domingo, 19 de noviembre de 2017

Se vende puesta de sol

- Se vende puesta de sol.

- ¿Cómo dices?

- Digo que se vende puesta de sol, ¿cómo te quedas?

- Creo que no te sigo...

Me agarraste con delicadeza del brazo y tiraste de mí hacia una de las numerosas terrazas del paseo.

- ¡Mira! ¡Es una abominación! ¡Comercializar algo tan íntimo...! Estamos perdiendo el rumbo, y lo peor es que formamos, aunque sea por conformismo, parte de ello.



Metiste las manos en los bolsillos de tu anorak azul y me hiciste un gesto con la cabeza para que siguiéramos andando. Callaba a tu lado. La verdad es que cuando divagabas así no había cosa que me gustara más que callarme a tu lado. No tardaste mucho en seguir hablando, rebajaste la vehemencia de tus palabras, pero no por ello la serenidad, confianza y firmeza, que aquellas reflejaban.

- No sé, ¿viste la noticia aquella del periódico? Salió hace mucho tiempo, no sé cómo se habrá resuelto la situación. ¡Querían reducir las horas de filosofía en el colegio! ¿No te parece indignante?

Lo que a mí me pareciera no parecía importarte, planteaste la pregunta de un modo retórico que dio pie a lo que siguió.

- ¿Lees poesía?- me preguntaste.

- A veces...

- La poesía... La poesía es maravillosa. Ya no le damos importancia a la poesía, a la filosofía, al inmenso mundo de las humanidades. Y es una lástima...-hiciste una pausa dramática y añadiste con cierto tono de denuncia.- En realidad poesía no es tanto la rima, y filosofía no es tanto lo que dice un autor u otro, pero el problema es que nos lo han enseñado así. Hoy en día se consideran casi como caprichos. No genera dinero, popularidad, no es práctico. Y como no es práctico, como no revierte en una utilidad inmediata, lo quitamos, ¿y con eso sabes qué conseguimos?

- ¿Anularnos? -me aventuré a decir.

- Exacto.- esbozaste una de esas sonrisas calmas y proseguiste.- La poesía, la literatura, el arte, es importantísimo, y te lo dice uno que es de números puros. Al final no dejan de ser instrumentos que te desprenden de lo superfluo y te permiten ir un paso más allá de la mera materia.


Dejamos atrás aquella hilera de terrazas que "vendían" puestas de sol y miré la inmensa luna llena que nos vigilaba desde el horizonte. Silencio. Paz. Y esa extraña pero placentera felicidad.

- Por ejemplo...-comenzaste a decir.

- Calla.

- ¿Qué?

- Calla. Mira.

Despegó, al fin, la mirada de sus zapatos. Esos que no había dejado de mirar durante el transcurso de toda la conversación, y dirigió la vista hacia donde yo le indicaba. Y lo supe, en aquel preciso instante supe, que aquello no se podía vender, ni comprar, ni tan siquiera explicar, pero que tanto él como yo lo entendíamos y de algún modo, lo habíamos hecho nuestro. Pasaron unos minutos hasta que interrumpí aquél "momento".

- Sé a donde quieres llegar...-le dije.- Creo, bueno no. Sé. Lo cierto es que sé exactamente a qué te refieres.

- ¿Sí?

- Sí. Al final, una puesta de sol no es ver caer el sol, es mucho más. No es mirar fuera sino mirar dentro. Y, si mirar fuera ayuda, pues bienvenido sea, pero lo más grandioso de una puesta de sol no es precisamente ver cómo se apaga lentamente el cielo. Y, al final la poesía, la literatura, el arte, nos educan de una u otra manera. Son instrumentos que nos permiten abstraer en la medida de lo posible lo que vemos, y trasladarlo dentro; mirar dentro, mirar en lo profundo de cada uno. No sé si me explico...- de pronto me puse nerviosa, mis palabras sonaban estúpidas pero no conocía otra manera de expresarlo.

¡Vender un amanecer! De pronto había comprendido el chiste de aquello y quería hacerle partícipe.

- ¿Como esta luna?

- Como esta luna.

- A veces tengo miedo.

- ¿Miedo?- te pregunté asombrada.

- Sí, miedo de consumirme con esta sociedad y sus exigencias tan vacías, huecas.


- No creo que tú, precisamente, te consumas...

- No sé. A veces, cuando hago alguna foto de algún paisaje, me preguntó si realmente la estoy haciendo porque me gusta, y si realmente disfruto de él. Y digo disfrutar de verdad. A veces me asusta pensar que esté entrando en mi forma de ser aquello de hacer las cosas para "la galería", aquello de "hacer, hacer, hacer" y no "ser".

- Eso asusta.

- ¡Claro que asusta! Hazme un favor, el día que veas que dejo de leer, bueno, ese día empieza a tomarte en serio todo lo que te he dicho. De verdad que pienso, que sólo las humanidades son capaces de inspirar en nosotros los ideales más sinceros y puros, en todos los ámbitos, incluidas las ciencias, la economía, ¡no lo dudes! Deben coexistir, ir de la mano. Pero las humanidades, las humanidades son la base y el sustento. No puede haber otra manera.

Y callaba, callaba una vez más a tu lado. Volví la vista a aquella, nuestra, luna, y aunque no te viera sabía que tú también sonreías. Seguimos paseando, tal vez con la esperanza, un ideal naciendo en nuestro subconsciente, de perseguirla hasta alcanzarla.


martes, 3 de octubre de 2017

Dueles

Dueles, pero no entiendo porqué. Llevo días pensándote, reflexionándolo, llorando en silencio. Dueles, y no es un capricho del corazón, no es un amor confitura de esos cuyo sabor casi en el mismo instante de gustar, desaparece. 

Dueles, y no me grites, por favor. Sé que te duele también, sé que crees sentir más dolor que yo, más auténtico, verdadero, agarrado a la razón y al corazón. No lo niego, no lo confirmo. Hoy prefiero decirte con cautela sólo esto: dueles. 


Sé que piensas que ésta no es mi guerra. Sé que no entiendes la violencia. ¿Crees acaso que yo sí? ¿Acaso, puede entenderse la violencia? Yo entiendo los gestos, las miradas, las palabras... 

No puedo evitarlo, qué quieres que te diga, me venís todos a la mente, con vuestras sonrisas llenas de luz, vuestras miradas ávidas por ver mundo, palabras emborrachadas en una melodía que siempre me cautivó... No puedo evitarlo, qué quieres que te diga... Dueles. Pero, sobretodo, me duele lo que nos han hecho.

Siento pena, rabia, un extraño ansia de querer llorar ante la injusticia, la violencia, la profunda pérdida del honor y de la dignidad de tantas personas que en su afán se han llevado por delante más de lo que creen. Sé que piensas que ésta no es mi guerra, no te confundas. Sois mi guerra, pero no el enemigo.


