Querida tú,
perdona que haya tardado tanto en terminar esta carta que comencé la noche que te encontré en el metro. Qué difícil te debe resultar quererte.
Tú estabas ahí, sentada con tus otros tres ¿amigos? Disculpa los interrogantes, pero no puedo sino preguntártelo después de escuchar como te hablaban. Vestías una camiseta blanca de tirantes, vaqueros rotos, y unos botines (chulísimos, por cierto). Te habías pasado un poquito con el eyeliner, nivel principiante de quien quiere ser mayor, labios rojos, unos pendientes de aro grandes en las orejas, y mirada vulnerable. Tus -llamémosle amigos para simplificar- llevaban el peso de la conversación, hablaban especialmente fuerte como si de verdad pensaran que al resto del vagón nos importaba su vida, con esa innecesaria y penosa necesidad de aparentar ser guays, ser mayores, ser, en definitiva, superiores. Intercambié varias miradas con el resto de pasajeros, debatiéndome entre si cambiarme de vagón o decir algo a los bocazas de tus amigos.
Qué difícil te deben de estar poniendo quererte.
Justo en los asientos de enfrente estaba una niña de unos 7 años que asistía aturdida a la conversación más cruel y denigrante que espero que escuchen sus oídos. Las ganas de acercarme a taparle los oídos y decirle que no hiciera caso eran demasiado grandes, el ansia de tener una varita mágica y borrar todas esas palabras que escupían tus amigos de su mente atestada de sueños. Se bajó con su madre en la siguiente parada y cambiaron de vagón.
El tema de la conversación no era el más apropiado, pero el verdadero problema estaba en cómo hablaban de ello. Las fotos de tus amigas que guardabas en el móvil pasaron de unas manos a otras. Hablasteis de "la tía más fea del universo", y de la que según otros "no era la más fea del universo". Hablasteis de ésa que lo único aprovechable que tenía era cómo se lo hacía con otros. Analizasteis con lupa cada parte del cuerpo de unos y otros, para que terminaran por decirte todo aquello que debías operarte.
Me disteis bastante pena, no te miento. No teníais ilusión por nada, aspiraciones, un -aunque fuera- vago interés por los demás, por algo que no fuera miraros al ombligo, que no fuera puramente físico o material.
Pasaron muchas cosas por mi mente, muchas preguntas...
Qué difícil te deben de estar poniendo quererte.
Quería saber si eras feliz. Quería preguntarte qué cosas te hacían feliz. Quería saber cuál era la cosa más loca que nunca te habrías atrevido a soñar. Quería saber si te sentías querida, si tú te querías. Si sabías lo que era sentirse acompañada cuando estás sola, en lugar de sola cuando estás rodeada de gente.
Tenía curiosidad por saber si estabas leyendo algún libro y cuál, o si alguna vez habías leído algún libro. Si tenías un autor favorito, un cantante, un guitarrista, un pintor, qué se yo, alguien a quien admiraras y a quien te quisieras parecer. Quería saber qué querías ser de mayor. Si ya andabas preocupada por eso de que las empresas piden un C1 de inglés tan sólo para hacer fotocopias o si tenías pensado ser youtuber. Y, si ésta era tu opción, quería saber si sabías qué número de canales existen abiertos en Youtube y qué pocas personas viven de ello. Para todo, hay que valer.
Me habría gustado decirte que eras muy guapa, y que no tenías que operarte nada sólo porque tres niñatos te lo hubieran dicho, que esa tenía que ser una decisión exclusivamente tuya. Me habría gustado explicarte un poco la riqueza de ser mujer, que va más allá de lo que te habrán enseñado en el instituto. Me gustaría haberte preguntado si sabías que tus amigas eran personas, no objetos, y que como tales no son de usar y tirar. Me habría gustado decirte que tú no eres de usar y tirar.
Me habría gustado decirte que puedes hacer todo lo que te propongas, que la vida te está esperando y en ella hay mucho más de lo que ves desde tu burbuja. Que los 15 años molan muchísimo, de verdad, y a los 17 te alegras de no haber quemado etapas antes de tiempo. Me gustaría decirte que tu madre te quiere con locura, y que no tienes ni idea de lo que ha hecho, hace, y estaría dispuesta a hacer por tí; que no encontrarás amor más puro, y que con ella podrás ir al fin del mundo si quieres, pero sin ella te costará más.
Quería decirte que no me tienes que hacer ni caso, que no soy nadie, tan sólo otro par de todos los ojos que os miraban entre pena y estupefacción. Pero que la vida es más, y hay cosas bonitas, y cosas menos bonitas, y el truco para disfrutar de lo bueno y de lo malo es rodearte de personas auténticas que te quieran bien.
Quería decirte que no hacía falta que te pusieras caretas, jugar distintos personajes, que así, como tú eras, eras única, y eso estaba bien.