a ser tratada de un modo distinto, al menos al principio. Entra en escena quién es y qué imagen se percibe de ella, qué vida lleva y cuál quiere aparentar llevar, cómo parece tratar las cosas y cómo las trata en realidad. Y esto nos pasa a todos, y más veces de las que quisiéramos reconocer. Nos guiamos por las apariencias, porque las asimilamos a un reflejo de la vida, que entre la etiqueta y la esencia existe una coherencia. Pensamos eso, aun cuando hoy por hoy ya hay más lugar para la excepción que para la regla. Rara vez nos aventuramos a dejar atrás la etiqueta y conocer a la persona. Y es en esas raras ocasiones donde se forjan las relaciones de verdad, las amistades de verdad.

Terminas la última de las tres canciones que has cantado y te dispones a salir del vagón. Sonríes con la mirada cuando la gente te da dinero, y siento como nuestras miradas se cruzan y me reconoces. Sí, soy la chica que estuvo ayer esperando contigo el autobús diez minutos y a la que preguntaste la hora, la chica a la que cediste el último de los asientos y diste sin querer con tu libro cuando en un frenazo no pudiste controlar la trayectoria de tu brazo directa hacia mi codo. Soy la chica a la que pediste perdón, tres veces, y eso que el golpe había sido mínimo. La que se bajó contigo, y que caminó contigo en la misma dirección hasta llegar a su destino. De la que te despediste con la mirada en la esquina. La misma que te había etiquetado, y que nunca habría pensado que tú estarías al día siguiente tocando tu guitarra en el Metro pidiendo dinero. Está claro que no hay etiqueta que valga contigo, que he visto la cara y la cruz de tu historia y seguro que escondes muchas cosas más. Ya no eres un "niño bien" porque te he visto en el Metro. Tampoco eres un "pobre" porque te he visto bien vestido en el autobús leyendo a Pérez Reverte. ¿Quién eres? 



En el Metro se aprenden muchas cosas, y a la vez nada. Vemos la obra pero no lo que sucede entre bastidores, la apariencia y sin reparar en la esencia. Aprendes, entre otras, que todos a la vez somos y no somos el "pobre" de Lacoste que lee a Pérez Reverte.

martes, 31 de mayo de 2016

Pájaros en la cabeza I

Hace tiempo que te vengo buscando, evitando, escribiendo y borrando. Hace tiempo que cierro los ojos al recorrer determinadas sendas para luego querer volver con todos los sentidos puestos y bien prestos a grabar en mi mente todos y cada uno de los detalles, ésos que hoy echo en falta. 

Hace tiempo que te vengo soñando, pero también barriendo de mis sueños cuando sin aviso y sin permiso te cuelas en ellos y desbarajustas todo. Hace tiempo que comienzo cosas que nunca termino, que escribo cuadernos sin llegar al final, que me preparo para "todo" y me quedo en un mediocre "casi todo" que viene a ser lo mismo que casi nada. Porque a veces, por mucho que hagas, si no terminas la tarea es como si no hubieras hecho nada. De nada sirve estudiarte 10 temas de 15 si luego resulta que en el examen caen esos 5 olvidados, ¿no? Tal vez el orgullo del esfuerzo de haber estudiado 10 temas, pero también la rabia de no haber rematado la faena y que todo haya sido en vano, porque haber hecho nada y haber hecho eso termina por ser lo mismo.

Hace días que los busco, esos pájaros que nunca me abandonan y siempre están dispuestos a volar, a echarme a volar. 





Y no se equivoquen, digo "echarme" porque es lo que hacen. No preguntan, éstos tampoco piden permiso ni opinión, entran según les de, a veces con sigilo y otras no tanto. Y de pronto, de pronto esas inmensas ganas de volar. 

Vienen, hasta que de pronto un día se van.

Y a veces resulta fácil, peligrosamente sencillo, dar media vuelta para no volver. Pero siempre vuelvo. A veces, resulta descaradamente exagerada una reacción que no puedo evitar, pero nunca me gustó la ambigüedad, ni puertas para adentro ni puertas para afuera, y si el chocolate no está espeso prefiero apagar las luces,  y venga, vámonos de aquí que no hay nada que hacer. No es un todo o nada, es una simple línea de actos que den cierta coherencia a la senda que tus pies vas trazando, no hace falta que esté recta, basta con que sea valiente, sincera, pura, y a veces sí, a veces descarada.