Y me viene a la mente toda la palabrería de rigor, en fin, ya deberíamos estar acostumbrados, ¿no? Durante años hemos visto cómo las palabras se modifican al antojo del político de turno, sin pararnos a pensar en lo que de verdad significan. Hoy, me paré a pensar en lo que significa, de verdad, ser libre, ser democrático, ser tolerante, y por qué no, ser español. ¿Qué significa todo esto? ¿Somos capaces de definirlo sin utilizar las palabras de otros? 

Dueles. Y no es un mero capricho, no es ése egoísmo insano e infantil de los niños pequeños cuando encuentran a "su amigo" y no lo sueltan por nada del mundo. Quiero soltarte, quiero que vueles, quiero que seas feliz. Quiero, por encima de todo, que antes de hacer nada, simplemente seas. El problema es que ni te han dejado ni te dejan, y no te das cuenta.


Dueles. Te han cambiado; tus entrañas, toda dentro te han modificado, despreciado, a nadie le gusta tu pasado y te inventan. Dueles, como duelen los engaños. Dueles, como cuando no puedes comprender porque alguien sigue empeñado en sufrir por una persona que sabes que ni tan siquiera la miró. Es esta incomprensión, esta frustración que trae lo absurdo, lo que duele.

Es mi guerra, porque esto va mucho más allá de vosotros. 

Leo y releo el tan mencionado artículo de la Constitución, ése que habéis infringido junto a tantos otros: prevaricación, desobediencia, sedición, amenazas, coacción... Cualquiera con un mínimo sentido de la lógica no puede entender porqué, siendo la Constitución nuestra norma suprema, está tardando tanto en aplicarse en este caso concreto. Y te miro, en esas ingentes masas de gente enfrentadas, que se odian, se gritan, se pegan, se hacen daño. Y pienso, que tal vez aún no se aplica el artículo 155 porque, ¿qué sería de vosotros si se detuviera a todos lo que han delinquido? ¿Qué gobierno tendríais? ¿Quién distribuiría los recursos para educación, sanidad...? ¿Cuál sería tu futuro más inmediato? ¿Qué sería de tí? Dueles, y es por esto precisamente, porque dueles, por lo que tanto cuesta tomar una decisión que no busca otra cosa sino vivir, de verdad, en democracia y en paz.



Dueles, la verdad es que no sabía cómo decírtelo. Tenía la sensación de que me responderías con un "¡Y a mí más!" que me resistía a escuchar. Nunca quisimos llegar a esto, probablemente tú tampoco. Tal vez hayamos olvidado que el fin no justifica los medios. No existen las mentiras piadosas, todo, al final del camino, termina por doler.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Desdibujar la "realidad"

Paseo, consciente de que es una de las últimas noches de verano que podré salir sin preocuparme siquiera de llevar un jersey, disfrutando de la brisa, la libertad, esa paz que te invade cuando al fin tomas una decisión difícil y te comprometes a dar lo mejor de tí en lo que esté por venir. Llevo días recordando aquella charla que mantuvimos sobre los miedos, hacía mucho que no te veía hablar con tal vehemencia. Y, desde luego, hacía mucho que no me decías con tal claridad que después de todo y después de tanto como había podido experimentar en la vida, había dejado que me invadieran unos nuevos miedos, unas nuevas inseguridades, que me estaban impidiendo elegir en libertad.

- ¡Parece mentira!- me dijiste.


- Cuéntame tus miedos.- me insistes.- Dime exactamente qué es lo que te da miedo de todo esto. Estamos barruntando todo sobre un escenario hipotético, ¿puede salir mal? ¡Claro! Pero, también puede salir bien. Y, seamos francos, en la vida hay ocasiones en que hay que arriesgarse, ¿que las cosas no salen según el plan? Dime, cuéntame, ¿cuántas cosas que se han salido del plan te han hecho sonreír? ¡¡Hay que vivir!! No hay que dar tantas vueltas a todo, cuando las cosas salen mal es que no es el final, y lo has visto por tí misma muchas veces.

- Ya... Pero no es lo mismo.- trato de refunfuñar.

- Sí, es lo mismo. Cuéntame tus miedos, y si no te atreves cuéntatelos a tí. Escríbelos en un papel, ponles nombre a cada uno de ellos, identifícalos, esto es importante. ¿Ya los tienes? ¿Qué sientes? ¿No te dan una inmensa rabia? ¿Qué harías si no estuvieran día tras día con su runrún en tu cabeza? ¿Qué decidirías? ¿Qué escogerías?

Poco sabes tú que desde aquel día, con esa simple charla, pusiste en marcha todo un proceso que, como si del engranaje de una máquina se tratara, me fue llevando paulatinamente hasta aquí, a escoger algo que no habría imaginado hace 15 días. Sonrío, no puedo negar mi miedo, pero las ganas de enfrentarlo me pueden.


Tomar decisiones no siempre es fácil, hay algunas que se resisten, te desvelan durante noches en las que el miedo toma el control de tu imaginación y hace real todo un escenario de pesadillas en que todo sale mal. A veces, a veces es muy difícil tomar una decisión que sabes que te supondrá un compromiso continuo y esforzado, ¿es esto lo que de verdad quiero? Te preguntarás. Pero hay cosas que no vas a saber a menos que decidas jugártela, correr el riesgo.

- Escríbelos, uno por uno.- esa frase con que me increpaste vuelve a resonar en mi cabeza.- Ya ves, huir de ellos no sirvió de nada. Tarde o temprano te encontraron. Y, de un modo u otro, vuelven a plantarte cara impidiéndote elegir nada en libertad.

Cuántos "y si todo sale mal" nos impiden siquiera intentar tantas cosas. ¿Cuántos? No es una pregunta retórica. Lo cierto es que si te paras a pensarlo, son demasiadas las cosas que hemos dejado de hacer por miedo al fracaso, a la opinión ajena, a decepcionar a otros, a nosotros mismos. Y, entonces, te das cuenta de que no cabe mayor decepción que negarte tantas cosas por adelantado por el miedo a perder, a que todo salga mal, a que nada vaya acorde al primer plan. 

Recuerdo tu risa, amplia y clara al decirte eso, con la que me transmitiste ese pedacito de sentido común que me había robado el miedo. 

- Seamos francos, hoy por hoy nada va acorde al plan. Nunca nada va a ir acorde al plan. Habrá gente con la que sí, o que parecerá que sí, pero ése nunca fue nuestro estilo- guardaste silencio unos segundos y proseguiste- Los planes se rehacen tantas veces como haga falta a lo largo de la vida, al final lo importante es la base sobre la cual lo asientas, los principios, las virtudes que quieres vivir y transmitir a cada uno de tus planes. Si tiene que haber algún plan, que sea ése, e incluso ése podrá sufrir mejoras con el paso de los años. 

