sábado, 17 de octubre de 2015

Quizá nos toque correr.

Quizá nos toque correr, tras los sueños mucho tiempo. Quizá no estaba todo a un tiro de piedra. Quizá hacía falto algo más que hablar cuatro idiomas y medio, quizá no eras tan completo. 
Quizá fue ayer cuando teníamos 17 años, cuando con el buche lleno de sueños cruzamos estas puertas que se nos hacían tan grandes. Quizá fue más de lo que esperabas, quizá aún no sabes ni explicarlo, que es aquí y sólo aquí a dónde perteneces.
 
 
 

Quizá aún no se ha inventado una palabra que lo defina, que te defina a ti, qué somos y qué queremos.
Quizá antes de ayer cumplí 15 años, y todos me felicitaron con esa frase tan manida de "la edad de la niña bonita" que aún sigo sin entender. Bonitas siempre, vamos hombre. Quizá fue ayer cuando comenzó el bombardeo, de preguntas digo:

¿Qué quieres estudiar?

¿Qué vas a hacer de mayor?

¿A qué te quieres dedicar?

Vamos a ver, pero a tí, ¿qué te gustaría ser?

¿Sabes ya si irás por ciencias o letras?

 
Quizá fue ayer cuando tomé una decisión que para bien o para mal me ha llevado hasta donde estoy, cuyo destino aún no está en el billete, cuyo viaje continúo, pero oye, ¡qué bonito viaje! Quizá escogí amar, amar aquello a lo que iba a dedicar tantas horas de estudio y una estresante selectividad que cuando hoy la recuerdo me da la risa. A menudo, hacemos montañas por un grano de arena, ahora lo sé bien. 

Quizá te perdí en el revuelo, entre las viejas fichas de dibujo técnico y mis nuevos manuales. Quizá olvidé recordarte, cada noche y los veranos. Quizá no eras más que eso. Miento. Sé que no eras más que eso, un simple grano de arena que no supe ver en su momento. Quizá olvidé el perfume que desprendía tu piel, y el sonido de tu risa, y la intensidad de tu mirada, y tus manos de zurdo siempre llenas de tinta, y tu nombre escrito en mis cuadernos, y los chistes a tu costa, y lo que creí que eras, lo que pensé que dirías, lo que deseé que ocurriera. Quizá los años te dejaron ir, y de un modo u otro olvidé incrustarte en mi puzzle, esa pieza central que pensaba entonces. Quizá crecí, maduré de mayor o menor manera, y comprendí que no es bueno aferrarse a alguien, ya habías cumplido tu papel.




Y es que siento que fue ayer, cuando salí del colegio con una idea en mi mente surgida por los numerosos recortes de periódicos que había empezado a guardar desde hacía meses, aquéllos que reflejaban situaciones de malnutrición, niños soldado, pésima distribución de recursos, y una justicia que no hacía honor a su nombre. No podía hacerme médico e irme a África a salvar vidas, no iba a inventar la bendita cura contra el cáncer, ni salvaría a las tortugas. No iba a diseñar edificios de gran altura, ni estructuras determinadas con las que poder acoger a cualquier hombre sin hogar. No iba a cocinar platos junto a Ferrán Adriá, ni retransmitir la final del Mundial, ni rodar aquella película que a todos iba a gustar tanto. No iba a hacer nada de eso, no tenía ni la más remota idea de cómo responder a las incipientes preguntas sobre mi futuro, únicamente sabía lo que no era lo mío, y aquello que me gustaba y que quería estudiar. Quería cambiar el mundo, como queríamos todos, como querías tú y confesaste a todo el auditorio en el discurso de graduación.
De un modo u otro, queríamos hacer la diferencia.
 
 
 
Nos lo habíamos tomado en serio, eso de que "los niños son el futuro del mundo" . Nos lo empezamos a creer, y lo olvidamos a los tres meses y veinte días de nuestra "vida de adultos"...
 
Los inicios siempre apasionan, con su apariencia sin estrenar, siempre extraños e inciertos, a rebosar de "super-poderes" , ésos que te harán enfrentarte con éxito a cada traba que surja en el camino, que lograrán que lo consigas, no importa qué, en esos instantes eres invencible, y eso mola. No hay otra palabra, los inicios mo-lan.
 
Y a veces conviene recordarlo, hacer acopio de nuestras fuerzas y devolvernos a ese momento en que con un punto de locura nos prometimos cambiar el mundo, pues sigo convencida de que si le añadimos una pizca de cordura, lo conseguiremos.
 