Y me sorprendo contando los dragones que voy dejando tras la puerta. Uno, dos, tres... No te creas que es por gusto, tampoco necesidad. En realidad no entiendo bien por qué voy poniendo uno tras otro para impedirte la entrada, para probar tu valía y demostrarme a mí misma que me fallas, que no puedes con ellos, que no estás dispuesto a todo sino sólo a una batalla, y así me resulta más fácil seguir. 

Es una falsa tranquilidad. Es la zona de confort de la que tan pronto quiero salir como volver a entrar. 

¿Pero cómo quieres que salga si ya no me quedan pájaros en la cabeza que me echen a volar?

Y observo como unas pisadas y otras se confunden sin dejar claro el sendero, añadiéndole peso al aire, volviendo fatigosa una atmósfera que antaño fue fresca y ligera. 

Liviana, como las alas de aquellos pájaros.

sábado, 14 de mayo de 2016

No necesitas trompetas ni ser un Supermán

La primavera ha llegado y no ha parado de llover, y es casi una adicción ver el brillo de estas gotas que no cesan de golpear el alféizar de mi ventana en una tarde en que el sol no termina por querer ocultarse. Me detengo un rato a contemplar ese espectáculo de reflejos de distintos colores que en forma de ondas se han apropiado de la acera, ¡así cómo me va a cundir! 


Y pienso en tí, y en mayo, ese mes que empieza con la misma letra que un milagro, que sin presentarse a golpe de trompetas ha resultado ser imprevisible, inexplicable, y bueno. 

El otro día ví una película que me hizo pensar precisamente en que mientras buscamos esa "hazaña" que nos corone vamos dejando camino sin recorrer, y que empeñados en encontrar "la solución" a ese problema (grande o pequeño) que nos ocupa la mente no vemos las demás, todos esos pequeños gestos y acciones que van resolviéndose a nuestro paso, y no precisamente gracias a nosotros. 

No los vemos, y yo ignoro aún porqué no he tropezado antes, cómo es posible que en todo este tiempo no me haya dado de bruces contra ellas. Y, he empezado a comprender, que no he pedido más milagros porque se han ido sucediendo gracias a otras personas que por motivos que desconozco han decidido ir aligerando mi camino.


No sé mucho de la vida, la verdad, lo justito para saber qué me gusta y qué no me gusta de ella; y que lo que no me gusta querría cambiarlo. No sé mucho, repito, y suelen acusarme de ingenua ante alguna cosas, y de excesivamente precavida ante otras, y aunque a veces me invade el pensamiento de "Así es la vida, no hay más qué hacer" trato de cambiarlo. Porque lo cierto es que hay muchas cosas, en las que sí hay más que hacer. Ya lo dije una vez, no encontraré la cura contra el cáncer por mucho que haya soñado que "un día lo haría". Ese día no es el mío, es uno de esos "Yo nunca" que sí que me atrevo a pronunciar. No es el mío, pero confío en que sí el de otro. 

Pero sí que pienso que entre todas las cosas que quedan por hacer, de alguna me puedo responsabilizar yo. Siempre he creído que la madurez no está en los años, sigue habiendo niñatos de papá de 30 años (y lo cierto es que haberlos, haylos a patadas...) y hombres hechos y derechos de 15. Los años no curan, los años no te enseñan nada que tú no quieras aprender, no hay nada que hacer si no hay predisposición a vivir, a afrontar la propia vida con todas sus consecuencias. Los años no son nada, si acaso velas que sumar a una tarta, achaques que sufre el cuerpo, arrugas que reflejan una vida.  Los años no son más que el hilo temporal en el que transcurre tu vida, una vida llena de experiencias. 


