sábado, 14 de noviembre de 2015

Not in my name

Escribo esta entrada porque hoy tuve un despertar más que extraño. Porque sentía la necesidad pero también un importante respeto. Porque no encuentro palabras, porque no encuentro manera, porque anoche nos tocó cerca, muy cerca, una situación que lleva ya mucho tiempo cobrándose vidas, sólo que más lejos. 

Hoy la casa se sentía sombría, y mientras esperaba a que el microondas terminara de calentar el café iba deslizando el dedo por el móvil viendo los titulares de los atentados en París. Volví a suspirar aliviada, y di gracias, gracias porque de un modo u otro todos aquellos que conozco que están en París están bien, gracias porque una de mis mejores amigas decidió coger un vuelo a Madrid apenas un día antes de los atentados. Gracias por no haber sufrido en primera mano, el horror que ayer se vivió en las calles de París. Gracias porque están bien, gracias, gracias. Es un gracias egoísta, lo sé. Sé que no todos pueden decir lo mismo, y soy incapaz de imaginar el dolor, la estupefacción, el shock de todos aquellos que lo presenciaron, los escalofríos que les deben recorrer ahora tras todo aquello que pueda parecer un disparo. Y cómo confiar, cómo salir con el mismo descaro que antes a la calle, cómo sentirte seguro en un mundo en que hay quien ha decidido tomarse la libertad de poner fin a nuestras vidas. 


Y nos hacemos presa del miedo, del horror, desde la "h" hasta la "r", no se me ocurre otra palabra para describir lo de anoche. Y, de qué manera, nos ha sacudido al resto del mundo. Es algo que se palpa en el ambiente.

Salí con prisas de casa, estaba tan ensimismada en mis pensamientos que cuando miré la hora descubrí que ya iba algo tarde, por suerte el metro llegó a tiempo. La gente se encontraba agolpada frente a la puerta así que entrar en el tren fue a fuerza de escurrirse. Descubrí entonces un sitio vacío, y otro, y otro, y no entendía por qué nadie se había sentado. Avancé hacia allí cuando me paré en seco al descubrir quien ocupaba el cuarto asiento. Miré hacia el suelo de un modo rápido y espontáneo; de pronto ya no quería sentarme y, sin darme cuenta, trataba de disimular mis iniciales intenciones mirando hacia mi alrededor, tratando de evitar pasear mi mirada por aquellos asientos. 

Aquello debió durar un lapso de 10 segundos, pero por todo lo que pasó por mi mente pareciera que fue una hora. Decidí que era un estupidez, que no era justo, y finalmente ocupé uno de los asientos, avergonzada por mi propia conducta miraba al suelo, veía sus zapatos, unas botas como las que podría llevar cualquier otra persona. Y es que si tan solo miraras sus zapatos, podría ser como otra persona... 


Observé como los llevaba hacia atrás, tal vez hubiera sido algo indiscreta, y me giré para mirar hacia la ventanilla, otra vez para disimular... En el reflejo veía a la gente observando la situación, arrimados unos a otros por el escaso espacio libre, agarrados a los barrotes para no caer ante cualquier parón imprevisto. Ví a una señora contemplando a la protagonista de esos zapatos, y me bastó ver su mirada para decidir que yo no quería ser así, no podía serlo. Su mirada reflejaba tanta desaprobación, tanto desprecio, que decidí que yo era una cobarde, eso como poco, y que tenía que mirarla ya de una vez a los ojos, que ella no tenía la culpa de nada. 

Ella tenía los párpados entornados, con los dedos retorcía nerviosa un hilacho descosido de su jersey, y uno de esos pañuelos que tienen por tradición (o convicción) vestir le distinguía frente a los demás y le tapaba su oscura melena, desconozco si era un hiyab o una shayla, pero su cara estaba al descubierto; el resto de su vestimenta era normal, similar a la de cualquier otra mujer de su edad. Cualquier otra mujer, que no se vería sometida a semejante escrutinio ni juicio por los demás, no sería evitada, esquivada, casi temida, o incluso odiada, sin haber algún motivo personal de por medio. Ella sí, y después de todo mi debate interno, pensé que no era justo.

