Las cosas que nunca dijiste, los silencios que no guardaste, las palabras que jamás proferiste.
Los gestos que me hablaron de tí, que conversaban más que tus labios. Y tu manera de andar, de revolverte el pelo y tamborilear con los dedos sobre la mesa cuando estabas pensando. Cuando estabas nervioso, cuando estabas contento y cuando estabas triste. Cuando en tu mente estaba a punto de surgir algo. Algo grande. Conocía de sobra ese movimiento, ese ritmo imparable, armonioso. Siempre igual, siempre el mismo. Mirabas al infinito, pero ¿qué veías?
Las cosas que nunca dijiste, las palabras que jamás salieron de tu
boca. Las que adiviné tras tu sonrisa forzada al tener un día duro, tu
calidez en el trato, y ese "gracias" y "por favor" que decías con total y
absoluta consideración hacia el otro.
No era el qué sino el cómo.
La vida que jamás me contaste, y que yo intuía. Y esos castillos que construí aún consciente de la amenaza de ola, de tsunami.
Y, de la noche a la mañana, todo estalló.
Arrasaste con todo. Castillo, torreta, foso. No me dejaste ni un simple fuerte de guerra.
No hubo un gracias, ni un por favor. La sonrisa se mudó de tu rostro, tu brillo hibernó hasta desaparecer, tus buenos modales fueron cosa de un ayer. Un ayer que un día soñé, que no viví, que idealicé.
No fuiste tú, ahora lo sé. Ni en el principio ni en el fin. Sólo lo que yo quise ver en tí. Te dibujé unas miradas que no eran tuyas,
unas virtudes de las que carecías, y te quité los defectos que te hacían
único y especial.
Te robé la oportunidad de mostrarme quien eras de verdad, una y mil veces. Y lo siento.
Y volviste, y contigo tu sonrisa. La calidez de tu mirada, tus dedos poniendo música a los silencios, tus modos tan característicos y tu pausado caminar.
Y entonces sí. Entonces llegaron las
cosas que sí dijiste, las palabras que sí salieron de tus labios, el brillo que desprendían tus miradas mientras las decías. Y unos nuevos modos, unas nuevas manías, nuevas muecas en tu cara, y todo un mundo interior por descubrir.
Entonces sí, entonces ví los ladrillos. Y, uno por uno, fui construyendo una imagen consolidada de tí. Ahora sí. Porque no era el qué, sino el cómo. Siempre lo supe, siempre fue así. Sólo había que dejar actuar al tiempo, ese del que hablamos cómo si pudiéramos manejarlo a nuestro antojo, como si de verdad nos gustara esperar a que el tiempo cumpla su cometido. Y no nos gusta, no nos engañemos. Nos gusta tener el control de las situaciones y el tiempo suele desmontarnos ese intento nuestro de dominio. Pero, aunque a veces no lo parezca, éste suele ser nuestro aliado.
Fue el tiempo lo que me trajo tus palabras sinceras, tus sonrisas auténticas, tu risa estentórea y tu personalidad fuerte. Fue el tiempo lo que forjó aquella amistad, y el que me llevó hasta tí.
Cayó el mito, como de costumbre. Malditos prejuicios, nunca tienen la razón.
Esta vez sí, esta vez quiero saber quién eres y no decidirlo con antelación. Empecemos de cero, ¿te parece?
Fue el tiempo lo que me trajo tus palabras sinceras, tus sonrisas auténticas, tu risa estentórea y tu personalidad fuerte. Fue el tiempo lo que forjó aquella amistad, y el que me llevó hasta tí.
Cayó el mito, como de costumbre. Malditos prejuicios, nunca tienen la razón.
Esta vez sí, esta vez quiero saber quién eres y no decidirlo con antelación. Empecemos de cero, ¿te parece?