jueves, 10 de octubre de 2013

¿Con marco o sin marco?

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¿Y se llevó una foto nuestra al Cielo?



¡Zasca!

Metí el ipod en el bolso. Acomodé mis pasos a los de la familia. Y traté de poner antena del mejor modo posible. 

Aquí había tema, señores.

Apenas hacía dos segundos que había bajado del coche. El día había sido fantástico, pero agotador. Y en lo único que pensaba era en un buen paseo, con buena música, Madrid de escenario, y mi casa como destino. 

Mi casa, el sofá, tumbarme, cenar, familia. Oh sí.

El quinteto nunca fallaba tras un intenso día.


No había dado ni cinco pasos cuando ahí mismo, caminando en mi dirección, iba un padre con un niño y una niña de unos 6 y 7 años. Las dos coletas rubias saltaban alegres por Castellana. 

Su hermano, más calmado, iba de la mano del padre. Fue entonces cuando soltó la bomba, fue entonces cuando preguntó:




-          ¿Y se llevó una foto nuestra al Cielo?

-          Sí, sí. El abuelo se llevó una foto al Cielo.- empezó a explicar su padre.

-          Pero, ¿con marco o sin marco?-esto último vino de boca de  Dos-coletas-rubias, que sin previo aviso, se había parado en medio de la calle, expectante a la respuesta.


¿Con marco o sin marco?

Sonreí. Claro. ¡Qué pregunta! Si se lleva una foto el abuelo al Cielo, que se la lleve en un marco para que no se estropee. Lo que podía parecer una pregunta infantil tenía mucho sentido. 

La foto debía ser eterna. 

Yo también lo hubiera querido así.


La niña aguardaba la respuesta. Yo también. Temía acabar pasándoles de largo y perder la respuesta. Iba a tener que dejar caer mis apuntes, tropezarme, fingir un esguince, o algo así para poder esperarles. 

Afortunadamente, no hizo falta tanta puesta en escena.

-          Con marco, claro que sí. Con uno muy grande y bonito. Porque, el abuelo os quiere muchísimo desde el Cielo, eso lo sabéis, ¿no?

-          Claro.

-          Ya.


“Claro.” “Ya.” No era la primera vez que escuchaba una respuesta así de un niño. Y siempre me pillaba por sorpresa. Yo creo que habría seguido preguntando. Habría querido saber si me quería tanto como antes o más. Si me iba a lanzar besos desde arriba. Si…

No sé, cualquier cosa menos afirmar algo tan difícil de entender de modo tan rotundo.


Claro. Ya.  


Siguieron caminando. ¡Menos mal! Tres pasos más y habría dejado de oírles.

Dos-coletas volvió a brincar por el Paseo. Su hermano seguía agarrado a su padre. Una media luna me esperaba tras la esquina, iba a tener que dejarles seguir su camino.

La brisa era agradable, fresca. Similar a aquel mini-sabio.

-          Papá.

-          Dime.

-          Yo también quiero mucho al abuelo.

-          Y yo- dijo Dos-coletas gritando. ¡No iba a ser menos!




Yo iba pensando en el abuelo. Ese abuelo que se había llevado una foto de sus nietos en un marco para volver eterno el recuerdo. Un marco especial.

 ¿Con marco o sin marco? Una simple frase. Cinco palabras. Las diecisiete letras que mayor ternura me habían inspirado ese día. Era incapaz de esconder la sonrisa al recordar la situación. A buen seguro su abuelo tampoco pudo. 

Con marco. Evidentemente. Los buenos recuerdos los llevamos en un marco, a donde sea, y para siempre.


"¿Los mejores profesores? Los niños (Beata Teresa de Calcuta)"

martes, 1 de octubre de 2013

"A veces, un solo segundo puede durar toda una vida."

“A veces las horas pueden parecer minutos, y a veces, un solo segundo puede durar toda la vida”


Supongo que eso es lo que pensaría Enrique al mirar a Paloma aquel día, un lluvioso veinte de septiembre en que renovaron una vez más sus votos matrimoniales. Una vez más, porque hacía sesenta años que compartían su vida, y sus votos habían sido renovados al amanecer y al anochecer de cada día. Forjados en lágrimas y risas, peleas y reconciliaciones, preocupaciones, triunfos, fracasos, decepciones, sorpresas, orgullo.




