domingo, 27 de diciembre de 2015

Salitre

Recuerdo que era verano, mis pies se columpiaban en aquella barandilla que había sido puesta con la intención de que nadie se adentrara en las marismas, aquella cuya utilidad había terminado por ser la de un asiento de primera desde el que contemplar el atardecer. El sol caía de una manera que ni el mejor de los poetas lograría describir, dejando tras de sí una estela de luces y sombras, reflejos de un día que llegaba a su fin.


Tenía entre mis manos un menú de un bar cercano, hacían promoción, y es por eso que aquella tarde se habían esmerado en repartir todos y cada uno de los panfletos que anunciaban sus espectaculares precios. Lo doblé una vez, después otra, y sin ser del todo consciente dejé que mis dedos fueran armando un barco de vela, como aquél que ponía imagen a la leyenda que una vez me contaste, cobijados tras los arbustos que nos daban sombra en un día casi tan caluroso como el de hoy.


Desde aquella primera vez se convirtió en tradición. Y, por lo menos una vez cada verano, me sentaba a ver ponerse el sol en el horizonte mientras dejaba que me rodearan las historias que traía el viento, de grandes amores y guerreros pasados, de batallas sufridas, traiciones, amistades, marinero en tierra, e "¡¡icemos todos la bandera!!", de valores eternos, de personas de principios, de cobardes, de valientes, de un pasado que tenía mucho que contar pues había sido acallado según convino en su momento.




Historias que pasaron de padres a hijos, y de éstos a sus hijos, y así por generaciones.  Yo los iba dejando entrar en aquel barco de vela, a todos aquellos personajes; y en aquel primer doblez se colaron seis batallas; después otro y ahí llegaban los piratas; y en la vela los amores, las amistades, los valientes, los débiles, y esas obras que cómo bien de dice el refrán "son amores".



He de reconoceros una cosa, y es que no puse mucho empeño en recordar las traiciones, ni a esos malos "de libro" que siempre encuentran su hueco en toda historia. He de reconoceros que cerré ojos y oídos cuando me hablaron de brujas, y pensaba en cosas bonitas cuando me contaron algún suceso triste. He de reconoceros que, nunca he sido de sufrir en vano,  bastante tiene ya la vida, ¿no?


Dejé que la brisa me envolviera en su calidez, y sentí tus manos sobre las mías enseñándome a dar forma a esta hoja, escuchando embobada en tus cuentos la misma vida. Es curioso como todo vuelve, lo que hoy vemos moderno, progresista, ya lo fue hace 50 años, y hace 100, y así, y así.


- ¿Sabes lo que es de verdad renovador?


- ¿Qué?

- La coherencia. Nunca vayas a medias, nunca juegues a dos caras, nunca seas el bufón de la corte que juega en los dos bandos. Si crees en el algo, ve hasta el final. No te conformes con una vida cómoda, no te hará feliz. 

- ¿Pero cómo no te va a hacer feliz? Así me quedaría con lo bueno de cada parte, ¿no?- te decía yo ingenua.




Y recuerdo como tú levantabas la vista al cielo como diciendo "¿Qué voy a hacer con esta niña?",y es que a fin de cuentas yo era eso, una niña. 

Con el tiempo descubrí que no había manera de vivir a medias y ser feliz, o al menos verdaderamente feliz. No era capaz de esconderme de lo que yo creía y sabía correcto para vivir una vida un poco más cómoda y un poco más de acuerdo con la corriente. Que a veces eso de no dejarse llevar cansaba, y además cansaba un rato. Y el auto-engaño nunca llegó a funcionar por más que lo intenté, esto de pensar una cosa y decir otra y luego ya actuar de una tercera manera me parecía tan necio que no tuve más remedio que aceptar la verdad. All in or nothing, todo o nada. Aunque cueste, aunque duela. Como decías tú, "aunque todo".


En estos días de diciembre, ese mes que llaman el viernes del año, vuelvo a aquellos días, en los que echábamos a volar nuestros sueños imposibles y les dábamos forma, les trazábamos una escalera para alcanzarlos, como aquélla que dibujábamos para llegar el cielo. ¿Recuerdas?

- No te pares si no es para tomar perspectiva, que sino luego cuesta más retomar la marcha-decías. 

Y es verdad. Necesitaba tomar perspectiva para este nuevo año que se avecina, también lo necesitaba aquella tarde de verano en que me detuve a contemplar el atardecer con ese barco entre mis manos. Y traté de engañar los años que habían pasado desde entonces, volver al mismo instante, y sentir la calidez de tu mirada, tus manos ásperas sobre las mías, y esa sensación de protección que inspiraba tu presencia, ese respeto a tu sonrisa ancha y clara, y sempiterna admiración por ese corazón tuyo de apariencia escurridizo, pero que en realidad era entregado, sensible y sincero. 

La honradez y sencillez que me inspiraste con tus actos se confundía en un mundo en que todo es relativo en beneficio nuestro. Necesitaba aires nuevos, supongo que necesitaba de tí. Bajé de la barandilla con un propósito en mente: encontrarte. Necesitaba pisar tus huellas, ocultas bajos los destellos de salitre, regresar al principio y al ocaso. Recordar que donde haya mar, no habrá espacio, ni tiempo. Tan sólo tú, yo, y el barco de vela.




domingo, 6 de diciembre de 2015

Bendita locura

Bendita locura, es algo que pienso mil veces, cada día, de cada año, desde que fui consciente.

Ya es diciembre, y ha comenzado de la mejor de las maneras, celebrando el cumpleaños del Capi de la casa,  el que se ha entregado cada día hasta el final a cada uno de nosotros, a cada uno de sus amigos, a cada persona que saliera a su encuentro. Siempre con mucha paz, con mucha serenidad, enseñando con cada uno de esos gestos la grandeza de la persona, lo que podemos ser, y viendo su sonrisa, lo que queremos ser.

No escribiré más sobre él, aún no, aún no soy capaz de expresaros de alguna manera cómo es y quién es en mi vida, en la de mi familia. El abecedario se queda escaso, las palabras, pobres. 

Empecé a escribir hace ya un par de semanas, pero la intensidad de los días me dio un toque de atención y decidí que casi mejor dormir, que ya escribiría otro día, que esto iba a necesitar de un poco más que 10 minutos.

Pero no los tengo, es así, hace un par de noches retomé este post para volver a apagar el ordenador e irme a dormir. Estoy en esa época de la vida en la que uno aún no sabe cómo compaginar su propia vida personal, con las exigencias de un doble grado universitario, y un trabajo por las mañanas, y aún con todo hacer las cosas bien y sin morir en el intento.

