miércoles, 19 de noviembre de 2014

Las cosas que nunca dijiste


Las cosas que nunca dijiste, los silencios que no guardaste, las palabras que jamás proferiste.



Los gestos que me hablaron de tí, que conversaban más que tus labios.  Y tu manera de andar, de revolverte el pelo y tamborilear con los dedos sobre la mesa cuando estabas pensando. Cuando estabas nervioso, cuando estabas contento y cuando estabas triste. Cuando en tu mente estaba a punto de surgir algo. Algo grande. Conocía de sobra ese movimiento, ese ritmo imparable, armonioso. Siempre igual, siempre el mismo. Mirabas al infinito, pero ¿qué veías?

Las cosas que nunca dijiste, las palabras que jamás salieron de tu boca. Las que adiviné tras tu sonrisa forzada al tener un día duro, tu calidez en el trato, y ese "gracias" y "por favor" que decías con total y absoluta consideración hacia el otro.

No era el qué sino el cómo.

La vida que jamás me contaste, y que yo intuía. Y esos castillos que construí aún consciente de la amenaza de ola, de tsunami.

Y, de la noche a la mañana, todo estalló.

Arrasaste con todo. Castillo, torreta, foso. No me dejaste ni un simple fuerte de guerra.


No hubo un gracias, ni un por favor. La sonrisa se mudó de tu rostro, tu brillo hibernó hasta desaparecer, tus buenos modales fueron cosa de un ayer. Un ayer que un día soñé, que no viví, que idealicé.

No fuiste tú, ahora lo sé. Ni en el principio ni en el fin. Sólo lo que yo quise ver en tí. Te dibujé unas miradas que no eran tuyas, unas virtudes de las que carecías, y te quité los defectos que te hacían único y especial.

Te robé la oportunidad de mostrarme quien eras de verdad, una y mil veces. Y lo siento.



Y volviste, y contigo tu sonrisa. La calidez de tu mirada, tus dedos poniendo música a los silencios, tus modos tan característicos y tu pausado caminar. 

Y entonces sí. Entonces llegaron las cosas que sí dijiste, las palabras que sí salieron de tus labios, el brillo que desprendían tus miradas mientras las decías. Y unos nuevos modos, unas nuevas manías, nuevas muecas en tu cara, y todo un mundo interior por descubrir.

Entonces sí, entonces ví los ladrillos. Y, uno por uno, fui construyendo una imagen consolidada de tí. Ahora sí. Porque no era el qué, sino el cómo. Siempre lo supe, siempre fue así. Sólo había que dejar actuar al tiempo, ese del que hablamos cómo si pudiéramos manejarlo a nuestro antojo, como si de verdad nos gustara esperar a que el tiempo cumpla su cometido. Y no nos gusta, no nos engañemos. Nos gusta tener el control de las situaciones y el tiempo suele desmontarnos ese intento nuestro de dominio. Pero, aunque a veces no lo parezca, éste suele ser nuestro aliado.

Fue el tiempo lo que me trajo tus palabras sinceras, tus sonrisas auténticas, tu risa estentórea y tu personalidad fuerte. Fue el tiempo lo que forjó aquella amistad, y el que me llevó hasta tí. 

Cayó el mito, como de costumbre. Malditos prejuicios, nunca tienen la razón.

Esta vez sí, esta vez quiero saber quién eres y no decidirlo con antelación. Empecemos de cero, ¿te parece?








domingo, 9 de noviembre de 2014

Déjame revivir aquel noviembre

Noche de caminos, de desandar nuestros pasos y echar un vistazo atrás. Uno rápido, me dices. Pero no estoy de acuerdo.

Esta noche no quiero avanzar, quiero quedarme aquí quieta, ajena a todas las vidas que corren de un lado para otro.



Tan sólo este silencio que llevo tiempo buscando. Al fin calma después de una semana en que las horas de dormir apenas llegaban a contarse con los dedos de una mano. Esta quietud, este café por placer y no necesidad. Este libro, y unas mantas. Cuaderno y boli, música de fondo, que hoy sólo quiero escribir, hoy sólo quiero pararme. 

Esta noche no cuentes conmigo. Esta noche no giraré al ritmo de este loco mundo. Esta noche me bajo.


Dame tu hombro. Déjame que apoye mi cabeza en él. Quiero vivir esta noche a cámara lenta, quiero poder fijarme en los detalles en los que no tengo tiempo de pararme. Quiero retroceder. Unos meses, unos días, unos años... Unas horas.

Quiero juntar todos esos instantes y saborearlos de nuevo. Quiero que por esta vez no exista el tiempo. Que no exista el ayer ni el mañana, ni tan siquiera el hoy. Que no existan las probabilidades, la incertidumbre, el dolor, ni las mariposas.



Déjame, por favor. Por esta noche, déjame para el reloj. Quiero agarrar esas agujas que marcan el ritmo de cada uno de nuestros pasos y hacerlas pedacitos. Déjame escuchar tu risa en modo "repeat" toda esta noche, y sentir como tu mirada eriza mi piel. Déjame sentir una vez más esas cosquillas, y volver a vivir el primer día que te ví, y el segundo, y el tercero.


Déjame revivivir aquel noviembre, porque tal vez fuera el mejor.  Porque si hoy no estás tú... Porque si tanto ha girado el mundo desde entonces... 

Déjame volver a aquel noviembre.
 

Aquel que vestía de blanco sus noches, que jugaba al escondite con la luna y siempre perdia, que olía a castañas asadas, a lluvia sobre el asfalto, a nostalgia de un tiempo que fue mejor.


¿Y si cualquier tiempo pasado fue mejor?

¿Qué esperanza tenemos si nos escondemos tras el ayer? ¿Si lo convertimos en una excusa para evitar el riesgo? ¿Si definimos nuestras vidas sobre lo que fuimos y no sobre lo que seremos? ¿Qué esperanza?

Déjame revivir aquel noviembre, porque tal vez fuera el mejor. 

Hasta hoy...