Y quizá nos toque correr, y soplar muchas velas de cumpleaños pidiendo deseos, y buscar dientes de león que echar a volar mientras abrimos nuestras miras, y remangarnos los brazos, y no dejarnos vencer por las circunstancias. Y no desalentarnos si las cosas no siguen el curso que esperábamos, y si los obstáculos van apareciendo a cada paso continuar la marcha. Porque aquél día éramos invencibles, tan sólo hay que volver a aquél día. Y querer, querer, y querer.

 
 
"(...) We’re so young. We’re so young. We’re twenty-two years old. We have so much time. There’s this sentiment I sometimes sense, creeping in our collective conscious as we lay alone after a party, or pack up our books when we give in and go out – that it is somehow too late. That others are somehow ahead. More accomplished, more specialized. More on the path to somehow saving the world, somehow creating or inventing or improving. That it’s too late now to BEGIN a beginning and we must settle for continuance, for commencement. (...) We’re so young. We can’t, we MUST not lose this sense of possibility because in the end, it’s all we have." (extracto del discurso de graduación de Marina Keegan)

miércoles, 7 de octubre de 2015

Canción para nadie (Entre líneas III)

Quería escribirte, ¿sabes? Son muchas las veces que a lo largo de estos días, en circunstancias muy distintas, ha habido algo que me impulsaba a escribir, a dejar caer sobre un papel todo aquello que sentía, bueno y malo. Todo.

Curiosamente, no he podido tener a mano un simple ticket de la compra en que apuntar cuatro ideas, ni el móvil, nada. Y escribía en mi mente una historia, un intento de ensayo tal vez, una manera de poner orden a todas aquellas sensaciones que me embargaban y que iban cobrando forma de palabras.

¡Quería compartir contigo tantas cosas!

Quería hablarte de aquel sitio, de aquellos días, pero hablar sin parar. Y sabría que las palabras saldrían de mi boca casi a borbotones, confusas ante tanto movimiento, tan sólo por esa emoción que sentía de transmitirte todo aquello que había podido vivir, que consideraba un regalo, y que quería también para ti.



Quería desahogarme un poco también, pues sabes bien que aquel gesto tan sumamente falto de respeto me indignó durante días. Y, que fueron muchas, pero muchas, las noches que estuve a punto de cometer una tontería, y que si no lo hice fue por ti. Y también quería hablarte de aquel tipo, te caería bien, uno de esos hipster con barba, ya sabes, que con cuatro frases apasionadas consigue que te quites el sombrero si es que lo llevas. Que hay gente, mucha gente, con grandísimas ideas ahí fuera, y que no las estamos escuchando pues sólo hacemos hueco a nuestras opiniones.

Quería contártelo, ¿sabes? Pero aún no he encontrado ni el modo ni las palabras.



Durante aquellos días pienso que mis manos lloraban si es que eso es posible; y que todo aquello que pensaba en escribir se desvanecía dejando en mí una sensación de ahogo, de nostalgia de aquel mundo paralelo en el que me había perdido por unos minutos; de metas alcanzadas, de batallón de campo, de caminos cruzados, de girasoles y paraguas.

No era nostalgia amarilla, era nostalgia de ti. 


Quería escribirte, ¿sabes? A ti que no tienes nombre, que no tienes rostro ni escucho tu voz. A ti, cuyas manos aún no he sentido, cuyos pasos no he visto llegar. A ti, de quien no sé aún tu procedencia, ni el momento, ni el lugar. Tan sólo sé, y por lo pronto me basta, que tienes en tí ese mirar.

Y hoy, de pronto, lo recordé. Fue apenas un parpadeo, dos segundos en que todo volvió a mí, en que le miré tratando de buscarte, de cruzar de nuevo esa mirada con la mía para cerciorarme de esa inefabilidad que quiero contarte. De que tal vez, y solo tal vez, hoy podría emborronar en un papel todo aquello que se perdió en mi memoria a falta de un buen boli bic. Ocurrió todo muy rápido, tanto es así que volví a sentirlo. Esto no es nostalgia amarilla, no es posible que lo sea, es semplicemente nostalgia de ti.

Perdí de pronto las ganas de preguntarte tu opinión sobre el contenido de aquella carta casi viral de si quería o no ser soltera contigo. Y sobre tantas y tantas teorías baratas que nos atrevemos a decir o escribir, de esa absurda manía que tenemos de opinar sobre todo y todos, ese vicio de tener la razón, ese "yo soy muy independiente", ese "es que a mí me gusta viajar", ese "no, en realidad significa esto". Utopías la vie en rose que vendemos al mejor postor.
 