La noche de ayer en París fue un horror, como lo fueron los atentados contra la revista francesa hace 10 meses, como lo es cada vez que un individuo (pues no puedo, de verdad, equiparar su carácter de "persona" al de cualquier otra) en defensa de una creencia decide sobre la vida de los demás. Un individuo que sin motivo alguno decide matar a tu vecino, hermano, primo, padre... Sales un viernes de fiesta, y no vuelves. Estás dando un paseo, y no lo cuentas. Y aquellos que te quieren viven un calvario por el resto de sus días. ¿Por qué? Sólo porque un individuo ha decidido hacerlo. Sus motivos los conocemos, pero no voy a entrar en historia, defienden el reino de Alá, y mueren por ello, creen de verdad que lo que hacen es lo correcto. Y, cuando alguien es hasta capaz de morir por algo, ¿cómo no vas a tener miedo de lo que es capaz si no teme ni perder su propia vida en el camino?

Un individuo de esos, detonó anoche esos explosivos, disparó, destruyó centenares de vidas. Un individuo francés, cuya educación pública ha pagado el estado francés, al que se ha acogido, al  que se ha tratado de equiparar en derechos, en deberes, en libertades. Un individuo que cada mañana, se despierta y ora a Alá, como esta chica que tengo sentada en frente. Lee el Corán, igual que ella, ayuna en Ramadán, etc. 

Igual que ella. 


Pero no, no es igual que ella. Claro que no. Lo triste, lo injusto, es que los hayamos equiparado. Lo triste, es juzgar a la chica por los crímenes de alguien que también le causa repugnancia a ella. Lo triste, es un vagón de metro lleno de gente, y asientos vacíos alrededor de una mujer de religión islámica. Lo triste es que ese sea nuestro primer instinto, siempre generalizar, yo la primera. 

Al volver a casa quise comentarlo, en la radio se escuchaban las últimas noticias de París, las muestras de condolencia y respeto de todo el mundo, y el gesto de una mujer que cubría su pelo con un hiyab dejando flores frente a la embajada de Francia en Madrid, presa de las lágrimas. Lo sucedido, no es en su nombre. 

Vuelvo a ver el Facebook, y entre las múltiples fotos de perfil que se han modificado para mostrar la bandera francesa veo una noticia, es aquella que da título a este post: Not in my name/ No en mi nombre. 

Por mi parte no hay más qué decir, soy incapaz de meterme en los zapatos de ella, y llegar a comprender desde dentro lo que debe sentir. Y, sobretodo, ni puedo ni quiero imaginar el dolor de todos aquellos que han perdido a alguien en los atentados, y ante esta impotencia me sumo como mucha gente a las oraciones. Ese #prayforparis que se ve en todos lados que se haga una realidad, no un cúmulo de buenas intenciones y tenerlos presentes en nuestros pensamientos. P R A Y   F O R   P A R I S

domingo, 1 de noviembre de 2015

Y sin perder el norte

Miré a mi alrededor sin detenerme en el cruce. Caminando a un ritmo acelerado como el resto de la gente, sintiéndome atravesar las calles de un inmenso Manhattan, y entonces un escalofrío recorrió mi piel. No entendía nada, me sentía inmersa en un mundo que no era el mío, o que al menos no lo había sido hasta ahora. Como un pez en una pecera en medio de todo un océano, observando, aprendiendo, tratando de mimetizarme, de nadar. En realidad, ¡lo primero era empezar a nadar!

Me sentía la novata del montón, con paso decidido para no delatarme, como si de pronto, me hubiera olvidado las instrucciones de la vida y no supiera donde tirar. Confusa como estaba decidí hacer una parada en el camino, a fin de cuentas iba con tiempo, y me senté en el banco de una parada de autobús para resguardarme del viento. Comencé a observarles uno a uno, y sentí mis ánimos desfallecer, ¡aquella masa atraía tanto en la lejanía! En cada hombre de chaqueta veía un líder, un empresario bueno y creativo, un abogado apasionado, un médico simpático y un broker con alma. En cada mujer alzada en sus tacones veía la heroicidad de quien saca adelante varias cosas a la vez sin perder detalle, sin perder el norte y dándole a cada una de sus labores ese toque de bondad o de ternura con que allanar cualquier bache del día. Veía profesores henchidos de entusiasmo y periodistas sagaces buscando una verdad. Veía todo eso antes de detenerme en cada uno y sentir el mito caer a mis pies. 