- Empezar las cosas, terminar las cosas, cometer errores, aprender de ellos, corregirlos, tratar de ser un poquito mejor cada día donde sea que la vida te lleve, volver a comenzar tantas y tantas veces como haga falta. Adaptarse. Ése es el plan, y la única manera de que salga mal es que te rindas con él. Lo demás... lo demás es la vida, y hay que vivirla, cada uno la suya, la que le ha tocado. Hay que ser feliz, y hacer feliz - me dices, y das por terminada la conversación. No das lugar a réplica alguna, y lo cierto es que me haces ver que mis dudas, mis miedos, mis inseguridades, habían nacido (y crecido) sin ningún fundamento. Empiezo a nombrar mentalmente, uno por uno, todo aquello que significa para mí "que todo salga mal" , a desdibujar esa realidad ficticia que mi mente ya se estaba empeñando en vivir, a limpiar de nuevo el lienzo y dejarlo blanco, dispuesta, esta vez sí, a escoger en libertad.



Somos lo que hacemos, pero sobretodo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. (Galeano)

domingo, 27 de agosto de 2017

A pesar de todo. A pesar de nada.

Quería escribirte, casi tantas veces cómo quería borrarte. Quería, poder coger el lápiz con el que escribes tu vida para acercarte unos pasos más a mí, y dar, quizá, más coherencia a este sinsentido para que llegara a algún puerto, el que fuera, todo con tal de no seguir a la deriva esperando una posible tempestad.

Quería escribir sobre los días bola, o tal vez sobre nunc coepi. Quería decirte que hoy volvió a salir de mí ese grito interior con menos fuerza que antes, pero que estoy dispuesta a esforzarme en que vuelva a coger la potencia que merece ese mensaje, y comenzar, tanto como haga falta.



Lo cierto es que lo hice. Escribí y borré durante cerca de hora y media un post hablando de tí, de mí, de aquél libro, de aquél latinismo que tantos de nosotros hicimos nuestro cuando llegó a nuestras manos allá por los quince años. Aquél libro... Era uno de esos libros que al terminar, no sólo te gustaría haber escrito, sino, sobretodo, haber vivido en primera persona. Y nos aferramos a esa frase que pone punto y final a la historia de Ignacio, ese nunc coepi que nos anima a comenzar y recomenzar cada día. A pesar de todo. A pesar de nada.

Confieso que llevaba unos días en el banquillo, viendo como algunas cosas que creía tener bajo mi control escapaban de pronto de mis manos torciéndose hasta niveles insospechados. Confieso que, también pensaba tener este "sinsentido" bajo mi paciente control. Confieso que la espera, la paciencia, llegó a su límite amenazando con derribar tanto como habíamos construido.

La vida sale al encuentro no es mi libro favorito, pero mentiría si dijera que no marcó una etapa, y que vuelvo a él a veces y no tardo ni dos segundos en encontrar el capítulo que necesito cuando lo necesito. Fue pasando de hermano a hermano hasta llegar a mí, ser devorado unas quinientas veces, prestado otras tantas bajo la siempre amenaza de "cuídalo como tu vida", y ocupar un sitio de honor en la estantería. Es uno de esos libros de ayer, que debería estar en todas las librerías de hoy.

Y, anoche, volví a él. Porque volver a él es volver a los 15, a los 16,  17, 18, 20... Volver a él, es volver a tu yo más sensible, ese barro que con paciencia y constancia te esforzaste en dar forma y que aún hoy sigues, una tarea que dura toda la vida. Volver a él es ver que, efectivamente, todo pasa por algo, pero lo que no también. Ese nunc coepi que tantas veces fue un grito de guerra ante una dificultad interior, mayor o menor, del tipo que fuera, es lo que te ha llevado a dónde hoy estás. 


Porque, a pesar de todo, a pesar de nada, las batallas no se pierden siempre y cuando quede un soldado dispuesto a lucharlas. 


"Hoy es un gran día para tí. Tienes a proa un rumbo arduo y difícil. Tienes buena brújula para seguirlo. No te falta brazo para dominar la rueda. El puerto que pretendes, depende de tu esfuerzo para mantenerte en ruta... Ya lo entiendes. Es un viaje de años, para desembarcar con un carácter, una carrera, una integridad... ¿Comprendes todo esto tú, Ignacio?" (La vida sale al encuentro - Jose Luis Martin Vigil)

jueves, 29 de junio de 2017

Gusanos rojos

Perdón, gusanitos, no os asustéis. Y sándwiches de nocilla, donuts cortados en cuatro, y botellas de fanta de naranja por todos lados. Sillas vacías alrededor de una mesa, y un incesante corretear de la mesa al salón, de la mesa al cuarto de estar, de la mesa a la habitación, de la mesa al patio, mientras migas de gusanitos rojos van dejando sus huellas. Pasos que se alejan, que vuelven, que regresan, y un día sin aviso... Desaparecen.


No recuerdo cuándo fue la última vez, el último cumpleaños que celebré bajo invitación previa, de esas que tanto me gustaba personalizar. No recuerdo la última piñata que hice estallar, la última vez que jugué al pañuelo, a las carreras de sacos, que estudié con ansia cada sándwich de la bandeja para llevarme el que tuviera más nocilla y que junté coca-cola y fanta como si fuera un elixir de dioses. No recuerdo la última vez que me regañaron por irme al patio sin haber terminado los deberes, ni cuándo dejé de hacerlos en la ruta para poder aprovechar después cada minuto libre de la tarde.

Gusanitos rojos, rebosando de los múltiples boles, desperdigados por un mantel a cuadros rojos, marcando dedos, labios, lengua, para dejar constancia de nuestra debilidad. Y piruletas, y bolsas de sugus para repartir con la clase. Y apartar montoncitos de los azules, que molan más. Y trueque de pegatinas, porque todo el mundo sabe que una de "tacto terciopelo" vale por lo menos 3 normales, y una riña insulsa porque te la habían reservado a tí y ya se le ha cambiado a la otra que le daba una pegatina de más. Indignación máxima. Indignación que olvidas a los 5 minutos, y amigas de nuevo

Cumpleaños. Gusanitos rojos, sándwiches de nocilla, y fanta de naranja. Creo que tengo la necesidad de celebrar otra vez mi décimo cumpleaños.

- ¡Eso era vida!- te digo
- Eso era vida.- repites en un suspiro

Y la vida, ésa que te saluda cada mañana, sigue su curso... Ya no sabe a gusanitos, ya no te marca los dedos de naranja, ni te pinta los labios de rojo-piruleta. Ya no... Y mientras pienso en esto, la miro a ella, la vuelvo a mirar, y la admiro. 