Experiencias, ahí está la clave. Aprendes de lo que vives, de lo que te toca vivir y de lo que eliges vivir. Y aprendes, claro está, si quieres. Yo creo que al final aprendes de todas todas, pues los años no son nada pero sí terminan por ponerte en tu sitio, y por mucho que te empeñes y consigas momentáneamente "no ver" tarde o temprano la realidad estalla ante tus ojos. Los milagros, esos pequeñitos que se suceden cada día, te golpean de improviso. Golpea lo bueno, y también lo malo. El doble rasero de las personas, los dobleces de la gente que viste varias caretas según le convenga, o el individualismo llevado hasta el punto extremo. Esos son puñetazos que muchas veces no ves venir, ¿cómo ibas a pensar que detrás de lo que tú veías había otra careta? Y otra, y otra, y otra... O, ¿cómo ibas a pensar que hay quien promete y no cumple? ¿Y para qué promete? Me diréis. No lo sé, de verdad que no lo sé. ¿Y cómo puede ser que diciendo "esto" haga lo "otro"? Incluso, muchas veces, tendremos que responder esa pregunta ante nosotros mismos. 

El detalle de acordarse de un día significativo expresando tu apoyo, el estar en lo bueno, en lo muy bueno, y en lo malo, y en lo muy malo. El perder un poquito del tiempo de uno, para que el otro esté un poco mejor. El desprendimiento material de algo, para que el otro sepa que nos hemos acordado. El pedir perdón cuando de verdad lo sentimos aunque por dentro nos de una rabia enorme. Y el hacer lo poquito que nos toca bien, y de buenas maneras. El "buenos días" y el "yo te ayudo", y sin creernos supermán, porque hay quien se cree de lo más magnánimo por ayudar (y eso que su cara es un poema), "San Fulanito" querría que le llamaran. Y no majo, tampoco te pases. Es dejar de mirarnos el ombligo, y reparar en que nada gira en torno a nosotros. Na-da.

Experiencias, muchas las creíamos conocer hasta que de pronto aterrizamos en la jungla laboral, y es algo que prácticamente escucho en todas partes. ¿Cuál es el punto en que uno empieza a mirar por encima del hombro al resto? ¿Cuál es el día que decides ir a tu bola cerrando a los demás cualquier posibilidad de integrarse en el entorno? ¿Cuándo empieza exactamente la "necesidad" de poner zancadillas para destacar? ¿Los malos modos, se adquieren al firmar un contrato? Y entonces llegado a este punto en que estás a un lado, tienes que decidir cómo serás cuando estés al otro lado. Por eso creo que toda experiencia es buena, es tan simple como no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a tí. Y cuando te lo hacen a tí y ya sabes como se siente uno, ¡con más motivo!


Aprender, aprendes. Y, entre otras cosas, descubres que la madurez y la seriedad no tienen porqué ir de la mano, son dos cosas bastante diferentes. Aprender, aprendes, y durante toda la vida. No hay grados, pos-grados, doctorado, lo siento. Somos pre-escolares cada día, novatillos del montón que entran en pánico ante un cambio en la rutina, ante un fallecimiento, o quien sabe, un nacimiento. Nunca estamos preparados, pero tenemos una historia que vivir y que escribir, cada uno la suya, con dragones y princesas, y sin libro de instrucciones. Pues ni todas las princesas se enamoran igual (véase Fiona y Shrek) ni todos los dragones se matan con espadas. 

Mayo, con "m" de milagro, no necesariamente en Fátima o en Guadalupe, a lo mejor se llama "Gracias", "Perdón", o un "Necesito ayuda". O a lo mejor nada de eso, a lo mejor es un "Venga, esta noche quedamos y me cuentas todo de pe a pa" y por primera vez escuchar no para contestar sino para verdaderamente tratar de ponernos en los zapatos del otro. 

PD: La película es los Milagros del Cielo, todas las fotos de este post son de la película.

martes, 19 de abril de 2016

La Bocca Della Veritá

A veces me pregunto qué pasaría, y si en esa boca encontraría la respuesta; si yo le lanzara el reto de descubrirme una verdad que no alcanzo a ver, que tan pronto un día me quiero lanzar al vacío como otro me felicito por haber permanecido a ras del suelo. 

Prudencia y cobardía en una misma línea, dicen que juegan a ser funambulistas esperando ver quien cae primero, visten caretas para ocultar su identidad, o al menos eso dicen...

