domingo, 18 de febrero de 2018

Memorias de un recuerdo olvidado

Cae el agua encimera abajo, un goteo que no cesa, lento, sonoro, casi rítmico, una melodía que se demora cada vez más con cada nota. Cae el agua y, en lugar de hacer como de costumbre, coger un trapo que empape ese pequeño desastre que cada día se repite mientras friego, doy un paso atrás y me detengo. Cae incesante, lleva años igual, fruto de un pequeño defecto al instalar la cocina que nunca se ha considerado necesario arreglar. Es parte de nuestro pequeño caos, esos imperfectos que dan calor al hogar, morriña cuando estás fuera, y que inevitablemente dibujan una sonrisa en el semblante cuando vuelves, después de tanto tiempo, y te das cuenta de que eran las cosas más nimias las que habías echado de menos. 


Cae el agua encimera abajo, cada vez posterga más su descanso final en el pequeño charco que ha formado en el suelo. Y yo, estoy embobada mirándolo, apoyada en la mesa y simplemente pensando que lleva años igual. Lleva 30 años dando la lata, y eso de pronto me hace feliz porque, aunque parezca mentira, ese gesto tan intrascendente me acerca a tí, evocando un nuevo recuerdo al que mi memoria no logra acceder, ni con detalles ni sin ellos, sencillamente la mente se queda en blanco y no hay nada que pueda remediarlo. Pero, es un gesto que sin duda ocurrió, al igual que hoy, hace casi 20 años ya, en esta misma cocina...


Donde tú, sin duda esbozarías aquél mohín tan tuyo que sólo los más cercanos podían percibir, cogerías un paño grueso que hiciera las veces de barrera entre esa encimera mojada y tu jersey, y te arrimarías nuevamente sobre la pila de platos mientras retomas tu canturreo, como si nada, porque "no pasa nada"

Y resultó que esa "nada", fue sumándose a otras "nadas" más a las que diste color, sencillamente, por ese hacer tan tuyo, tan distinto al de los demás, inimitable e imperceptible para muchos, enormemente valioso. Resultó que esa "nada", al pasar del tiempo, descubrí que había sido la clave de todo.