- ¿Vas a escribir un post sobre ella?

Guardo silencio unos segundos. Ella sigue dando vueltas, abstraída del mundo, de las miradas, sin sentido del ridículo, ése que a mí tanto me sobra.

- Sí, voy a escribir sobre ella.- y aunque sigo con mis dudas al llegar a casa no puedo evitar escribir cuatro líneas que describan muy brevemente su persona. También sobre aquélla de la penúltima fila que coreaba todas las canciones, y sobre su (santa) amiga que no se sabía ni una pero está ahí, mirándola, a ratos divertida, a ratos ojiplática, y a ratos llena de aburrimiento. Pero está ahí, muchas veces lo que más nos dice de una persona es que, sin importar las circunstancias, está ahí. Dediqué un par de líneas al juego de luces en el escenario, y a los bailes desacompasados del público, esos desafines llenos de pasión, y unas gradas que se vienen abajo con cada aplauso. Todo para situarle en un espacio y un tiempo concreto, a ella, que sigue bailando en mi cabeza. Mediana edad, no para de bailar. Insisto, no para. No para tampoco de cantar, de dar vueltas, mover los brazos, y ser toda una abanderada de la felicidad...

- Hay una edad para todo.
- Pero, ¿hay una edad para todo? ¿es eso cierto?.

Probablemente. No seré yo quien diga lo contrario. Hay una edad para todo, y son ritmos que se deben respetar. También hay un momento para todo, no por tener la misma edad se tiene la misma madurez. Dos chavales de 20 años no son iguales, eso lo sabemos todos. 


Hay una edad para todo. Y siempre tenemos edad para bailar, digo yo. Siempre tenemos edad para cantar a grito pelado, dejarnos llevar por la emoción, y dar vueltas como si el mundo desapareciera. Y embarcarte en una canción que habla de tí, porque todas las canciones hablan de tí, y de mí, ¿aún no te has dado cuenta?

¿Hay una edad para todo? Probablemente, pero siempre tendremos edad para comer gusanitos rojos, sándwiches de nocilla, jugar a las estatuas y bailar sintiéndonos estrellas del rock, del pop, del indie, heavy metal. La edad, la madurez, tal vez te abre la veda, pero después... Después tienes edad para hacer casi casi lo que quieras. Dedos naranjas, boca roja, manchas de nocilla por la cara, y que el resto te de igual...


miércoles, 31 de mayo de 2017

Avanti

Y ni nos dimos cuenta. Fue nuestro último día de clase, la última vez compartiendo confidencias en medio del discurso de un profesor mientras trata de captar nuestra atención de las maneras más disparatadas, por ejemplo, leyendo diapositivas que ni ha preparado. 

Fue la última vez, que nos hicimos un boomerang sólo para reírnos de lo tonto que se ve todo en uno de sus vídeos para borrarlo instantes después. La última vez que, casi en un ultimo suspiro, nos miraríamos y nuestros ojos ya hablarían por sí solos. ¿Cañas luego? Por supuesto.

Fue la última vez que firmaríamos una hoja de examen escribiendo en el apartado de "Grado" aquél que nos unió, que compartimos esos nervios pre-examen, y la euforia de haberlo terminado. Ese "uno menos" pasó a convertirse en un "ni uno más".


Fue la última clase, y ni nos dimos cuenta, tal y como pasó en el bachillerato. 

Antes era muy de escribirlo todo en el mismo cuaderno y no cambiaba hasta terminarlo, con los años la cosa ha desmejorado un poco y reparto todo entre unos 4 cuadernos, folios, hojas cuadriculadas arrancadas de libretas viejas, hojas en sucio, etc... Todo un poco desperdigado, un poco perdido, un poco yo. 

Sin embargo, no me costó trabajo encontrar el cuaderno en que escribí 2º de bachillerato. Tampoco en el que contaba con pelos y señales los primeros días en la universidad, y esa carta doblada en cuatro y guardada al fondo del todo en que aquélla niña de 17 años escribió todos sus sueños, planes, ilusiones y objetivos como si todo fuera a resultar muy fácil. 

Pero no lo fue. 

El primer paso era escribirlo, la acción fue algo más complicado. Sobretodo cuando vas adquiriendo un poco más de conocimiento sobre tí misma, sobre los demás, sobre el mundo. De pronto, aquéllo que en su día pareció tan importante ya no lo era, no podría ni decir cuándo dejó de serlo. Había olvidado que ése era uno de mis sueños, y que tú entrabas en ellos. Había sido, sin pretenderlo, sin darme cuenta, la última vez que lo soñaba. 

Me gustó comprobar que muchas cosas las había conseguido, así como otras tantas que nunca escribí forman a día de hoy parte de mis más bonitas prioridades, aquéllas que el camino fue trayendo consigo. No me fui de Erasmus a Malta, a pesar de que estaba puesto entre miles de exclamaciones; y sonrío al recordar la razón que me llevó a escribirlo. Nunca es tarde, algún día, pasearé entre las calles de Malta. Algún día... 


Nunca había soñado con Italia, mucho menos con una ciudad prácticamente desconocida y que durante unos meses he considerado hogar, que ha dejado una huella indeleble. 

Los sueños cambian, algunos llegan de improvisto, y ninguno es fácil. Nada que valga la pena lo será. Suena a topicazo, como tanto de lo que escribo, y lamento no tener en este momento otras palabras que lo expresen mejor, pero es así. ¿Hay excepciones? Posiblemente. Soy la primera que se siente un poco "pringada" a veces porque si algo se puede torcer, en mi caso tengo una probabilidad del 101% de que se tuerza. Pero, bromas aparte, nada que valga la pena te lo van a regalar. La suerte, tal vez se presente en bandeja de plata para algunos, pero para el resto de los mortales la encontraremos en el trabajo, en el esfuerzo. A fin de cuentas ya lo dice LuciaBe: "El molamiento y la pringadez confluyen en nosotros a partes iguales."

No era una de esas cartas que salen en las películas en las que dices algo así como que esperas estar viviendo la época de tu vida, al lado de Fulano, en una empresa estupendísima, cobrando mogollón, con uno de esos coches que decías que tendrías. En mi caso, recuerdo que era un Ford Fiesta que debía parecerme por entonces "lo más", no me preguntéis porqué... En realidad, aunque estaba escrito de forma epistolar era más bien un recordatorio, un manifiesto de vida, los principios sobre los que quería edificar todo, las virtudes que quería trabajar. Probablemente el primer año de universidad le eché un vistazo con bastante frecuencia, pero en cuanto terminé el cuaderno aquéllo volvió a quedar sepultado bajo un centenar de páginas escritas con mil borrones, hasta hoy.