Ambas saben que no, que ocultan sus caras para llenar aún de más confusión esas noches en que todo se llena de nubarrones grises, y que por motivos que desconozco siento esa imperiosa necesidad de tomar cartas en el asunto. Luego amanece, y en el primer café me culpo por haber dejado que jugaran en la cuerda a altas horas de la madrugada dando lugar a estas ojeras. En el segundo café, pienso que no es tan imperativo, que en esta vida pocas cosas son imperativas, y que las cosas encajan cuando deben encajar. 


La Bocca Della Veritá


El problema llega cuando el puzzle lleva más tiempo del previsto, cuando las preguntas sin respuesta deciden volver a comernos poco a poco la cabeza, cuando hay sentidos que cuesta encontrar, y cuando llega ese "por qué" que tanto mal puede hacernos. 

- ¿Por qué?
- Y qué más da el porqué. La vida es la que es, las cosas son como son, y hay que seguir adelante.

Obviedades como ésta necesito que me las repitan a veces, qué más da el porqué de tantas cosas, de tantas circunstancias que cogemos como enemigas, experiencias que de algún modo dejaron en nosotros una herida, o acciones de las que nos arrepentimos. ¿Qué más da?

"¿Y si pasa, qué importa? ¿Y si importa, qué pasa?"

Y hoy volví a sentir esa sensación, aires nuevos que trajiste con tu sola presencia. ¿Dónde habías estado todo este tiempo? Quise preguntar. Y porqué, de entre tantas ocasiones, tuvo que ser hoy cuando pudo haber sido antes, mucho antes.


Y temo escribir en estas líneas algo más de lo que fue, salpimentar un poquito el recuerdo con lo que podría haber pasado si cuando me dijiste "tal" yo hubiera respondido "cual". Temo no frenar a tiempo y detenerme en el recuerdo más de lo debido, disfrutar a cámara lenta de ese viento freso que creí sentir cuando escuché tus risas sin sentido y mi mente se liberó de las termitas que llevaban días carcomiéndola. 

Podría añadir unas cuatro líneas más con las que completar esa conversación que yo me empeñé en dejar llena de huecos y que tú insistías en alimentar, e intensificar esas miradas que ya de por sí estaban llenas de interés. Podría imaginar de una y mil formas diferentes qué habría pasado si hubiera decidido arriesgarme a meter la puntera del pie aunque fuera de puntillas en ese alma del que poco a poco ibas descorriendo el telón.

Pero decidí cerrar la puerta a la memoria en el instante exacto en que nos perdimos de vista, y controlar el guión de lo que era y no de lo que pudo ser, dejé ir a las mariposas con la esperanza de que volvieran un poco más lúcidas, firmar una tregua entre la prudencia y la cobardía y dejar que el tiempo terminara de descubrir qué verdad ocultaba cada una de ellas.


                                          


Recuperé un abril que quiso escapar y volar, que tan pronto había sido caprichoso como sobrio, al que saludamos con júbilo pero que hoy queremos que dé paso ya a un soleado mayo. Que ya ha llovido demasiado, que estamos cansados de botas de agua y de chubasqueros, de tomar cervezas dentro del local y no en la terraza, de aplazar planes por el tiempo. Que ya ha sido demasiado, ¿no?

Pero tal vez no, tal vez aun no sea suficiente, tal vez lleve más tiempo del previsto cubrir de verde los campos, hacer crecer las flores, llenar de vida la tierra. Tal vez la naturaleza sea más sabia de lo que lo puedan ser nuestros "hartazgos" humanos que nos da por considerar sabiduría popular. 

Tal vez no tengamos la razón en todo, tal vez la tengamos en bastante poco aun empeñándonos. Tal vez, esa verdad de la boca requiera más tiempo del que queremos imponerle, y persistir en un ritmo que es sin duda el adecuado. Y ver como los cantos de esas piezas del puzzle que aún no han encontrado su hueco se van puliendo poco a poco a base de heridas, acciones, ilusiones, fracasos, sueños, esfuerzos, y amores, hasta que encuentren su lugar.