martes, 14 de julio de 2015

Aprende a soltar

No consigo centrarme. Paso las páginas para luego volver a ellas, no logro detenerme en las palabras. Los puntos y comas reclaman mi atención, pero no hago caso. Cierro el libro para luego volver a abrirlo, lo cierro de nuevo. Mis dedos acarician el lomo en un intento de disculpa. No estoy preparada.

Me decido a aumentar la potencia del ventilador, tal vez así aclare mis ideas, refresque mi mente, o al menos evite ser víctima de un golpe de calor. 

Déjame que te explique, estoy aprendiendo a soltar. 




Y es que ya sé que me dirías que eso es un tontería, que no me rinda, y que nunca fue una opción. Y yo haría uno de esos mohínes de enfado que tanto te hacen reír porque saltaría indignada ante la sola mención de rendirme. ¿Rendirme yo? ¡JÁ! Y discutiríamos: horas, días, de aquí al 31 de agosto. Que lo sé yo. 

Pero te has ido, y no sé cómo lograr que esto te llegue. Esta frase que escuché hará unos cuatro días en el Metro de Madrid y que me dejó pensativa todo el día. 

No me rindo, te prometo que no, pero creo que hacemos bien en plantearnos al menos la idea de aprender a soltar, de aflojar un poco las manos de esa cuerda que hemos decidido coger. Esa soga, más bien, que queriendo o sin querer nos hemos puesto al cuello. Y no fui yo quien te la puse, deja de culparme. Pasó esto y aquello, no lo niego, pero el que decidió seguir aferrado fuiste tú. Y lamento el dolor que te pueda causar, que la herida no haya cerrado, y que haya un bar que inevitablemente te lleve a mi recuerdo. Has de saber que yo lamento también que tengas un corte de pelo tan sumamente común que casi te veo en cada esquina de cada lugar de este país. "Este país no" me dirías. "Nuestro país."

Olé remataría yo. Y acto seguido nos echaríamos a reír.

Te agarraste hace mucho tiempo, o tal vez hace unos días, pero lo cierto es que te has atado de pies y manos a algo que no te hace ningún bien. Y sí, digo "te has atado", porque lo hiciste tú porque te dio la gana. Las circunstancias aparecen y no hay nada que hacer, pero la actitud, ¡ah no! Ahí no tienes a quien echar las culpas, la actitud la pones tú, y es el 90% de lo que sea esa situación. Dicen que los optimistas hacen de un mal momento su mejor anécdota mientras que los pesimistas hacen de él su mayor trauma. Y estoy de acuerdo, completamente. Dejando tópicos atrás, a los que a veces me resulta difícil no aludir porque tienen mucho de verdad, hoy pensé en tí. Y lamenté no poder hablar contigo sobre este tema, discutirlo las horas que hicieran falta, porque contigo sé que habría tema de discusión, y mucho.


Suéltate ya. Le has cogido el gustillo, casi rutina, y así no hay quien sea feliz. No lo serás tú, pero tampoco lo seré yo, no creerás que ibas a ser especial en esto. Porque aprender lo que se dice aprender, tenemos que hacerlo los dos, un cursillo intensivo, tal vez dos, y junto a tres cuartas partes de la población. 







Yo te prometo no ser una burda copia de Escarlata O'Hara si tú me prometes dejar de actuar como si aquello hubiera sido una bomba nuclear en el instante más feliz de tu vida. No lo fue, suéltalo ya, deja la cuerda para los funambulistas y salta al vacío. Y además, si lo hubiera sido, ¿qué? ¿Ibas a dejar que todo se viniera abajo así sin más? ¿Es que no hemos aprendido aún nada de la vida? ¿Es que no vas a atreverte a afrontar las situaciones en lugar de dejarte pisar?

Podemos hacerlo, podemos dejar los rencores atrás, las ideas preconcebidas, los fracasos acumulados, los dimes y diretes y los convencionalismos sin sentido. Podemos dejarlo atrás, te lo aseguro. Tan sólo tienes que soltar, y atreverte a tomar las riendas. A mirar al presente a la cara y a dejar de escudarte en un "futuro prometedor" que sabe Dios si será tal. Me dijiste que querías ser feliz, ¿no? 
En eso estamos de acuerdo, y te diré que ni fuiste el motivo de mi alegría ni eres el culpable cuando ésta me falta. Y me llevó tiempo darme cuenta, tanto como los días que han pasado hasta que escuché aquella frase en el Metro.

Suelta. Suelta-ya. Es el mayor regalo que hoy por hoy puedo hacerte. Y, cuando hayas cortado esta soga en mil pedazos, cuando estés con la guardia baja y tus humos de ayer se hayan apagado, cuándo hayas decidido por ti mismo qué y quién quieres ser, te contaré la verdad. Te diré que pensé en rendirme, que esa idea flotó en mi mente más noches de las que me hubiera gustado, que me creí vencida tras dos cañonazos, y que eché las culpas al mundo entero y a mí misma de la manera más desesperada que se te pueda ocurrir. Que pensé en hablar contigo una y mil veces, sabiendo que en tí hallaría el consuelo que necesitaba. Que no obtuve consuelo pues no fui a tí, no solté ese rencor que había dejado anidar en mí y caminé torpemente por un sendero en que las espinas y las rosas cambiaban a placer. Que no sabía qué ocurriría si me atrevía a soltar, y que los "quizás" me golpearon con tal fuerza que me hicieron dudar de todo.  Tuve la tentación de quedarme en este standby perpetuo, de no hacer ninguna elección, de insistir en ser un Peter Pan para la eternidad, porque las decisiones, traen consecuencias.





Te diría que no fue fácil, nunca lo es. Que, incluso, me llegué a enfadar con la lluvia, y aún no he logrado encontrar el modo de reconciliarme con ella. Y si llegué a sentirme molesta con la lluvia sabrás que la cosa se puso fea, verdaderamente fea. Te diría mil y un cosas las pensara o no, únicamente por volver a ver esa sonrisa burlona con que me llevarías la contraria, me harías replanteármelo todo y echarías a volar mi mente con ideas locas y descabelladas con las que soñaría antes de acostarme.

Te diría que al final, después de todo, decidí aflojar las cuerdas hasta dejarme caer, y te pediría que te soltaras tú también. Que, por una vez, aunque fuera la primera y última, te olvidaras de discutir y decidieras hacerme caso.