No tardé ni dos segundos en coger otro folio en blanco para comenzar a escribir una nueva carta. Me sentía bastante satisfecha, muchas de las cosas que hoy me preocupan no estaban siquiera entre las prioridades de vida de aquélla niña de 17 años, y sinceramente, creo que debo prestarle un poco de atención ya que aún no se había intoxicado mucho con el mundo. Supongo que, con los años, las responsabilidades, etc, todo se complica. Muchas veces nos preguntamos dónde quedan los principios, los valores, en lo que hacemos. Tratamos de justificarnos diciéndonos que es la única manera. Ignoramos sueños que antojamos demasiado grandes e improbables sin atrevernos a dar el primer paso porque tenemos miedo a caer, porque tal vez no es lo que se espera de nosotros. ¿Pero qué esperamos nosotros? Tal vez lo importante no sea sólo qué quieres hacer ahora sino, sobretodo, cómo lo quieres hacer. 


Queríamos cambiar el mundo, al menos yo lo quería. Pensaba que mi estupenda nota media de Selectividad me abriría mil puertas, ahora que ya no presumo de media empiezo a preguntarme ¿qué puertas son realmente las que quiero abrir? Quería cambiar el mundo, hoy en esa hoja de papel blanco empiezo a escribir un compromiso que refuerza el que hice 6 años atrás. 


"¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que decide siempre lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración." (El hombre en busca del sentido- Viktor Frankl) 


lunes, 22 de mayo de 2017

Billete infinito

He vuelto a recorrer la senda de las historias que sin tener principio ni fin, existieron. Aquéllas que se alimentaron a base de señales cobardes a medio camino del "Sí" y el "No". Caminantes pasajeros, intermitentes, dubitativos ante el que dirán, el que será, y después de todo, qué pasará.

He vuelto a sentir aquel nudo, que sin piedad ata las cuerdas de mi garganta y presiona el corazón en un ruego de lágrimas que no se deciden a aflorar. A sonreír como una tonta, e inventar ocho capítulos al más puro estilo Jane Austen con un "comieron perdices" cerrando la historia. A correr y frenar en seco, centrar todos mis sentidos en un olvido que se resiste, mientras mi mente no da tregua y analiza cada gesto, cada palabra, cada mirada, en busca de una señal que se perderá después en el camino...


Cobardes sin retorno, a la espera de un día que no llega, que tal vez ni llegue, esperando el momento, la ocasión, la certeza que se resiste ante la ausencia del primer paso.

Y siento que se avecina la nostalgia, de lo que fue pero sobretodo, de lo que pudo haber sido. Comprando un destino a ese billete de tren infinito, decidiendo estación desde la que retomar de nuevo el trayecto tras una pausa en el camino. No vuelvas atrás si no te has decidido, ni me traigas más quizás que tantos sueños encierran. 

Tendremos que esperar, aguardar el mayor de los tropiezos que nos hará salir airosos, y descubrir que en el error está el camino; y en el primer paso, la manera de llegar. Y comprobar, reconocer después de todo, después de tanto, que la telequinesia no fue nunca nuestro fuerte; que queriendo y sin querer, nos veremos tropezar, y por encima de todo, eso no será el final.

Destaparemos viejas heridas mientras aguardamos la llegada de las palabras más bonitas, seguidas de miradas certeras y sonrisas que de pronto un día comenzaremos a sentir hogar. Intenciones que se transformarán en palabras, palabras en hechos, hechos en hábitos, rutinas del querer al que uno nunca se acostumbra. 


Y volveremos, caminando, incapaces de medir lo que en el tiempo recorrimos, sin un horizonte que nuestra vista pueda conocer de antemano. Nos paramos, sentimos la nostalgia de la emoción del primer paso, el primer tropiezo, el primer perdón...

Nostalgia de lo que fue, de pronto y sin darnos cuenta, la encontramos anclada entre aquello que sin principio ni fin, sin existir, existió.


domingo, 7 de mayo de 2017

Y que camine al andar

Me he dejado el móvil en casa, y una cola kilométrica me separa entre el funcionario que me tiene que atender y yo. A mi alrededor nadie mira al frente si no es para comprobar que su posición sigue intacta y soltar el típico bufido de "no tengo todo el día", una vez cumplimentado lo que manda "la etiqueta" vuelven sus miradas al teléfono. Whatsapps, galerías de imágenes, Facebook, Instagram... Cualquier cosa que haga la espera menos aburrida. Estoy tan ensimismada en el sueño que tengo y en mirar en derredor que tardo en reparar que la música que llevo escuchando un buen rato procede de la misma fila. 



Y ahí está usted, porque, discúlpeme si no me atrevo aún a tutearle. No me atrevo, tampoco, a adivinar su edad, sin duda jubilado, pelo canoso y tez morena, chaqueta verde a medio abotonar y unos ojos que parecen ausentes, en sus labios una armónica, que deslizan sus manos de un lado a otro de la boca con asombrosa alegría. Lo cierto es que está dos puestos por detrás de mí, lo que facilita nuestro segundo encuentro, cuando una vez finalizados mis trámites y estando sentada en la parada del autobús con la esperanza de tener una vuelta rápida y sin complicaciones le veo venir en mi dirección, caminando. 

Porque usted no anda, usted camina. Y me descubro admirando esa capacidad de abrir un camino al andar, de caminar al andar. Y pienso en tí, en mí, en las prisas que últimamente nos inundan para llegar a todo en tiempo récord, lo que no hace sino que día tras día nos digamos a modo de broma que nuestro día ha sido "mierder" por el simple hecho de no haber llegado a todo lo que nos habíamos propuesto al levantarnos. Pienso en tí, en mí, y sólo quiero que nos reflejemos en él.

Que caminemos al andar, paseando, disfrutando, en compañía o sin ella, sin analizar, tan sólo observando qué tenemos a nuestro alrededor y nos dejemos, de verdad, maravillar. Que subamos a la montaña, y palpemos en ella nuestra pequeñez, nuestra nada. Conocer el mar y emborracharnos de él. Y caminar, sin duda lo que quiero para tí y para mí, es que caminemos al andar.

Abrir la puerta de la felicidad a cada paso, vivir en plenitud ese instante en que uno se siente libre, dichoso, sereno, satisfecho e invencible. Pequeño, muy pequeño, pero protegido.


Buscar el piar de los pájaros, el rugir del viento, el suave roce de los árboles, y a los niños saltando. La comba contra el suelo, la pelota entrando en la canasta y una fuente de lo que no cesa de brotar agua. Las risas, un padre llamando con cariño a su hijo, y el silencio de la espera.

Ay la espera...

Que midamos nuestros pasos, comprendiendo que hay algunos que no deberemos dar a la ligera sino en su momento, sólo con determinadas personas. Qué importante es dar a cada paso y cada persona el valor adecuado, ¿no cree usted?

