La RAE recoge dos definiciones para explicar lo que es utopía.
1) Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización
2) Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.
Para mí utopía es un libro, es Tomás Moro, y es una película.
Recuerdo la primera vez que escuché esta palabra, fue en la película "Por siempre jamás" y ahora siempre que la escucho vuelvo a aquel instante, a aquella película que me encantaba cuando era niña. Venía a ser una versión con "personas de verdad" (como a mí me gustaba decir a todo aquello que no fueran dibujos) de la Cenicienta, en que la protagonista tenía especial cariño al libro de Utopía escrito por Tomás Moro y que le leía su madre cuando era pequeña. Era, básicamente, el libro en que Cenicienta (que aquí se llamaba Danielle) apoyaba toda su causa, una lucha incansable contra la injusticia.
Hace unos días eché tarde y noche con una amiga en un McDonalds de Madrid, y nos dejamos llevar durante horas mientras nos tomábamos nuestro combo de hamburguesa, patatas y refresco, por una conversación que había empezado sobre un tema banal y terminó por ser toda una discusión filosófica sobre la vida, la sociedad actual, lo que vemos a nuestro alrededor, y lo que nos gustaría que fuera.
Hablamos de política, y de lo poco que nos gusta porque a día de hoy son pocos los políticos que la ejercen por vocación de servicio y más por fama, reconocimiento, o dinero. Hablamos de las próximas elecciones; de los próximos años, de lo que queríamos hacer con nuestra vida y de todo lo que aún no veíamos claro. Hablamos de extremos, y del daño que se hace, del fanatismo que sin mala intención se lleva por delante a sus opuestos.
Quiero pensar, que sin mala intención.
Hablamos de nuestras propias convicciones personales, analizando si de alguna manera con cualquiera de nuestros actos pudiéramos haber faltado al respeto a alguna persona, ser intolerante, o herir. A veces hablar de esto está bien, porque no todos somos conscientes de la misma manera, o la sensibilidad de cada uno es diferente para apreciar que una determinada expresión nuestra ha podido faltar al respeto de otro sin tener la intención.
Cada día, aquí y allá, estamos en compañía de alguien. Tenemos que convivir unos con otros, conocidos, desconocidos, amigos, pareja, familia... Ninguno es igual, de hecho quiero reiterar esta afirmación: no hay dos personas iguales.
Hay semejantes, unos comparten contigo tu carrera, tus estudios, un pasado de campamentos, el gusto por un buen restaurante y la pasión por las convenciones frikis. Otros comparten contigo una meta, un proyecto común, o el objetivo diario de salir a correr por las mañanas y ponerse en forma. Compartimos en mayor o menor profundidad parcelas de nuestra vida. Con algunos la afinidad es mayor, con otros es menor. Las convicciones personales, la misma fe, el mismo modo de entender la propia vida. Algunos comparten doctrina en algún tema jurídico como puede ser la cadena perpetua, otros formarán parte del "otro sector de la doctrina" que siempre existe. Porque siempre habrá dos caras en la moneda.
Somos diferentes, pensamos diferente, y eso está bien.
Unos son más amables que otros, más cariñosos, o más divertidos. Otros carecen de empatía, pero están llenos de buenas intenciones aunque nunca logren entender nada. Los hay muy responsables, y otros más temerarios, con más facilidad para ciencias, para letras, para el arte... Somos muy distintos todos, y por eso entre otras cosas tenemos la necesidad de hablar, de expresarnos, de dar a conocer nuestra postura acerca de algo y motivarla. No debemos olvidar nunca que la otra persona, por muy empática que sea, no es adivina. Tú eres tú, pero solamente tú puedes serlo y estar en tu cabeza, la otra persona no.
Algo así vino a ser nuestra conversación. Al terminar le dije que lo suyo sería vivir en una utopía. Algo que según la RAE es de muy difícil realización pero que, de acuerdo con su segunda definición, posee características favorecedoras para el ser humano.
No entiendo muy bien por qué he terminado por escribir esto. Pero hoy, al leer la noticia del asalto a la capilla de la universidad no me invadió la indignación que sentía otras veces cuando veía que esto pasaba en la Complutense. Esta vez tocaba más cerca, esta vez comprendía más. Esta vez, dolía. Y me vino a la mente la palabra "utopía", que tal y como dice la RAE sigue siendo una "representación imaginativa", porque eso es lo que es.
Y me dio pena, me dio bastante pena pensar que pueda haber gente que sea una distopía, algo que se define como una "sociedad ficticia con características indeseables", definición a la que indudablemente hacen honor.
Podemos ser diferentes, pensar completamente distinto, afrontar la vida de modos opuestos y rezar a un Dios distinto o a ninguno. Y se puede hacer, sin caer en la distopía. Se puede hacer, porque en la pequeña parcela de mi existencia lo he podido descubrir, y rodearme de gente muy parecida a mí y también muy diferente, y reír, y hablar hasta altas horas de la madrugada, y salir a correr por la mañanas y tomarte una cerveza un jueves por la tarde.
Se puede hacer cuando te explicas con libertad, cuando la otra persona lo respeta, y cuando tú la respetas. Puedes estar en contra, obviamente, de hecho lo estarás muchas veces, muchísimas, ¿pero es necesario perjudicar al otro para reivindicar una postura?
Siempre he escuchado que mi libertad termina donde empieza la del otro. A los que profanasteis la capilla universitaria, simplemente quería preguntaros cómo podéis reclamar una libertad cuando ni siquiera respetáis la del otro. Y, la vuestra, terminaba en la puerta de esa capilla.