Y las cosas no siempre salen bien. Cada vez siento más cariño, más afinidad, por esas personas que, como yo, no hacen las cosas bien, no llegan a todo, pasan las horas del día y siguen con sus pelochos, y cuando no pueden más lo mandan todo a Parla y se van de cañas con los amigos. Es cierto, me doy cuenta de que estamos por un lado los humanos, y por otro los perfectos, los que llegan a todo, los que todo les sale bien, los que tienen 3 trabajos y 4 carreras y ni una sola ojera, y además salen a correr, están superdelgados, y se levantan cada día de la cama de un salto y con una sonrisa ancha en la cara. No sé si no me caen bien o es que los envidio profundamente, aún lo estoy decidiendo...

El caso es que yo soy de los otros, de esa especie que no es perfecta, y que tampoco es que quiera serlo, la verdad sea dicha, bastaría con que todo saliera algo mejor, sólo eso. Y a veces me encuentro sumergida en un sinvivir de cosas, "las más" que no tienen en realidad importancia, pero que por presión, por el ambiente, por lo que sea, las veo como problemas. Y al final se convierte en un hacer, hacer, y hacer, y nada se hace bien, y nada se disfruta, y todo son problemas, y siempre hay más y más y más cosas que hacer en esa lista de To Do, y parece que las que tachas son cada vez menos. Y así un día tras otro, locura continua, pero ¡bendita locura!



Locura la que tenemos todos, y la que comenzaste tú, aquél día, diciendo sí. Sí a todo lo que viniere, sí a asumir tus actos, si a vivir la vida y romper las reglas. Sí. Sí a mandar al carajo la opinión de otros, lo políticamente correcto, lo prudente, lo moderno, lo conservador, los estereotipos, ¡todo!

Sí, sí a no escudarse, a mirar la vida de frente, sin afán de perfección absurda, sin tontadas, que al final se nos pierde la vida en las cosas banales, al final todo te encuentra, al final las cosas son un problema en la medida en que tú las ves como tales.

Que sí, que bendita locura, que yo no puedo negarlo, ¡que es más que evidente! Que sin locura y sin cordura, poco o nada seríamos.

Y me gusta, me gusta esa locura de tener el 5º hijo, ¡madre de Dios! ¿Cómo se les ocurre? ¿Pero no tenían suficiente con cuatro? ¿Pero cómo lo van a sacar adelante? ¿Pero, por qué ahora? Pues miren, señores, no sé ni porqué ahora, ni porqué no fue ayer, ni porqué no en 3 años. Pero está en camino, y es ahora, y todo lo que tienen y dejan de tener ya lo saben ellos sin necesidad de que se metan otros en su vida. ¡Caray! ¡Qué parece que nos aburrimos con la nuestra y hay que opinar de la de otros! 

Y me gusta, me gusta esa locura que te ha invadido, que vas por 4º de medicina pero que qué narices, que no te gusta en absoluto, que tú en realidad eres un loco filósofo, y que eso es lo que quieres hacer, así que ahí estás, con los micajos de 18 años estudiando esa carrera que realmente te hace feliz, enhorabuena, y mucha suerte ;) 



Y bendita locura, la de esos viajeros, ésos que han encontrado ya a su compañero de aventuras, los veinteañeros que desafían los estándares actuales, que se quieren, que están seguros, que son maduros y que no son alérgicos al compromiso, que se quieren hoy, y quieren quererse mañana, pasado mañana y así, así, así... Sí quiero, y adelante valientes. Locos cuerdos, cuerdos locos, ya no sé lo que son. Son veinteañeros, que no giran alrededor de su persona, que juventud divino tesoro sí, y que la vida no es viajar, beber, tener una aventura, y viajar, y beber, y otra aventura más si cabe antes de "sentar la cabeza". 

Y es que una escucha aquí y allá, y me admiro, de verdad, de la complejidad y de la diversidad que tenemos las personas en nuestra mente, de dónde ponemos unos y otros nuestras prioridades, nuestros ojos, nuestros objetivos, y nuestra felicidad. Pero, sobretodo, de cómo ordenamos todo eso.

Y siempre he creído que la clave de todo está ahí, en saber ordenarlo todo en nuestra vida, en no vivir la de otros sino la nuestra, en ponernos nuestras metas, no las de otros, en conocernos y decir que qué bien, que no soy igual que la del quinto, así que afortunadamente todo eso que ella tiene y yo no tengo no es para tanto, resulta que ni me iba a hacer feliz ni nada. Que cada uno tiene su vida, cada uno tiene su camino, y está bien. Que le he cogido cariño a mis ojeras, mis carreras, mis agobios, mis momentos de "no quiero ver a nadie" y mis momentos de "hoy se sale, ¿no?".

Y tú, que en tu bendita locura has sacado un rato para mí en tu apretadísima agenda, y me dedicaste tu tiempo como si no tuvieras nada mejor que hacer. A tí no sólo te dedico un brindis, a tí en concreto te doy las gracias.



Y aprendí a no juzgar sino a gozar con las pasiones ajenas.  Ya no opino, soy la primera que nació de una bendita locura, de un cómo se te ocurre a estas alturas, y una imprudencia a los ojos de esa sociedad que de tan políticamente correcta a veces olvida que lo esencial es invisible a los ojos, que lo importante no está en lo material, y que aunque haya un camino más o menos paradigmático que se espera que sigamos no tenemos por qué hacerlo, muchas veces no lo haremos, y estará bien, estará bien. No hay que asustarse por vivir la propia vida, por pensar por nosotros mismos, por tomar decisiones, por ir un poquito (o un muchito) contracorriente, por pedir ayuda, por callar un rato, cerrar los ojos, y mirar adentro. No hay que asustarse por vivir la vida de uno mismo, y no imitar la de la "it girl" de turno. 

En los últimos días he escuchado tantas locuras que me han llenado de alegría que no podía evitar escribir un poquito de todo eso por aquí. Tenemos que dar gracias, ¿no creéis? tenemos que dar, entre otras cosas, muchas gracias por nuestro caos, nuestra locura, y nuestra cordura. 

Comienza diciembre, el último mes de al año, y pareciera que fue ayer cuando nos felicitábamos el 2015. No quiero resaltar lo obvio ni lo típico, pero de verdad, de verdad que parece que fuera ayer. Y luego, echas la vista atrás y te maravillas de todo lo que has vivido, de cómo te ha cambiado, de cómo han cambiado algunas cosas y otras han permanecido. Yo a menudo me maravillo de mis amigas, ésas que pasan los años y siguen dispuestas a aguantarte con tus más y tus menos, y no sólo aguantarte, sino quererte. Y me maravillo de mi familia, pocas cosas dan más estabilidad que tener un refugio firme y acogedor al que acudir cuando el temporal arrecia. Y me maravillo de cómo se han cerrado los quizás , cómo han nacido otros, y en cómo hay meses que pareciera que no pasó nada del otro mundo y otros en los que se desató Troya. 