Y usted, en mi imaginación cansada y alocada, asiente con la cabeza. Ya sabía yo que en esto tenía razón...

Que sepamos, además de batirnos en duelo cada día entre los pasillos del intercambiador de Plaza Castilla para no dejarnos arrastrar entre el gentío, cambiar el chip y con cada paso que demos al andar, abramos también un camino, con esa mirada que en apariencia es dispersa pero que no pierde detalle de lo importante.

Y detenernos. Tú, yo. En lugares donde no estorbemos. Lugares donde puedas ocultarte discretamente sin afán de hacerte notar, igual que haré yo, hilando cada experiencia al tejido de mi vida, de tu vida, y en ocasiones la que será nuestra vida, enhebrando todo lo que aprendemos no sólo de lo que vivimos sino de lo que escuchamos, vemos, sentimos. 

Ojalá, en esa espera tan fastidiosa saquemos la armónica y sin darle más vueltas comencemos a tocar, ajenos a ese brillo que despierta la música en las miradas de los demás, ajenos a esas preocupaciones que salen volando de sus mentes con cada compás de la melodía, ajenos a todo, atentos tan sólo a lo importante. Ojalá, a falta de instrumento, del don de la música, de saber tocar, encontremos nuestra "armónica" con la que dar sabor a la espera para no perder ni un sólo segundo de nuestro día, que nos fue dado con la esperanza de que camináramos sobre él y no sólo anduviéramos.

Ojalá, camine al andar. 


Ojalá, camines al andar... 

Con la mente en blanco para llenarla de sueños, con la mente repleta de ideas y pensamientos que poner en orden, persiguiendo con tus zapatos el ritmo que tu vida merece, sin ralentizarlo o acelerarlo por un mero instinto pasajero, y que, al mismo tiempo, seas capaz de acompasarlo a los míos, al lado. Sencillamente lo que te pido, es que cuando camines al andar, tengas el valor de no adelantarte sólo en busca del reconocimiento, sino que te abras camino, y que lo hagas al lado, a mi lado.



jueves, 13 de abril de 2017

Per aspera, ad astra

Tengo que volver a leer un libro, sentarme al sol, y dejar pasar las horas. Es una necesidad básica que mi mente me pide a gritos desde hace semanas y que acallo respondiendo que lo haré en cuanto pueda. Tengo que volver a escribir en un cuaderno, observar la madrugada y dejar hablar al silencio, escuchar tan sólo el rasgueo del bolígrafo sobre el papel y pintarrajearme sin querer el pijama para dejar huellas de lo que es una noche en la búsqueda del todo y la nada.



He vuelto a escribir, aunque tal vez lo correcto no sea decir que haya vuelto porque nunca lo dejé, si bien, dejé de publicar. Escribía en el móvil, cuando el autobús se detenía en un atasco y me permitía observar mejor una caótica mañana más en la capital. Reparé en aquellos días que pareciera que no iban a amanecer nunca, cuando un manto de nubes grises arropaba la ciudad en un amago de dormir un poquito más. Observé con detalle los árboles, dándome cuenta por primera vez de sus formas y colores tan distintos. "Necesitas dormir más" me dijo el otro día una amiga cuando a las 8 de la mañana le empecé a mandar fotos de árboles. Y tal vez tenga razón, pero es que siendo una pieza clave de ese Paseo que tanto me gusta, nunca me había detenido en ellos. Y descubrí la alegría de contagiar alegría, valga la redundancia, cuando empecé a toparme día sí y día también con el mismo conductor de autobús que nada más entrar me miraba a los ojos y me sonreía mientras alegremente me daba los buenos días. Y entonces sí, entonces sí que podía empezar no sólo el día, sino un buen día. 

Salí a pasear, aunque menos de lo que quería,  con la esperanza de inspirarme y redirigir un poco todo este sinsentido de compromisos que se me vienen por esa incapacidad de priorizar cuando todo parece prioritario. No volaba, en el sentido metafórico de la palabra, entendedme, pero tampoco hallaba la ilusión ni la perspectiva de alzar en algún momento el vuelo. Era otro día bola, de esos que al terminar te hacen plantearte si lo que estás haciendo te está llevando a donde quieres ir, de quién eres hoy, si eres mejor que ayer, y quién serás mañana. Otro día bola, otro día raro, para despertar al día siguiente con el único objetivo de que fuera "un día fácil". 


El bolígrafo se me escurría entre las manos, para terminar por escribir siempre lo mismo, siempre sobre lo mismo, sin ninguna connotación diferente, una aburrida hilera de palabras que mi mano se empeñaba en anotar sin, por ello, vaciar un poco la mente y hacer hueco a lo nuevo. 

Mis dedos siguieron tecleando frenéticos cada mañana: gestos bonitos que observaba en el metro, reflexiones fruto del sueño sobre lo bonitos que son los árboles en la Castellana cuando amanece (en serio, lo son), y un sinfín más de situaciones que mis ojos, siempre prestos a captar cuanto parezca interesante, sentían la necesidad de atrapar para, tal vez, escribir algún día más sobre todo ello. Pero no lo hice. 

No lo recordé sino hace un par de días, cuando volviendo a casa ya de madrugada, levanté la mirada para terminar por descubrir que hacía días que había olvidado atisbar el cielo por las noches en busca de la luna, y que el problema era que no recordaba qué lugar ocupaban las estrellas. 

De pronto una de esas frases que acumulo en el móvil cobraba todo el sentido. 

Per aspera, ad astra. 

Soy un poco friki de los latinismos estos, qué le voy a hacer, siempre he admirado la capacidad de expresar mucho con la brevedad, y esto es una muestra de ello.

No sé hasta qué punto todo estaba siendo áspero, tampoco había que exagerar, eran días bola, y punto, porque en esta vida los hay mejores y los hay peores, el problema era que a todas esas asperezas no les había dado ningún sentido. En este inesperado cruce de caminos de repente andaba por uno sin saber muy bien porqué, sin saber si era lo que quería, arrastrando los pies en lugar de caminando con ganas e ilusión, dejando las cosas pasar en lugar de hacer que las cosas pasaran.


Y, desde el lunes, Ramón no está. Ramón es el conductor del que os hablaba al principio, debe haberse cogido los días libres y otro conductor cubre su puesto. Y estos días, faltaba Ramón... Faltaba esa sonrisa por las mañanas, ese "buenos días" lleno de energía que no aturde sino que, de verdad, sientes una descarga de alegría que te despierta la primera sonrisa auténtica del día. Y lo estaba notando. Y entonces, querido Ramón, empecé a pensar en tí, y en tus días bola que, sin duda, tendrás de vez en cuando, como todos, y yo no me había dado cuenta de ello porque siempre estabas ahí dispuesto a alegrar el día a los demás. Y escribiendo esta frase me doy cuenta de lo típica que es, y de lo única y excepcional que se vuelve cuando se hace realidad, cuando, verdaderamente cada día, hay personas que hacen que un día sea mejor.