Mirar sin ver, o ver si sin mirar, que para el caso es lo mismo. Quería preguntarte tan sólo si nunca has sentido vergüenza de la ignorancia del resto, pero sobretodo de la tuya, esa pequeñez tan nuestra que de tan pequeña ni la vemos. De dibujar garabatos con los que adornar sueños cobardes para los que no nos ataremos ni los cordones de los zapatos para alcanzarlos. Y es que veces somos muy graciosos...


Quería decirte tan sólo esto, actos, actos, actos.
 
Que para empezar sólo hace falta una cosa, remar en un mismo sentido, y que si de primeras no vas a hacerlo no dudes que caerás pronto de la barca, y no será por casualidad... Llámalo independencia, llámalo "x", conociendo mi rumbo ¿por qué remar a tu lado sabiendo que tú persigues uno distinto? Saint Exúpery lo deja bien claro: "Amar es mirar los dos en la misma dirección." Amar, remar, nadar, salvarse... Que ante una tormenta no se te ocurra hacerte el héroe y empaparte tú sólo, y que si tú saltas, yo salto, que Jack cabía en la tabla que sí. Y que encontraremos la manera, nuestra manera, no la de tus amigos o los míos, ni tan siquiera nos servirá la de tus padres. No. Será nuestra manera. 
 
Palabras, al final muchas veces no dicen nada, no es que pierdan su significado y queden vacías, es que las modificamos. Hemos desarrollado esa maravillosa técnica, y no sólo los juristas, de lograr que digan lo que nosotros queremos que digan, de volver a nuestro favor su significado. Y es que, al pan pan, al vino vino. Y si quieres peces, tendrás que mojarte el culo. Que me voy por las ramas, ya lo ves.

Que adoro las palabras, ¿no es evidente? Pero me apasionan aún más cómo actúan los silencios, cómo hablan nuestras obras. (Por si no había quedado claro antes: actos, actos, actos.) Que esa palabrería de que respetas mi espacio y yo el tuyo es maravillosa, de verdad. Y que no hay cosa que me dé más paz que conocer a alguien que tenga su espacio y no quiera perderlo. Pero también quería decirte que no nos enteramos de nada, que entre interesarte por una persona y depender de una persona hay todo un océano, y que agradezco enormemente que no invadas ni mi privacidad ni mi desarrollo personal, así como admiraré esa manera tan tuya de hacer de lo mío algo tuyo, esto es, que sientas mis alegrías del mismo modo que yo, mi tristeza como yo, mi apatía o mi ilusión. En definitiva, que estés. Sencillamente eso, que estés. 

Decía Aristóteles que un amigo es un alma en dos cuerpos. Serás muchas cosas: compañero, amante, consejero y cómplice; pero ante todo, amigo.

Que tú eres tú, y yo soy yo, y me dirás ¡menudo descubrimiento! Pero esta perogrullada nos explotará en la cara en más de una ocasión, como tantas veces en la vida, pues nuestras diferencias chocarán, y pensaremos que para entendernos no hacen falta palabras. Y no, para entenderse la mayoría de las veces habrá que hablar.


Que he de confesarte una cosa, y es que cuando empecé a escribirte en verdad no tenía intención alguna de contarte todo esto, que eran otras cosas, muy distintas, de las que quería hoy hablarte. Que apenas sigo el ritmo de mi mano escribiendo a mala letra ese folio medio arrugado. Que he vuelto a perderme por unos minutos en esas metas alcanzadas, en ese fango del batallón de campo, de caminos cruzados, de girasoles y paraguas. Supongo que tan sólo quería escribirte. A ti que no tienes nombre, que no tienes rostro ni escucho tu voz. A ti, cuyas manos aún no he sentido, cuyos pasos no he visto llegar. A ti, de quien no sé aún tu procedencia, ni el momento, ni el lugar. Tan sólo sé, y por lo pronto me basta, que tienes en tí ese mirar. 
 
Quería decírtelo sin más, con la elegancia de lo humilde, la sencillez de lo pequeño, pues a buen entendedor pocas palabras bastan. Pero me he escapado, lo siento, comencé a escribirte al son de unos acordes, entre las líneas de una canción, una canción para nadie.


 
"Me faltan detalles que he de concretar,
el color de ojos por ejemplo me da igual,
risas que no falten, me voy a callar. "