Hoy, que por fin termino este post, es segundo domingo de adviento. Para los católicos diciembre es especial, no es sólo la Navidad entendida en el contexto de consumismo extremo, y reuniones familiares, y cenas de amigos, y las fotitos de rigor a las redes sociales para mostrar al mundo cuán dicharacheros y acompañados estamos, ni nada de eso. Diciembre para nosotros es mucho más, pero bastante más, y en esta época que estamos viviendo creo que es importante que lo recordemos, que volvamos al principio, que nos hagamos niños que tengamos todos no sólo una bonita y feliz Navidad, sino una auténtica Navidad. 



Pd: Como véis, he sido un poco monotemática en las fotos de esta última entrada. Son de la película Matar a un ruiseñor, no la he visto pero he leído recientemente el libro, y es... Bueno, es fantástico! Ahí lo dejo ;)


sábado, 14 de noviembre de 2015

Not in my name

Escribo esta entrada porque hoy tuve un despertar más que extraño. Porque sentía la necesidad pero también un importante respeto. Porque no encuentro palabras, porque no encuentro manera, porque anoche nos tocó cerca, muy cerca, una situación que lleva ya mucho tiempo cobrándose vidas, sólo que más lejos. 

Hoy la casa se sentía sombría, y mientras esperaba a que el microondas terminara de calentar el café iba deslizando el dedo por el móvil viendo los titulares de los atentados en París. Volví a suspirar aliviada, y di gracias, gracias porque de un modo u otro todos aquellos que conozco que están en París están bien, gracias porque una de mis mejores amigas decidió coger un vuelo a Madrid apenas un día antes de los atentados. Gracias por no haber sufrido en primera mano, el horror que ayer se vivió en las calles de París. Gracias porque están bien, gracias, gracias. Es un gracias egoísta, lo sé. Sé que no todos pueden decir lo mismo, y soy incapaz de imaginar el dolor, la estupefacción, el shock de todos aquellos que lo presenciaron, los escalofríos que les deben recorrer ahora tras todo aquello que pueda parecer un disparo. Y cómo confiar, cómo salir con el mismo descaro que antes a la calle, cómo sentirte seguro en un mundo en que hay quien ha decidido tomarse la libertad de poner fin a nuestras vidas. 


Y nos hacemos presa del miedo, del horror, desde la "h" hasta la "r", no se me ocurre otra palabra para describir lo de anoche. Y, de qué manera, nos ha sacudido al resto del mundo. Es algo que se palpa en el ambiente.

Salí con prisas de casa, estaba tan ensimismada en mis pensamientos que cuando miré la hora descubrí que ya iba algo tarde, por suerte el metro llegó a tiempo. La gente se encontraba agolpada frente a la puerta así que entrar en el tren fue a fuerza de escurrirse. Descubrí entonces un sitio vacío, y otro, y otro, y no entendía por qué nadie se había sentado. Avancé hacia allí cuando me paré en seco al descubrir quien ocupaba el cuarto asiento. Miré hacia el suelo de un modo rápido y espontáneo; de pronto ya no quería sentarme y, sin darme cuenta, trataba de disimular mis iniciales intenciones mirando hacia mi alrededor, tratando de evitar pasear mi mirada por aquellos asientos. 

Aquello debió durar un lapso de 10 segundos, pero por todo lo que pasó por mi mente pareciera que fue una hora. Decidí que era un estupidez, que no era justo, y finalmente ocupé uno de los asientos, avergonzada por mi propia conducta miraba al suelo, veía sus zapatos, unas botas como las que podría llevar cualquier otra persona. Y es que si tan solo miraras sus zapatos, podría ser como otra persona... 


Observé como los llevaba hacia atrás, tal vez hubiera sido algo indiscreta, y me giré para mirar hacia la ventanilla, otra vez para disimular... En el reflejo veía a la gente observando la situación, arrimados unos a otros por el escaso espacio libre, agarrados a los barrotes para no caer ante cualquier parón imprevisto. Ví a una señora contemplando a la protagonista de esos zapatos, y me bastó ver su mirada para decidir que yo no quería ser así, no podía serlo. Su mirada reflejaba tanta desaprobación, tanto desprecio, que decidí que yo era una cobarde, eso como poco, y que tenía que mirarla ya de una vez a los ojos, que ella no tenía la culpa de nada. 

Ella tenía los párpados entornados, con los dedos retorcía nerviosa un hilacho descosido de su jersey, y uno de esos pañuelos que tienen por tradición (o convicción) vestir le distinguía frente a los demás y le tapaba su oscura melena, desconozco si era un hiyab o una shayla, pero su cara estaba al descubierto; el resto de su vestimenta era normal, similar a la de cualquier otra mujer de su edad. Cualquier otra mujer, que no se vería sometida a semejante escrutinio ni juicio por los demás, no sería evitada, esquivada, casi temida, o incluso odiada, sin haber algún motivo personal de por medio. Ella sí, y después de todo mi debate interno, pensé que no era justo.

La noche de ayer en París fue un horror, como lo fueron los atentados contra la revista francesa hace 10 meses, como lo es cada vez que un individuo (pues no puedo, de verdad, equiparar su carácter de "persona" al de cualquier otra) en defensa de una creencia decide sobre la vida de los demás. Un individuo que sin motivo alguno decide matar a tu vecino, hermano, primo, padre... Sales un viernes de fiesta, y no vuelves. Estás dando un paseo, y no lo cuentas. Y aquellos que te quieren viven un calvario por el resto de sus días. ¿Por qué? Sólo porque un individuo ha decidido hacerlo. Sus motivos los conocemos, pero no voy a entrar en historia, defienden el reino de Alá, y mueren por ello, creen de verdad que lo que hacen es lo correcto. Y, cuando alguien es hasta capaz de morir por algo, ¿cómo no vas a tener miedo de lo que es capaz si no teme ni perder su propia vida en el camino?

Un individuo de esos, detonó anoche esos explosivos, disparó, destruyó centenares de vidas. Un individuo francés, cuya educación pública ha pagado el estado francés, al que se ha acogido, al  que se ha tratado de equiparar en derechos, en deberes, en libertades. Un individuo que cada mañana, se despierta y ora a Alá, como esta chica que tengo sentada en frente. Lee el Corán, igual que ella, ayuna en Ramadán, etc. 

Igual que ella. 


Pero no, no es igual que ella. Claro que no. Lo triste, lo injusto, es que los hayamos equiparado. Lo triste, es juzgar a la chica por los crímenes de alguien que también le causa repugnancia a ella. Lo triste, es un vagón de metro lleno de gente, y asientos vacíos alrededor de una mujer de religión islámica. Lo triste es que ese sea nuestro primer instinto, siempre generalizar, yo la primera. 

Al volver a casa quise comentarlo, en la radio se escuchaban las últimas noticias de París, las muestras de condolencia y respeto de todo el mundo, y el gesto de una mujer que cubría su pelo con un hiyab dejando flores frente a la embajada de Francia en Madrid, presa de las lágrimas. Lo sucedido, no es en su nombre. 