"Hasta que la muerte nos separe” dijeron. 


Y de la palabra al hecho hay un trecho que sólo recorren los valientes.


Ellos aceptaron el reto.




A veces, un solo segundo puede durar toda la vida. Como aquel día que el hermano de Enrique, Juan, les presentó en aquel bar de Santiago. No es que de pronto viera fuegos artificiales en sus ojos, pero algo pequeño fue naciendo allí. En un segundo, entre boquerones en vinagre, y una copita por aquí y otra por allá. 

-          ¿Fumas?
-          No gracias.

Como el niño que inocentemente comparte su merienda con otro, sin pensar que de aquí a dos semanas por ese gesto serán amigos del alma.

Fue la decisión de ir a ese bar y no a otro. De acercarse a saludar a Juan y no pasar de él. 

De hablar con ella.



Fue la decisión de ir a dar un paseo a la mañana siguiente y encontrársela en el camino.

Fue no sólo saludarla de pasada sino pararse a hablar. Fue el café de después, su risa y su carácter. Su andar y sus modos.

No entendía qué, pero había un chispazo en su sonrisa que no le dejaba pegar ojo.



Supongo que aquel segundo en que él la miró y comprobó que le gustaba. Aquel segundo en que ella sintió mariposas en el estómago. Aquel segundo, fue lo que marcó el inicio de sus vidas.

La vida son nuestras decisiones, pero nunca sabemos hasta dónde nos llevarán.



Santiago-Madrid, Madrid-Barcelona, Barcelona-Pamplona. Enrique pronto tendría que hacerse con unas botas de siete leguas para seguir el ritmo de sus viajes laborales. Destinos dispares sellados con letra inglesa y postales, “abrazos fuertes” y esperas impacientes de la llamada semanal.

-         



-          Está Paloma?
-          ¿Quién es?
-          Enrique, soy un amigo suyo.- y un gruñido grave al otro lado del teléfono, mientras se oye gritar -Palomaaaaa, te llama un chico que dice que se llama Enrique, lo conoces?- Sí papá pásamelo
-          Ya está, perdona

Y un suspiro de alivio. La tensión se aligera, y una sonrisa. Porque ese segundo en que oye su voz… bueno, es “su” segundo.

Y ahora sí. Fuegos artificiales, redoble de tambores, qué suenen las trompetas, baño en champán... 


Ahora sí. En un segundo.

Un segundo. El mismo en que Paloma se arreglaba el velo para no despeinarse. Tul blanco. “Cuidado no se te vaya a manchar con el maquillaje.” “Y no llores. “Sonríe para salir guapa en las fotos.”

Sus hermanas emocionadas le miran avanzando al altar. Los consejos escapaban de sus ojos en forma de tímidas lágrimas. 
Y no, no sabían amargas.  
“Estoy orgulloso de ti”. 
Cuatro palabras. No necesitaba oír más. Miró a su padre y sonrió feliz.  

Un paso más. Otro segundo.

Enrique, ahí de pie. Con una inusitada serenidad, una sonrisa de oreja a oreja, y el ferviente empeño de hacerla feliz.

“- Homo sine amore vivere nequit…
- ¿Perdón? – Que el hombre, Carter, no puede vivir sin amor.” (Misión Olvido- María Dueñas)
Un segundo.


Un segundo, el que vino acompañado del llanto del primer hijo, del segundo, del tercero, y ¿por qué no? Del sexto.  Sus primeros pasos, sus primeras palabras. La primera pelea, la primera reconciliación, y la segunda, la tercera, la decimocuarta.

Un despido. Un ascenso. Tic-tac. Tic-tac. El hijo en la universidad, la pequeña en bachiller. “¡Mi hijo es médico!” La llegada de los nietos. Las navidades en familia. El primer aniversario, y el siguiente, y el siguiente.

Todo hasta este momento. Todo en un segundo.


“Me alejo del tiempo. Su medida deja de tener sentido: segundos, minutos, horas, días, al cabo de toda una vida no son más que palabras. Todo lo que tengo son instantes” (La Casa de Riverton – Kate Morton)