Y entendí de pronto algo; el poder de la masa, su inesperado asalto y la confusión inmediata de verte dentro sin haber sido preguntada. Consulté la hora otra vez y descubrí con asombro como habían volado aquellos minutos, un nudo aprisionó mi estómago mientras avanzaba con prisa entre esa masa. Esa masa. Masa. Masa...

Le dí vueltas a esa palabra durante el resto de la mañana, recordando esa sensación que había tenido de "Hola soy Anne Hatthaway caminando estilosa y victoriosa entre esta masa de gente" sólo que aquello no era Manhattan, era Madrid, y evidentemente yo ni era Anne Hatthaway ni tenía acceso a sus zapatos. Ya, al caer la tarde, decidí atajar en mi vuelta a casa por uno de esos parques que hacen las delicias de los niños, y al descubrir entre ellos algunos vestidos con mi viejo uniforme me trasladé unos años atrás, que no eran tantos. Porque no lo eran, ¿no?

- ¡¡¡Soy el rey de Marte!!!
- No puedes ser rey de Marte
- ¿Y por qué no?
- Porque en Marte no hay reyes, hay presidentes.
- Sí que los hay, yo los he visto.

En fin, os imaginaréis el resto de la disputa. No pude evitar sonreír, y dejé que me invadiera la nostalgia de aquel tiempo. 

Y es que arranca noviembre, y ya nos estamos desviando del camino. Así que vuelve a meter la marcha, ya sabes, primera y despacito, que hay que llegar a quinta, y sin perder el norte. Y no es fácil, ya casi lo hemos perdido del todo entre tanta excusa. Hace unos días comentaba con unas amigas este tema. Hemos recibido formación académica por aquí y por allá, por activa y por pasiva, pero a la hora de la verdad, hay algo que marca la diferencia. Y no es sino aquello por lo que admiras de verdad a una persona, que te hace apreciarla, encariñarte, y aprender. Que te hace feliz, porque que bien se está cuando se está bien, y para ello no hay más carrera que valga que la de la vida. 

Que si te llevas un desplante y te sienta fatal pues no se lo haces al otro, y que si te faltan 10 céntimos en el bus y te los da alguien salvándote así de un suspenso el día que te toque a tí pues se los darás. Que nadie nace sabiendo, y que a nadie nos cae bien una persona que dedica la mitad de su conversación a hablar mal de otros. Que los jetas y caraduras no hacen gracia y son una carga pesada, que cuando alguien respeta tu opinión distinta es un gustazo, y que los lunes con un "buenos días" entran mejor. 

Verdad que no?

Que no me apetece, la verdad, esa masa que tanto atrae en la lejanía. No me apetece en absoluto. Masa, masa... Es que cada vez me suena más frío. Y no somos fríos, ni máquinas, ni medios, ni objetivos. Somos personas, con sus vidas propias; rodeados de personas con sus vidas propias. Que la vida da lecciones a diario, y no las recogemos pues no prestamos atención alguna. Que esto es como todo, nadie nace sabiendo, y aprender se aprende en gerundio. 

- Bueno pues entonces soy Spiderman.
- Vale, ¡y me salvas a mí!-grita una niña a mi lado.

Y la verdad es que no, no me imagino a Spiderman diciéndole a la niña que se las apañe como pueda, hablándole de todas las personas a las que ha salvado hoy porque es que "aquí no trabaja nadie" ni diciéndole luego a su colega "Nada, otra vez, la niña ésta que es tonta y he tenido que salvarla." 

La formación académica no basta. Sigo viendo líderes, empresarios, médicos, abogados, periodistas... Sigo viendo personas, que se saben rodeadas de personas, que aunque caminan entre la masa no forman parte de ella, pues ellos, cada día, hacen algo que marca la diferencia. Yo nunca quise reinar en Marte; pero siempre me fijé en mis héroes y de noche soñaba ser algún día capaz de librar esas batallas, de ser así. Y en realidad lo que los hacía tan especiales no eran sus habilidades, la verdad es que lo que hacía la diferencia respecto de otros era el cómo lo hacían, el sentido último de todo.