Vuelvo a ver el Facebook, y entre las múltiples fotos de perfil que se han modificado para mostrar la bandera francesa veo una noticia, es aquella que da título a este post: Not in my name/ No en mi nombre. 

Por mi parte no hay más qué decir, soy incapaz de meterme en los zapatos de ella, y llegar a comprender desde dentro lo que debe sentir. Y, sobretodo, ni puedo ni quiero imaginar el dolor de todos aquellos que han perdido a alguien en los atentados, y ante esta impotencia me sumo como mucha gente a las oraciones. Ese #prayforparis que se ve en todos lados que se haga una realidad, no un cúmulo de buenas intenciones y tenerlos presentes en nuestros pensamientos. P R A Y   F O R   P A R I S

domingo, 1 de noviembre de 2015

Y sin perder el norte

Miré a mi alrededor sin detenerme en el cruce. Caminando a un ritmo acelerado como el resto de la gente, sintiéndome atravesar las calles de un inmenso Manhattan, y entonces un escalofrío recorrió mi piel. No entendía nada, me sentía inmersa en un mundo que no era el mío, o que al menos no lo había sido hasta ahora. Como un pez en una pecera en medio de todo un océano, observando, aprendiendo, tratando de mimetizarme, de nadar. En realidad, ¡lo primero era empezar a nadar!

Me sentía la novata del montón, con paso decidido para no delatarme, como si de pronto, me hubiera olvidado las instrucciones de la vida y no supiera donde tirar. Confusa como estaba decidí hacer una parada en el camino, a fin de cuentas iba con tiempo, y me senté en el banco de una parada de autobús para resguardarme del viento. Comencé a observarles uno a uno, y sentí mis ánimos desfallecer, ¡aquella masa atraía tanto en la lejanía! En cada hombre de chaqueta veía un líder, un empresario bueno y creativo, un abogado apasionado, un médico simpático y un broker con alma. En cada mujer alzada en sus tacones veía la heroicidad de quien saca adelante varias cosas a la vez sin perder detalle, sin perder el norte y dándole a cada una de sus labores ese toque de bondad o de ternura con que allanar cualquier bache del día. Veía profesores henchidos de entusiasmo y periodistas sagaces buscando una verdad. Veía todo eso antes de detenerme en cada uno y sentir el mito caer a mis pies. 


Y entendí de pronto algo; el poder de la masa, su inesperado asalto y la confusión inmediata de verte dentro sin haber sido preguntada. Consulté la hora otra vez y descubrí con asombro como habían volado aquellos minutos, un nudo aprisionó mi estómago mientras avanzaba con prisa entre esa masa. Esa masa. Masa. Masa...

Le dí vueltas a esa palabra durante el resto de la mañana, recordando esa sensación que había tenido de "Hola soy Anne Hatthaway caminando estilosa y victoriosa entre esta masa de gente" sólo que aquello no era Manhattan, era Madrid, y evidentemente yo ni era Anne Hatthaway ni tenía acceso a sus zapatos. Ya, al caer la tarde, decidí atajar en mi vuelta a casa por uno de esos parques que hacen las delicias de los niños, y al descubrir entre ellos algunos vestidos con mi viejo uniforme me trasladé unos años atrás, que no eran tantos. Porque no lo eran, ¿no?

- ¡¡¡Soy el rey de Marte!!!
- No puedes ser rey de Marte
- ¿Y por qué no?
- Porque en Marte no hay reyes, hay presidentes.
- Sí que los hay, yo los he visto.

En fin, os imaginaréis el resto de la disputa. No pude evitar sonreír, y dejé que me invadiera la nostalgia de aquel tiempo. 

Y es que arranca noviembre, y ya nos estamos desviando del camino. Así que vuelve a meter la marcha, ya sabes, primera y despacito, que hay que llegar a quinta, y sin perder el norte. Y no es fácil, ya casi lo hemos perdido del todo entre tanta excusa. Hace unos días comentaba con unas amigas este tema. Hemos recibido formación académica por aquí y por allá, por activa y por pasiva, pero a la hora de la verdad, hay algo que marca la diferencia. Y no es sino aquello por lo que admiras de verdad a una persona, que te hace apreciarla, encariñarte, y aprender. Que te hace feliz, porque que bien se está cuando se está bien, y para ello no hay más carrera que valga que la de la vida. 

Que si te llevas un desplante y te sienta fatal pues no se lo haces al otro, y que si te faltan 10 céntimos en el bus y te los da alguien salvándote así de un suspenso el día que te toque a tí pues se los darás. Que nadie nace sabiendo, y que a nadie nos cae bien una persona que dedica la mitad de su conversación a hablar mal de otros. Que los jetas y caraduras no hacen gracia y son una carga pesada, que cuando alguien respeta tu opinión distinta es un gustazo, y que los lunes con un "buenos días" entran mejor. 

Verdad que no?

Que no me apetece, la verdad, esa masa que tanto atrae en la lejanía. No me apetece en absoluto. Masa, masa... Es que cada vez me suena más frío. Y no somos fríos, ni máquinas, ni medios, ni objetivos. Somos personas, con sus vidas propias; rodeados de personas con sus vidas propias. Que la vida da lecciones a diario, y no las recogemos pues no prestamos atención alguna. Que esto es como todo, nadie nace sabiendo, y aprender se aprende en gerundio. 

- Bueno pues entonces soy Spiderman.
- Vale, ¡y me salvas a mí!-grita una niña a mi lado.

Y la verdad es que no, no me imagino a Spiderman diciéndole a la niña que se las apañe como pueda, hablándole de todas las personas a las que ha salvado hoy porque es que "aquí no trabaja nadie" ni diciéndole luego a su colega "Nada, otra vez, la niña ésta que es tonta y he tenido que salvarla." 

La formación académica no basta. Sigo viendo líderes, empresarios, médicos, abogados, periodistas... Sigo viendo personas, que se saben rodeadas de personas, que aunque caminan entre la masa no forman parte de ella, pues ellos, cada día, hacen algo que marca la diferencia. Yo nunca quise reinar en Marte; pero siempre me fijé en mis héroes y de noche soñaba ser algún día capaz de librar esas batallas, de ser así. Y en realidad lo que los hacía tan especiales no eran sus habilidades, la verdad es que lo que hacía la diferencia respecto de otros era el cómo lo hacían, el sentido último de todo.

sábado, 17 de octubre de 2015

Quizá nos toque correr.

Quizá nos toque correr, tras los sueños mucho tiempo. Quizá no estaba todo a un tiro de piedra. Quizá hacía falto algo más que hablar cuatro idiomas y medio, quizá no eras tan completo. 
Quizá fue ayer cuando teníamos 17 años, cuando con el buche lleno de sueños cruzamos estas puertas que se nos hacían tan grandes. Quizá fue más de lo que esperabas, quizá aún no sabes ni explicarlo, que es aquí y sólo aquí a dónde perteneces.
 