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Día bola: Dícese de los días que se atragantan cual trozo de carne y cada segundo que pasa se hacen más y más bola sin lograr tragarlos.

Per aspera, ad astra: Existen varias traducciones, viene a ser algo como: a través de los senderos ásperos, a las estrellas. En definitiva, nada que valga la pena va a ser fácil; pero hay que saber qué es lo que vale la pena ;)

domingo, 26 de febrero de 2017

Carta a la chica del metro

Querida tú,

perdona que haya tardado tanto en terminar esta carta que comencé la noche que te encontré en el metro. Qué difícil te debe resultar quererte.


Tú estabas ahí, sentada con tus otros tres ¿amigos? Disculpa los interrogantes, pero no puedo sino preguntártelo después de escuchar como te hablaban. Vestías una camiseta blanca de tirantes, vaqueros rotos, y unos botines (chulísimos, por cierto). Te habías pasado un poquito con el eyeliner, nivel principiante de quien quiere ser mayor, labios rojos, unos pendientes de aro grandes en las orejas, y mirada vulnerable. Tus -llamémosle amigos para simplificar- llevaban el peso de la conversación, hablaban especialmente fuerte como si de verdad pensaran que al resto del vagón nos importaba su vida, con esa innecesaria y penosa necesidad de aparentar ser guays, ser mayores, ser, en definitiva, superiores. Intercambié varias miradas con el resto de pasajeros, debatiéndome entre si cambiarme de vagón o decir algo a los bocazas de tus amigos.

Qué difícil te deben de estar poniendo quererte.

Justo en los asientos de enfrente estaba una niña de unos 7 años que asistía aturdida a la conversación más cruel y denigrante que espero que escuchen sus oídos. Las ganas de acercarme a taparle los oídos y decirle que no hiciera caso eran demasiado grandes, el ansia de tener una varita mágica y borrar todas esas palabras que escupían tus amigos de su mente atestada de sueños. Se bajó con su madre en la siguiente parada y cambiaron de vagón.



El tema de la conversación no era el más apropiado, pero el verdadero problema estaba en cómo hablaban de ello. Las fotos de tus amigas que guardabas en el móvil pasaron de unas manos a otras. Hablasteis de "la tía más fea del universo", y de la que según otros "no era la más fea del universo". Hablasteis de ésa que lo único aprovechable que tenía era cómo se lo hacía con otros. Analizasteis con lupa cada parte del cuerpo de unos y otros, para que terminaran por decirte todo aquello que debías operarte. 

Me disteis bastante pena, no te miento. No teníais ilusión por nada, aspiraciones, un -aunque fuera- vago interés por los demás, por algo que no fuera miraros al ombligo, que no fuera puramente físico o material. 

Pasaron muchas cosas por mi mente, muchas preguntas... 



Qué difícil te deben de estar poniendo quererte.



Quería saber si eras feliz. Quería preguntarte qué cosas te hacían feliz. Quería saber cuál era la cosa más loca que nunca te habrías atrevido a soñar. Quería saber si te sentías querida, si tú te querías. Si sabías lo que era sentirse acompañada cuando estás sola, en lugar de sola cuando estás rodeada de gente. 


Tenía curiosidad por saber si estabas leyendo algún libro y cuál, o si alguna vez habías leído algún libro. Si tenías un autor favorito, un cantante, un guitarrista, un pintor, qué se yo, alguien a quien admiraras y a quien te quisieras parecer. Quería saber qué querías ser de mayor. Si ya andabas preocupada por eso de que las empresas piden un C1 de inglés tan sólo para hacer fotocopias o si tenías pensado ser youtuber. Y, si ésta era tu opción, quería saber si sabías qué número de canales existen abiertos en Youtube y qué pocas personas viven de ello. Para todo, hay que valer.

Me habría gustado decirte que eras muy guapa, y que no tenías que operarte nada sólo porque tres niñatos te lo hubieran dicho, que esa tenía que ser una decisión exclusivamente tuya. Me habría gustado explicarte un poco la riqueza de ser mujer, que va más allá de lo que te habrán enseñado en el instituto. Me gustaría haberte preguntado si sabías que tus amigas eran personas, no objetos, y que como tales no son de usar y tirar. Me habría gustado decirte que tú no eres de usar y tirar. 


Me habría gustado decirte que puedes hacer todo lo que te propongas, que la vida te está esperando y en ella hay mucho más de lo que ves desde tu burbuja. Que los 15 años molan muchísimo, de verdad, y a los 17 te alegras de no haber quemado etapas antes de tiempo. Me gustaría decirte que tu madre te quiere con locura, y que no tienes ni idea de lo que ha hecho, hace, y estaría dispuesta a hacer por tí; que no encontrarás amor más puro, y que con ella podrás ir al fin del mundo si quieres, pero sin ella te costará más.

Quería decirte que no me tienes que hacer ni caso, que no soy nadie, tan sólo otro par de todos los ojos que os miraban entre pena y estupefacción. Pero que la vida es más, y hay cosas bonitas, y cosas menos bonitas, y el truco para disfrutar de lo bueno y de lo malo es rodearte de personas auténticas que te quieran bien.


Quería decirte que no hacía falta que te pusieras caretas, jugar distintos personajes, que así, como tú eras, eras única, y eso estaba bien.

jueves, 2 de febrero de 2017

Piano, piano

Confieso que no pude evitar sonreír con cierto aire de nostalgia cuando las últimas palabras en italiano que escuché fueron precisamente aquéllas que me recibieron. Recuerdo los primeros días, ese choque entre cordura y locura, la irremediable necesidad de tenerlo todo bajo control y al mismo tiempo la ligereza que te da el fluir, el perderte y encontrarte, el conocer gente nueva y distinta, probar sabores nuevos, disfrutar de vistas que desconocías y que te dejan sin aliento, esa sensación de levantarte cada mañana sin más plan que a dónde tus pies y tu ilusión decidan llevarte. 



Al día siguiente de aterrizar, después de haber hecho papeleos varios, recuerdo haber conocido a un italiano-español en la cola de nosequé cosa, tal vez en la oficina de transporte, de turismo, o del supermercado, esos días lo tengo todo borroso. Gastaba un aire hippie de quien camina por la vida sin nada y recibe todo cuanto necesita de ella, una seguridad pasmosa, una mirada vivaz e interesante, las manos casi siempre en los bolsillos, silbaba muchísimo, y recuerdo que su cara y cuello estaban intensamente enrojecidos por el sol. 

- Piano, piano.- me dijo.

