domingo, 1 de noviembre de 2015

Y sin perder el norte

Miré a mi alrededor sin detenerme en el cruce. Caminando a un ritmo acelerado como el resto de la gente, sintiéndome atravesar las calles de un inmenso Manhattan, y entonces un escalofrío recorrió mi piel. No entendía nada, me sentía inmersa en un mundo que no era el mío, o que al menos no lo había sido hasta ahora. Como un pez en una pecera en medio de todo un océano, observando, aprendiendo, tratando de mimetizarme, de nadar. En realidad, ¡lo primero era empezar a nadar!

Me sentía la novata del montón, con paso decidido para no delatarme, como si de pronto, me hubiera olvidado las instrucciones de la vida y no supiera donde tirar. Confusa como estaba decidí hacer una parada en el camino, a fin de cuentas iba con tiempo, y me senté en el banco de una parada de autobús para resguardarme del viento. Comencé a observarles uno a uno, y sentí mis ánimos desfallecer, ¡aquella masa atraía tanto en la lejanía! En cada hombre de chaqueta veía un líder, un empresario bueno y creativo, un abogado apasionado, un médico simpático y un broker con alma. En cada mujer alzada en sus tacones veía la heroicidad de quien saca adelante varias cosas a la vez sin perder detalle, sin perder el norte y dándole a cada una de sus labores ese toque de bondad o de ternura con que allanar cualquier bache del día. Veía profesores henchidos de entusiasmo y periodistas sagaces buscando una verdad. Veía todo eso antes de detenerme en cada uno y sentir el mito caer a mis pies. 


Y entendí de pronto algo; el poder de la masa, su inesperado asalto y la confusión inmediata de verte dentro sin haber sido preguntada. Consulté la hora otra vez y descubrí con asombro como habían volado aquellos minutos, un nudo aprisionó mi estómago mientras avanzaba con prisa entre esa masa. Esa masa. Masa. Masa...

Le dí vueltas a esa palabra durante el resto de la mañana, recordando esa sensación que había tenido de "Hola soy Anne Hatthaway caminando estilosa y victoriosa entre esta masa de gente" sólo que aquello no era Manhattan, era Madrid, y evidentemente yo ni era Anne Hatthaway ni tenía acceso a sus zapatos. Ya, al caer la tarde, decidí atajar en mi vuelta a casa por uno de esos parques que hacen las delicias de los niños, y al descubrir entre ellos algunos vestidos con mi viejo uniforme me trasladé unos años atrás, que no eran tantos. Porque no lo eran, ¿no?

- ¡¡¡Soy el rey de Marte!!!
- No puedes ser rey de Marte
- ¿Y por qué no?
- Porque en Marte no hay reyes, hay presidentes.
- Sí que los hay, yo los he visto.

En fin, os imaginaréis el resto de la disputa. No pude evitar sonreír, y dejé que me invadiera la nostalgia de aquel tiempo. 

Y es que arranca noviembre, y ya nos estamos desviando del camino. Así que vuelve a meter la marcha, ya sabes, primera y despacito, que hay que llegar a quinta, y sin perder el norte. Y no es fácil, ya casi lo hemos perdido del todo entre tanta excusa. Hace unos días comentaba con unas amigas este tema. Hemos recibido formación académica por aquí y por allá, por activa y por pasiva, pero a la hora de la verdad, hay algo que marca la diferencia. Y no es sino aquello por lo que admiras de verdad a una persona, que te hace apreciarla, encariñarte, y aprender. Que te hace feliz, porque que bien se está cuando se está bien, y para ello no hay más carrera que valga que la de la vida. 

Que si te llevas un desplante y te sienta fatal pues no se lo haces al otro, y que si te faltan 10 céntimos en el bus y te los da alguien salvándote así de un suspenso el día que te toque a tí pues se los darás. Que nadie nace sabiendo, y que a nadie nos cae bien una persona que dedica la mitad de su conversación a hablar mal de otros. Que los jetas y caraduras no hacen gracia y son una carga pesada, que cuando alguien respeta tu opinión distinta es un gustazo, y que los lunes con un "buenos días" entran mejor. 

Verdad que no?

Que no me apetece, la verdad, esa masa que tanto atrae en la lejanía. No me apetece en absoluto. Masa, masa... Es que cada vez me suena más frío. Y no somos fríos, ni máquinas, ni medios, ni objetivos. Somos personas, con sus vidas propias; rodeados de personas con sus vidas propias. Que la vida da lecciones a diario, y no las recogemos pues no prestamos atención alguna. Que esto es como todo, nadie nace sabiendo, y aprender se aprende en gerundio. 

- Bueno pues entonces soy Spiderman.
- Vale, ¡y me salvas a mí!-grita una niña a mi lado.

Y la verdad es que no, no me imagino a Spiderman diciéndole a la niña que se las apañe como pueda, hablándole de todas las personas a las que ha salvado hoy porque es que "aquí no trabaja nadie" ni diciéndole luego a su colega "Nada, otra vez, la niña ésta que es tonta y he tenido que salvarla." 

La formación académica no basta. Sigo viendo líderes, empresarios, médicos, abogados, periodistas... Sigo viendo personas, que se saben rodeadas de personas, que aunque caminan entre la masa no forman parte de ella, pues ellos, cada día, hacen algo que marca la diferencia. Yo nunca quise reinar en Marte; pero siempre me fijé en mis héroes y de noche soñaba ser algún día capaz de librar esas batallas, de ser así. Y en realidad lo que los hacía tan especiales no eran sus habilidades, la verdad es que lo que hacía la diferencia respecto de otros era el cómo lo hacían, el sentido último de todo.