 
 

Quizá aún no se ha inventado una palabra que lo defina, que te defina a ti, qué somos y qué queremos.
Quizá antes de ayer cumplí 15 años, y todos me felicitaron con esa frase tan manida de "la edad de la niña bonita" que aún sigo sin entender. Bonitas siempre, vamos hombre. Quizá fue ayer cuando comenzó el bombardeo, de preguntas digo:

¿Qué quieres estudiar?

¿Qué vas a hacer de mayor?

¿A qué te quieres dedicar?

Vamos a ver, pero a tí, ¿qué te gustaría ser?

¿Sabes ya si irás por ciencias o letras?

 
Quizá fue ayer cuando tomé una decisión que para bien o para mal me ha llevado hasta donde estoy, cuyo destino aún no está en el billete, cuyo viaje continúo, pero oye, ¡qué bonito viaje! Quizá escogí amar, amar aquello a lo que iba a dedicar tantas horas de estudio y una estresante selectividad que cuando hoy la recuerdo me da la risa. A menudo, hacemos montañas por un grano de arena, ahora lo sé bien. 

Quizá te perdí en el revuelo, entre las viejas fichas de dibujo técnico y mis nuevos manuales. Quizá olvidé recordarte, cada noche y los veranos. Quizá no eras más que eso. Miento. Sé que no eras más que eso, un simple grano de arena que no supe ver en su momento. Quizá olvidé el perfume que desprendía tu piel, y el sonido de tu risa, y la intensidad de tu mirada, y tus manos de zurdo siempre llenas de tinta, y tu nombre escrito en mis cuadernos, y los chistes a tu costa, y lo que creí que eras, lo que pensé que dirías, lo que deseé que ocurriera. Quizá los años te dejaron ir, y de un modo u otro olvidé incrustarte en mi puzzle, esa pieza central que pensaba entonces. Quizá crecí, maduré de mayor o menor manera, y comprendí que no es bueno aferrarse a alguien, ya habías cumplido tu papel.




Y es que siento que fue ayer, cuando salí del colegio con una idea en mi mente surgida por los numerosos recortes de periódicos que había empezado a guardar desde hacía meses, aquéllos que reflejaban situaciones de malnutrición, niños soldado, pésima distribución de recursos, y una justicia que no hacía honor a su nombre. No podía hacerme médico e irme a África a salvar vidas, no iba a inventar la bendita cura contra el cáncer, ni salvaría a las tortugas. No iba a diseñar edificios de gran altura, ni estructuras determinadas con las que poder acoger a cualquier hombre sin hogar. No iba a cocinar platos junto a Ferrán Adriá, ni retransmitir la final del Mundial, ni rodar aquella película que a todos iba a gustar tanto. No iba a hacer nada de eso, no tenía ni la más remota idea de cómo responder a las incipientes preguntas sobre mi futuro, únicamente sabía lo que no era lo mío, y aquello que me gustaba y que quería estudiar. Quería cambiar el mundo, como queríamos todos, como querías tú y confesaste a todo el auditorio en el discurso de graduación.
De un modo u otro, queríamos hacer la diferencia.
 
 
 
Nos lo habíamos tomado en serio, eso de que "los niños son el futuro del mundo" . Nos lo empezamos a creer, y lo olvidamos a los tres meses y veinte días de nuestra "vida de adultos"...
 
Los inicios siempre apasionan, con su apariencia sin estrenar, siempre extraños e inciertos, a rebosar de "super-poderes" , ésos que te harán enfrentarte con éxito a cada traba que surja en el camino, que lograrán que lo consigas, no importa qué, en esos instantes eres invencible, y eso mola. No hay otra palabra, los inicios mo-lan.
 
Y a veces conviene recordarlo, hacer acopio de nuestras fuerzas y devolvernos a ese momento en que con un punto de locura nos prometimos cambiar el mundo, pues sigo convencida de que si le añadimos una pizca de cordura, lo conseguiremos.
 
Y quizá nos toque correr, y soplar muchas velas de cumpleaños pidiendo deseos, y buscar dientes de león que echar a volar mientras abrimos nuestras miras, y remangarnos los brazos, y no dejarnos vencer por las circunstancias. Y no desalentarnos si las cosas no siguen el curso que esperábamos, y si los obstáculos van apareciendo a cada paso continuar la marcha. Porque aquél día éramos invencibles, tan sólo hay que volver a aquél día. Y querer, querer, y querer.

 
 
"(...) We’re so young. We’re so young. We’re twenty-two years old. We have so much time. There’s this sentiment I sometimes sense, creeping in our collective conscious as we lay alone after a party, or pack up our books when we give in and go out – that it is somehow too late. That others are somehow ahead. More accomplished, more specialized. More on the path to somehow saving the world, somehow creating or inventing or improving. That it’s too late now to BEGIN a beginning and we must settle for continuance, for commencement. (...) We’re so young. We can’t, we MUST not lose this sense of possibility because in the end, it’s all we have." (extracto del discurso de graduación de Marina Keegan)

miércoles, 7 de octubre de 2015

Canción para nadie (Entre líneas III)

Quería escribirte, ¿sabes? Son muchas las veces que a lo largo de estos días, en circunstancias muy distintas, ha habido algo que me impulsaba a escribir, a dejar caer sobre un papel todo aquello que sentía, bueno y malo. Todo.

Curiosamente, no he podido tener a mano un simple ticket de la compra en que apuntar cuatro ideas, ni el móvil, nada. Y escribía en mi mente una historia, un intento de ensayo tal vez, una manera de poner orden a todas aquellas sensaciones que me embargaban y que iban cobrando forma de palabras.

¡Quería compartir contigo tantas cosas!

Quería hablarte de aquel sitio, de aquellos días, pero hablar sin parar. Y sabría que las palabras saldrían de mi boca casi a borbotones, confusas ante tanto movimiento, tan sólo por esa emoción que sentía de transmitirte todo aquello que había podido vivir, que consideraba un regalo, y que quería también para ti.



Quería desahogarme un poco también, pues sabes bien que aquel gesto tan sumamente falto de respeto me indignó durante días. Y, que fueron muchas, pero muchas, las noches que estuve a punto de cometer una tontería, y que si no lo hice fue por ti. Y también quería hablarte de aquel tipo, te caería bien, uno de esos hipster con barba, ya sabes, que con cuatro frases apasionadas consigue que te quites el sombrero si es que lo llevas. Que hay gente, mucha gente, con grandísimas ideas ahí fuera, y que no las estamos escuchando pues sólo hacemos hueco a nuestras opiniones.

Quería contártelo, ¿sabes? Pero aún no he encontrado ni el modo ni las palabras.



Durante aquellos días pienso que mis manos lloraban si es que eso es posible; y que todo aquello que pensaba en escribir se desvanecía dejando en mí una sensación de ahogo, de nostalgia de aquel mundo paralelo en el que me había perdido por unos minutos; de metas alcanzadas, de batallón de campo, de caminos cruzados, de girasoles y paraguas.

