sábado, 19 de julio de 2014

Una concha entre las piedras.


Necesitabas tiempo, y yo también. Tal vez algunos fueran directos, sin preliminares ni nada. Pero yo necesitaba observarte, conocer tus movimientos, estudiarte. Me senté cerca y te miré. Absorta en tu suave murmullo, tu forma de mecerte. De entrar con todo y retirarte. Ese estallido y después….

Calma.



Yo también quería formar parte de eso.


A mí me enseñaron a amarte. Pero también a temerte.

Amarte, no me costó. Encarnabas la autenticidad, lo espontáneo, lo cristalino y lo llano. Como decimos ahora, “cero postureo”. Tal cual te veía, tal cual eras. Un aura de misterio, sí. Impredecible, ¿pero quién no? Valentía, serenidad, decisión.  De algún modo lograbas la armonía entre el riesgo y la prudencia. De algún modo evaporabas toda complicación de mi vida.


Aprendí a perderme en tu horizonte, a dejarme llevar. A ver en tu azul un poquito de verde, en tu verde un poquito de azul. Y coral, blanco, nácar... Que ni todo lo bueno es totalmente bueno, y ni todo lo malo es solo malo.


Hay preguntas que es mejor no hacerse. Pero si me las hacía, tú y sólo tú tenías las respuestas.  Las ponía a tus pies, las dejaba ir contigo. Y tú me traías de vuelta algo muy grande, algo portentoso, envuelto en espuma de mar.


Me enseñaste a escuchar el silencio. 


Me enseñaste a pensar, pero también a actuar por instinto. Y aprendí, que si quería cangrejos era posible que me llevara un buen resbalón. Pero que si quería peces tendría que mojarme el culo. Sin riesgo no hay victoria, ¿no es eso lo que dicen?

También dicen que cuando una puerta se cierra se abre una ventana. Que después de las nubes sale el sol. Y que siempre hay una luz al final del túnel. Al final todo lleva a lo mismo. Siempre hay una concha que coger, algo que destaca por encima de lo feo. Siempre hay algo, siempre hay algo bueno en todo.

Temerte, tampoco me costó. Ya de lejos se veía que exigías respeto, obediencia. A veces espacio, distancia. El peor de los días podías ser indómito, y aun así… Te miraba en tu serena turbulencia y sólo podía pensar que algo tan grande solo puede haber sido creado por Dios, digan lo que digan.


A veces regreso a ti por puro placer, otras es necesidad. Sabes poner los pies en la tierra, afianzar los castillos que merecen la pena, destruir los que no son más que polvo.   De algún modo, sabes. De algún modo sin ser, eres. De algún modo...


"Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos."
(Pablo Neruda)


jueves, 10 de julio de 2014

La delgada línea entre el cielo y el mar.

Debió ser una siesta larga, pues cuando desperté todo estaba oscuro. Al salir de la habitación me topé con toda la familia al completo: vestidos de punta en blanco, con una copa de vino en la mano y charlando alegremente. Los más pequeños corrían por toda la casa. 
Sobre las mesas había comida deliciosa y con una presentación cuidada al detalle. Esos platos chic que solo ves en las revistas y en los restaurantes más pijos, esos platos que cuestan un ojo de la cara, y si te apuras los dos. Esos.


Miraba a mi alrededor sin decir palabra hasta que una de mis hermanas me llamó para presentarme a “Fulanito”, un hombre perfectamente “encorbatado”, elegante hasta decir basta, que había venido a celebrar con nosotros Dios sabe qué.

Me dirigí a la cocina para beber una taza de café y despejarme un poco. Y entonces, mientras me llevaba la taza a los labios, miré a través de la ventana para contemplar el mar. Y ahí, ahí donde yo pensaba que estaba la noche, el cielo oscuro e inmenso en su soledad. Ahí. Ahí donde con la punta de un dedo dejamos escapar el sueño más profundo. Ahí, en la más profunda penumbra en un día de verano, empecé a vislumbrar una luz blanca moverse a lo largo del cielo. Y después otra. Y otra. 
Recordaban vagamente a las estrellas fugaces, pero no lo eran. Y no fue sino al cabo de unos segundos cuando me dí cuenta de que esos destellos que recorrían el cielo eran espuma del mar. 




A mi lado se apostaron un par de hombres acompañados del señor "encorbatado", vestían un bañador y un chaleco salvavidas.


-          ¿Qué? ¿Te animas tú también?-me dijeron.

Sorprendida volví a mirar aquellas luces. Y empezaron a cobrar nitidez. Descubrí que eran lanchas motoras sorteando el mar, cabalgando el horizonte, dibujando lo que yo pensé que era el cielo, brillando por el influjo de una luna que yo no alcanzaba a ver.  

Me acobardé. ¡No distinguía el cielo del mar! Temor. Respeto. Paz. Estaba contemplando algo bello, y algo que en cierto modo me aterraba.  Todo era el todo. El todo y la nada...


Desperté con una sensación extraña. Salí de mi habitación, igual que en el sueño. Pero esta vez la casa no estaba invadida de olores y manjares. Ya no había un mar que contemplar, ni extraños a los que atender. Tan sólo dos de mis hermanos rondaban por ahí. Esta vez no se rieron de mis sueños extraños y sinsentido de los que tanto me acusan. A veces en mis sueños se conectan las ideas más dispares y extrañas que pueda llegar a imaginar, y acabo contando auténticas historias con las que se desternillan de risa. Pero esta vez no fue así. Y entonces, mi hermano "el filólogo" respondió:



-          Es  bastante curioso. Has soñado un romance.

Nada más decirme eso yo hice ademán de levantarme e irme. Las ventajas/desventajas de tener un hermano filólogo es que, cuando le da por ser pesado, no sólo te corrige cada expresión, cada punto y cada coma (que en este texto debe haber unos diez mil fallos de ese tipo...). Sino que en el momento más inesperado te suelta algo de ese estilo.

-          Has-soñado-un-romance.


Como diría uno de los niños que cuido “¡Toma Geroma pastillas de goma!”.
Y sí, no tardó ni dos segundos en dar con el romance del conde Arnaldos al que según él tanto se parece mi sueño. Y, como me gustó, aquí os lo dejo.

Quién hubiera tal ventura

sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan

yendo a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar

las velas trae de seda
jarcias de oro torzal
áncoras tiene de plata
tablas de fino coral

marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma
los vientos hace amainar

las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.

Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
"Por tu vida el marinero
dígasme ahora ese cantar"

Respondiole el marinero
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va"





Sinceramente, tuve que leerlo unas cuantas veces hasta entenderlo del todo y ver un poco la relación que tenía uno con otro. Porque así de primeras, no sé vosotros, pero yo no veía nada de nada. La ventaja/desventaja de tener un hermano filólogo, es que luego te suelta algo así como que el mar simboliza la muerte o un futuro cambio. Y no puedo evitar  recordar Harry Potter y el prisionero de Azkaban, el momento en que la profesora Trelawney dice: 




"Es importante que el hombre sueñe, pero lo es igualmente que pueda reírse de sus sueños"

 (Lin Yutang)