- ¿Qué?

- Que vayas despacio, que las cosas necesitan su tiempo, acabas de llegar y ya quieres hablar y entender italiano sin que nadie te haya enseñado nada. Quieres dejar de coger el autobús y bajarte en la parada equivocada; y manejarte a la perfección por una ciudad en la que no llevas ni 24 horas. Tranquila, ten paciencia, todo llega ya verás. Piano, piano.

Comimos en uno de los numerosos pizza-kebab que se alinean en una y otra calle con sus maravillosas ofertas y esa extraña sensación de estar comiendo pizza en Italia cocinada por un turco, ¡¿qué puede haber más auténtico para un turista?! Ya llegarían después los días del purismo italiano, ya llegarían...

Piano piano, me repitió al despedirse. Él no lo sabe, pero de aquéllas palabras yo hice mi lema los primeros días, decidí no sólo perderme, sino perderme más, no tener miedo a meter la pata con el idioma, coger autobuses con la incertidumbre de donde me dejarían, hablar con la persona menos pensada, tener paciencia y esperar.


Y lo cierto es que no lo recuerdo, no sé el momento exacto en que todo hizo click, pero de pronto un día descubrí que estaba hablando con un grupo de italianos en clase y seguía al 100% la conversación y participaba sin pensar si tal o cual verbo estaría bien conjugado. De pronto conocía todos los atajos, los caminos más bonitos, los que tenían tiendas más chulas, los que pasaban por más plazas, los que abrigaban mercadillos en determinados días... Los que tenían luces de Navidad más bonitas, los que tenían el pavimento mejor cuidado, los que te conducían al río, los que... 

Recuerdo un día, en Milán, que olvidé el gorro en el asiento del tren y vino detrás de mí un chico corriendo a devolvérmelo. En ese momento me pilló con una amiga rebuscando en el mapa cómo llegar al tan famoso Duomo, cuando después de dármelo me preguntó si era nueva en Milán, le respondí que sí. 

- Entonces, ¿eres de Turín, no?- me preguntó sonriente.
- Sí, sí, soy turinesa.- le dije sin pensar.

Y todo, piano piano, había encajado sin que me diera cuenta, y en el momento menos pensado había hecho de aquélla mi ciudad.

Hoy me doy cuenta de como aquéllas calles ya me empiezan a faltar, sus plazas siempre llenas de gente, las vistas que día y noche regalan las orillas del Po, los jardines más bonitos en los que he podido ver el otoño, los modos y la exquisita educación con que me he sentido tratada, el caos del tráfico, de la administración pública, y de todo. El café, y ese micro-vaso de agua con gas que te ponen siempre junto al café lo pidas o no. ¿Por qué? Porque hay que preparar el paladar antes de saborear el cielo (y en Italia, el café sin duda es un instante en el Paraíso).

Porque las cosas buenas, las que valen la pena -y el café la vale- se merecen una delicada preparación. Podemos tomar las cosas a destiempo, con las manos sucias, el paladar gastado, el alma encogida, la prisa que todo lo inunda, el instinto que tanto domina. Podremos hacerlo, podremos darnos dos palmaditas en la espalda y decirnos que lo hicimos. Bravo, enhorabuena. Has rebajado a algo banal lo que se suponía que debía ser extraordinario.

Y así lo aprendí, piano piano. En mi búsqueda por la normalidad, la sencillez, aspirando a la imperfección que me recordara que no soy el superhombre de Nietschze y no todo me pertenece ni todo lo controlo. Esa extraordinaria normalidad que no es una contradicción, hoy parece que lo verdaderamente extra-ordinario sea ser, sencillamente ser, querer ser, luchar por ser.


Todos estos recuerdos vinieron a alborotar mi mente cuando al bajar del coche el taxista me dio mis pesadas maletas con cuidado y me dijo sonriente:

- Tranquilla, piano piano.

Y es que, chi va piano, va lontano. 





domingo, 15 de enero de 2017

De blanco

De blanco, cubriste cada uno de los recodos de esta ciudad que desde el primer momento se hizo querer. De blanco, cubriendo el gris de las aceras. Ceniza y colillas ocultas tras la hojarasca. Trozos de papel que volaron en el olvido, todo cubierto, limpio, todo blanco.

Apenas se distinguen aún las pisadas que te apresuras a cubrir cada segundo. ¡Qué espectáculo! ¿De qué, de nieve? ¡De vida!

De pronto, al clavar con fuerza el primero de mis pies para evitar la caída siento el nuevo comienzo, el nuevo año en mis pies, la primera nevada del año, mi primera nieve en esta ciudad. No es bella, è veramente bellisima.

Paseo con la precaución que me hace sentir mi zapato cada vez que resbala, parándome más que de costumbre en una ciudad que si algo me ha enseñado es que nunca nos paramos demasiado, nunca llegamos a absorber la belleza de todo, nunca se capta todo en un instante, y cada día está lleno de muchísimas primeras veces que se ocultan tras la mirada acostumbrada que le concedemos a la rutina. 

Y no, no llegamos a captarlo todo, no llegamos a darnos cuenta de todo lo que somos, todo lo que tenemos, y a aquéllos a quienes tenemos. Nunca nos llegamos a preguntar lo bastante el porqué de lo que hacemos, ni llegamos a agradecer lo bastante lo que gratuitamente recibimos cada día. Damos todo por sentado, y nunca nos damos verdadera cuenta de ello.

Un ciao, papino procedente de una niña de unos 6 años me aleja de mis pensamientos y me encandila lo suficiente como para escuchar indiscretamente su conversación y la de los que le rodean. Sus hermanos y compañeros bullen de la emoción y no tardan en formar bolas de nieve, los padres sonríen y tratan de mantenerles quietos mientras comentan, con su característica expresividad, lo bonito y frío que está el día. 


Italia, pensé al principio, es una exageración perpetua en el idioma. El primer día que escuché pedir un bel'caffè (bello café) no pude evitar reírme, la duodécima vez que me dijeron lo bravissima que era en el mismo día dejé de darle valor a aquélla palabra y a utilizarla con menor moderación que antes. Pero, empiezo a pensar que tal vez no sea exageración sino belleza, en todas sus formas.

Pues, ahora sé que no es sólo belleza aquello que encontramos en el arte de Roma, Florencia, o tantísimos lugares que comúnmente se conocen precisamente por esto. Aprendí, creo, el sentido de pedir un bel'caffè con la mayor de las sonrisas, la estética que no sólo emerge en el arte sino también en la vida corriente, en cómo nos hablamos unos a otros, cómo vemos las cosas que nos rodean, y sobretodo, en la predisposición con que cada día dejamos huella en esa acerca cubierta de blanco que se nos presenta.

2017, ¿si no vas con todo, para qué vas?