No era nostalgia amarilla, era nostalgia de ti. 


Quería escribirte, ¿sabes? A ti que no tienes nombre, que no tienes rostro ni escucho tu voz. A ti, cuyas manos aún no he sentido, cuyos pasos no he visto llegar. A ti, de quien no sé aún tu procedencia, ni el momento, ni el lugar. Tan sólo sé, y por lo pronto me basta, que tienes en tí ese mirar.

Y hoy, de pronto, lo recordé. Fue apenas un parpadeo, dos segundos en que todo volvió a mí, en que le miré tratando de buscarte, de cruzar de nuevo esa mirada con la mía para cerciorarme de esa inefabilidad que quiero contarte. De que tal vez, y solo tal vez, hoy podría emborronar en un papel todo aquello que se perdió en mi memoria a falta de un buen boli bic. Ocurrió todo muy rápido, tanto es así que volví a sentirlo. Esto no es nostalgia amarilla, no es posible que lo sea, es semplicemente nostalgia de ti.

Perdí de pronto las ganas de preguntarte tu opinión sobre el contenido de aquella carta casi viral de si quería o no ser soltera contigo. Y sobre tantas y tantas teorías baratas que nos atrevemos a decir o escribir, de esa absurda manía que tenemos de opinar sobre todo y todos, ese vicio de tener la razón, ese "yo soy muy independiente", ese "es que a mí me gusta viajar", ese "no, en realidad significa esto". Utopías la vie en rose que vendemos al mejor postor.
 
Mirar sin ver, o ver si sin mirar, que para el caso es lo mismo. Quería preguntarte tan sólo si nunca has sentido vergüenza de la ignorancia del resto, pero sobretodo de la tuya, esa pequeñez tan nuestra que de tan pequeña ni la vemos. De dibujar garabatos con los que adornar sueños cobardes para los que no nos ataremos ni los cordones de los zapatos para alcanzarlos. Y es que veces somos muy graciosos...


Quería decirte tan sólo esto, actos, actos, actos.
 
Que para empezar sólo hace falta una cosa, remar en un mismo sentido, y que si de primeras no vas a hacerlo no dudes que caerás pronto de la barca, y no será por casualidad... Llámalo independencia, llámalo "x", conociendo mi rumbo ¿por qué remar a tu lado sabiendo que tú persigues uno distinto? Saint Exúpery lo deja bien claro: "Amar es mirar los dos en la misma dirección." Amar, remar, nadar, salvarse... Que ante una tormenta no se te ocurra hacerte el héroe y empaparte tú sólo, y que si tú saltas, yo salto, que Jack cabía en la tabla que sí. Y que encontraremos la manera, nuestra manera, no la de tus amigos o los míos, ni tan siquiera nos servirá la de tus padres. No. Será nuestra manera. 
 
Palabras, al final muchas veces no dicen nada, no es que pierdan su significado y queden vacías, es que las modificamos. Hemos desarrollado esa maravillosa técnica, y no sólo los juristas, de lograr que digan lo que nosotros queremos que digan, de volver a nuestro favor su significado. Y es que, al pan pan, al vino vino. Y si quieres peces, tendrás que mojarte el culo. Que me voy por las ramas, ya lo ves.

Que adoro las palabras, ¿no es evidente? Pero me apasionan aún más cómo actúan los silencios, cómo hablan nuestras obras. (Por si no había quedado claro antes: actos, actos, actos.) Que esa palabrería de que respetas mi espacio y yo el tuyo es maravillosa, de verdad. Y que no hay cosa que me dé más paz que conocer a alguien que tenga su espacio y no quiera perderlo. Pero también quería decirte que no nos enteramos de nada, que entre interesarte por una persona y depender de una persona hay todo un océano, y que agradezco enormemente que no invadas ni mi privacidad ni mi desarrollo personal, así como admiraré esa manera tan tuya de hacer de lo mío algo tuyo, esto es, que sientas mis alegrías del mismo modo que yo, mi tristeza como yo, mi apatía o mi ilusión. En definitiva, que estés. Sencillamente eso, que estés. 

Decía Aristóteles que un amigo es un alma en dos cuerpos. Serás muchas cosas: compañero, amante, consejero y cómplice; pero ante todo, amigo.

Que tú eres tú, y yo soy yo, y me dirás ¡menudo descubrimiento! Pero esta perogrullada nos explotará en la cara en más de una ocasión, como tantas veces en la vida, pues nuestras diferencias chocarán, y pensaremos que para entendernos no hacen falta palabras. Y no, para entenderse la mayoría de las veces habrá que hablar.


Que he de confesarte una cosa, y es que cuando empecé a escribirte en verdad no tenía intención alguna de contarte todo esto, que eran otras cosas, muy distintas, de las que quería hoy hablarte. Que apenas sigo el ritmo de mi mano escribiendo a mala letra ese folio medio arrugado. Que he vuelto a perderme por unos minutos en esas metas alcanzadas, en ese fango del batallón de campo, de caminos cruzados, de girasoles y paraguas. Supongo que tan sólo quería escribirte. A ti que no tienes nombre, que no tienes rostro ni escucho tu voz. A ti, cuyas manos aún no he sentido, cuyos pasos no he visto llegar. A ti, de quien no sé aún tu procedencia, ni el momento, ni el lugar. Tan sólo sé, y por lo pronto me basta, que tienes en tí ese mirar. 
 
Quería decírtelo sin más, con la elegancia de lo humilde, la sencillez de lo pequeño, pues a buen entendedor pocas palabras bastan. Pero me he escapado, lo siento, comencé a escribirte al son de unos acordes, entre las líneas de una canción, una canción para nadie.


 
"Me faltan detalles que he de concretar,
el color de ojos por ejemplo me da igual,
risas que no falten, me voy a callar. "
 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La sort del cec/La suerte del ciego.

No lo esperaba, cierto es que la mayoría de las veces no me espero mucho de lo que sucede, a veces pienso con tal simplicidad que me olvido de que las personas somos seres extraordinarios, impredecibles, con un alma tal que puede desafiar los límites físicos que nos aprisionan.

Era lunes, esta vez en Barcelona, y a falta de 3 días para la fiesta de la Mercé la alegría se palpaba en el ambiente. Aquel día de turismo había acabado conmigo; rodeada de japoneses, ingleses y alemanes, había tratado de atrapar la belleza de cada rincón y no dejarla escapar, memorizar cada pináculo de la Sagrada Familia, y retener para siempre el impacto de verla sobre mí tocando el cielo. Me esforzaba por no sentir, esos pies doloridos tras 7 horas de imparable caminar. Me esforzaba por no dejarme caer en la somnolencia del momento, en seguir sintiéndome fuera de mapa y no perder la curiosidad por nada. Pero era difícil y, apoyándome sobre la barra que me servía de salvavidas en aquel sinuoso trayecto de autobús, cerré los ojos.
 
 
 
 
Habíamos dejado el Mirador Arena detrás, así como esa Plaza de España en que uno se podría perder durante horas tan sólo mirándola. Abrí los ojos al sentir un pie pisando el borde de mi zapato, y comprendí que tal vez debería escurrirme un poco más aún entre la gente. Pero aquello era imposible. Me distraje con los acelerados gestos de una mujer que, sin abrir la boca, no paraba de mover sus manos de un modo brusco señalando hacia los asientos que teníamos a nuestro lado. Sus ocupantes eran una chica joven y un señor ciego.
 
No me paré a contemplar nada más, no caí en la cuenta de que a su lado una mujer mayor con el pie vendado se hallaba de pie, y no comprendí sino al cabo de unos minutos, cuando otras dos mujeres increparon a la chica joven, que el enfado de aquella señora venía precisamente por eso.
 
- ¡Pero levántese y déjela sentarse!-le decían.

- ¿Se quiere usted sentar?- pregunté entonces el ciego, que se hallaba a su lado.

Aquel hombre en su sencillez vestía de un modo elegante. Era una caballero, una de esas personas educadas que parecen desprender clase y serenidad a su paso, un auténtico señor. Llevaba uno de esos bastones tan largos que les sirven de ayuda y les libran de más de un tropiezo, y aunque no llevaba gafas tenía los ojos cerrados, cuyos párpados se movían a veces, como si se vieran molestos por la luz del sol, aunque eso no fuera posible.
  
 
Me sorprendió su disposición, así como sorprendió al resto de pasajeros que enmudecieron al instante a la espera de ver qué sucedía.

- No hombre, bastante tiene usted.-dijo la señora.
- Insisto, yo me bajo en dos paradas.
- Que no, que no.-dijo la señora.

Aquel señor entonces se levantó, y la mujer no tuvo más remedio que sentarse. Confieso que no esperaba que sucediera algo así, era un giro bastante inesperado a una situación más que habitual en el día a día. Pero en fin, ya os he comentado que muchas veces soy demasiado simple, y me olvido de que la vida merece la pena entre otras cosas por las sorpresas que da.

- ¿Y qué es lo que le ocurre, señora?-le preguntó él.
 
Comenzaron entonces un diálogo del que todo el autobús no perdió hilo. Aquel señor sonreía, hablaba alegremente y reía con las tonterías que le contaba la mujer. No era catalán dijo, pero lo hablaba y lo entendía a la perfección, algo que a mí me perjudicó pues sólo parte de la conversación se desarrolló en castellano. Y yo, para mi desgracia, ni parlo ni entiendo el catalán.

- Cada uno tiene lo suyo.-dijo entonces.-Unos la pierna, otros la vista, otros el oído, la memoria... Cada uno lo suyo, nadie se libra. En realidad he tenido suerte, ¿sabe? Peor sería tener mal el corazón, y no poder querer.

 
Me dejó atónita aquello. Y quiero aclarar algo, no es invención, no está basado en hechos que luego he decido desarrollar a mi manera para escribirlos aquí, ocurrió tal cual lo cuento.

- ¡Qué pillín es usted, ya han pasado cuatro paradas y no se ha bajado!-dijo entonces la señora.- Andamos ahora por Carrer (...)
- Andamos por Carrer (...) ya un buen rato.-dijo él.-Aunque andar andar, lo que se dice andar.-añadió entre risas.
 
 
Mientras tanto, Barcelona pasaba tras el cristal sin que me detuviera a admirarla. Los artistas seguían embelleciendo sus lienzos, el agua seguía bailando en las fuentes, las flores adornaban los balcones y los monumentos eran fotografiados. El día continuaba, seguía su curso. La gente seguía corriendo de aquí para allá, como en toda gran ciudad que se precie; los turistas invadían los comercios; los niños regresaban del colegio; las últimas reuniones de la jornada iban teniendo lugar. Nada parecía haber cambiado y, sin embargo, el día transcurría un poquito mejor de cómo había comenzado por el gesto más pequeño y de la persona más inesperada.
 
Bajó el señor del autobús bajo la atenta mirada de todos. Y entonces, esa chica joven que no había caído en la cuenta de ceder su asiento suspiró:
 
- Pobre hombre.
 
El autobús callaba, aquello no fue ni confirmado ni negado. Yo tan sólo pensaba en aquel encuentro, en su ceguera y los problemas que le debía acarrerar, y en la mía, y en la de tantos otros, que sólo por el hecho de poder ver creemos saber mirar y admirar.
 
- La sort del cec.-dijo finalmente la mujer mayor a la que le había cedido el asiento.
- Efectivament.-dijo otro.- cec afortunat.
 
 
"Si cada año estuviéramos ciegos por un día, gozaríamos en los trescientos sesenta y cuatro restantes." (Isaac Asimov)
 

martes, 1 de septiembre de 2015

A las trincheras

¿Y si el mañana nunca llega? ¿Y si yo te anhelo y es en vano? ¿Y si sueño y no me sueñas? ¿Y si este deseo que me mantiene insomne es efímero e inútil? ¿Y si no es eso lo mejor que ha de llegar a mí?
 
¿Y si te busco y no te encuentro? O, peor aún, ¿y si encontrándote te pierdo? ¿Y si me escondo y no me encuentras? ¿Y si te temo más que al mismo miedo?
 
 
 
 
Eres todo, eres nada. Luz que se desvanece al llegar el nuevo día, que revive con cada noche, cada luna, con un cariz más alegre y sereno. Más real en tu visión, manojos de sueños que se han unido hasta dar una forma, una figura, y un olor.
 
Una voz. Un escalofrío recorre mi piel al sentir tus pasos, tu mera presencia, un sencillo recuerdo, una mirada perdida, un ayer buceando hasta dar con el "hoy", buscando ese "mañana" que no encuentra su hora. Ayer que no muere, mañana tardío, temor consecuente, plenitud y vacío. Todo, y nada.
 
¿Y si eliminamos el espacio? ¿Y si el tiempo no es más que una farsa? Tan sólo tendríamos el Aquí y el Ahora.
 
 
"Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podemos volver a vernos un par de veces?" (Juan Salvador Gaviota- Richard Bach)
 
¿Y si el sol diera una tregua?
 
 
Y perderme en este sueño que te sueña, canción de cuna que hoy no canto, arrullo y calma. No hay distancia, no hay tiempo. Aquí y ahora, no hay ni ayer ni mañana. Todo y nada. Todo o nada, no hay más opción.
 
Aquí y ahora susurras este "no", bajito, muy bajito, por miedo a sentir las consecuencias. Y las sientes, pues este "no" como dice Albert Espinosa abre paso a otros síes. Este sí de hoy, y el de mañana, y pasado mañana. Uno real, un todo sin farsas. Aquél que pronunciaste con un ligero temblor y al tiempo que dabas un paso al frente aparcabas tu imaginación y ponías el primer ladrillo de la que sería esta "casa" que un día soñaste. Y ese otro "sí" que es tan lejano, que se resiste y se confunde entre la niebla, tal vez te aguarde en el mañana. Habrás de vivir para entenderlo, para comprender qué sentido tienen estas pisadas, que no fueron soñadas ni deseadas, pero que hoy son queridas. Y es que la felicidad tiene a veces una manera muy curiosa de llegar hasta uno.
 
 
Pasito a paso. Primero, lunes, y después martes. Enero y febrero. Uno, dos y tres. Así es como debe ser, las prisas nunca traen nada bueno.
 
 
Bien lo sabe septiembre, por más nombres extranjeros que tratemos de darle en el fondo sabemos que la reentré es otra vuelta al trabajo, a la universidad, al colegio, a los horarios. Tal vez no lo esperabas así, "¡no es así cómo debía ser!" te empeñas en decir. Pensabas que te encontrarías en otro puesto de trabajo, o al menos, ¡en alguno!. Y desde luego, no esperabas esas asignaturas extra con las que ibas a tener que cargar este curso. Hubo una vez que lo soñaste, qué digo una, ¡cien lo menos!, y te ilusionaste haciendo planes para vivir todo un año fuera, aprender inglés, conocer otra cultura y a otras personas, vivir una experiencia que se te antojaba única y muy especial. Reentré, vuelta al cole, lo mismo da. Septiembre nos ha pillado desprevenidos, aún con sal de mar entre el cabello, collares de conchas y uñas descoloridas. Noches que hicimos eternas, corazones de vuelta y media, "rebujitos" aquí y luego allá, recuerdos que caerán  sin gracia alguna en nuestra memoria mientras nos atamos los cordones para ir a la batalla. ¿O qué es septiembre sino una batalla? Los expertos dirán lo que quieran, pero opino que la depresión post-vacacional tan manida no es más que un disfraz con el que tratamos de ocultar la verdad: septiembre nos da pe-re-za.
 
 
Aún así, aquí estamos, escribiendo con cuidado cada meta de este curso, sin hacer borrones, con letra bonita y márgenes adecuados, que empezar bien es el primer paso, y después el segundo, y cuando las fuerzas desfallezcan: ¡a las trincheras!
 
¿Y si el mañana nunca llega? ¿Y por qué habríamos de esperarlo? ¿Por qué dejarnos a su merced y no poner medios para alcanzarlo? Lunes y martes, pasito a paso, tú decides su significado.
 
 

martes, 4 de agosto de 2015

Un golpe de veleta

Agosto. El asfalto quema bajo mis pies, el viento hace días que ni se intuye, y esta manera de bajar corriendo las escaleras no hará que se me pase el calor, lo sé. Si pierdo este tren llegaré tarde.

No me acostumbro a tanta luz, ni a tanto calor, ni a tan poco aire. Todos los veranos es la misma cantinela, todos los veranos fantaseo con la idea de irme lejos, muy lejos, a destinos que no sobrepasen los 23 grados. 

Trece minutos de espera, estupendo. Echo un vistazo a mi alrededor tratando de buscar un hueco cómodo y con poca gente en que pasar este tiempo, avanzo hacia el centro, así estaré más cerca después de la salida. Mi mente da mil vueltas planeando cada minuto que tengo por delante para tratar de hacer del trayecto un camino lo más corto posible y así no llegar tarde al cine. Cuando por fin consigo mi objetivo, vislumbro a unos diez metros de mí a un hombre arrodillándose con los ojos cerrados. Insisto, línea 9 del Metro de Madrid, es agosto, y el andén está abarrotado de personas que acaban de finalizar su jornada laboral. 




Me permito observarle desde donde estoy sin disimulo alguno, a fin de cuentas tiene los ojos cerrados, y juego a adivinar qué pasa por su mente, si está rezando, y si su Dios es el mismo que el mío. Y me conmueve un símbolo tan señalado, tan claro,  y de semejante calado a la vista de todos. 

Las pantallas del metro dan su particular repertorio de noticias, entre ellas, el
inicio de la cuaresma budista. Y, aunque las imágenes me indican todo lo contrario, me pregunto si el gesto de este hombre tendrá algo que ver con eso. Y, si no es así, cuál es la fe que profesa o si estoy tan sólo ante la actuación de un payaso, un actor cómico, una cámara oculta que se desvelará en unos minutos, pero no lo hace. 

Su concentración me conmueve hasta el punto de no poder apartar la vista de él, de intentar adivinar qué y quién pasa por su mente, y me detengo a observar en derredor. ¿Cuántos habrá cómo él? ¿Cuántos habrá como yo? ¿Cuántos sabemos que en nuestras manos lo que hay es más bien poco? No hablo de predestinación, sino de esa absurda obsesión que tenemos a veces de controlar todo y a todos, de nuestro empeño en ser superhombres, de ignorar que todo aquello que tenemos, puede echar a volar con una simple vuelta de veleta. Me pregunto si él es feliz, si esas caras largas que me rodean además de reflejar cansancio sienten felicidad, dicha, llámalo "x". Me pregunto cuándo llegará el día, cuándo dejaremos de perseguirla por los caminos incorrectos, cuándo al no poder alcanzarla de puntillas nos atreveremos a saltar.

El tren acaba de llegar, y en la inmensidad del andén, entre el gentío que empieza a aglomerarse frente a las puertas, hay un hombre arrodillado. Entro distraída en el vagón, hoy tampoco he conseguido asiento. Me sitúo frente a la puerta y me agarro a la palanca cuando noto que el tren comienza la marcha. Aquel hombre se va perdiendo en la velocidad que coge el tren, que coge la vida, la mía, y la de tantos.


No tardo en recibir dos golpecitos en la espalda, y mira que no me gusta. Pero eso tú ya  lo sabes, por eso lo has hecho.


Y sonrío, sonrío porque han pasado meses desde la última vez que nos vimos, sonrío porque sonríes. Sonrío, porque los golpecitos en la espalda me los has dado adrede, para picarme, bien podías haber dicho mi nombre sin más. Sonrío, sencillamente, sonrío. 

No has cambiado nada, aunque tú insistes en que sí. Tal vez hayas adquirido una mayor cultura, hables mejor el inglés y tengas anécdotas apasionantes que quieras contarme. Es cierto que tus inconfundibles gafas han desaparecido, que tienes la tez algo más morena y has ganado unos centímetros de altura. Todo eso es cierto, tan cierto como tu sonrisa, tu alegría inconfundible, tu porte desgarbado, y esa curiosidad imparable por todo aquello que se aleja de lo rutinario. Para mí eres la misma persona de siempre, la que permanece -y esto es lo más importante- cuando la veleta decide girar en el sentido opuesto que esperaba.