miércoles, 31 de mayo de 2017

Avanti

Y ni nos dimos cuenta. Fue nuestro último día de clase, la última vez compartiendo confidencias en medio del discurso de un profesor mientras trata de captar nuestra atención de las maneras más disparatadas, por ejemplo, leyendo diapositivas que ni ha preparado. 

Fue la última vez, que nos hicimos un boomerang sólo para reírnos de lo tonto que se ve todo en uno de sus vídeos para borrarlo instantes después. La última vez que, casi en un ultimo suspiro, nos miraríamos y nuestros ojos ya hablarían por sí solos. ¿Cañas luego? Por supuesto.

Fue la última vez que firmaríamos una hoja de examen escribiendo en el apartado de "Grado" aquél que nos unió, que compartimos esos nervios pre-examen, y la euforia de haberlo terminado. Ese "uno menos" pasó a convertirse en un "ni uno más".


Fue la última clase, y ni nos dimos cuenta, tal y como pasó en el bachillerato. 

Antes era muy de escribirlo todo en el mismo cuaderno y no cambiaba hasta terminarlo, con los años la cosa ha desmejorado un poco y reparto todo entre unos 4 cuadernos, folios, hojas cuadriculadas arrancadas de libretas viejas, hojas en sucio, etc... Todo un poco desperdigado, un poco perdido, un poco yo. 

Sin embargo, no me costó trabajo encontrar el cuaderno en que escribí 2º de bachillerato. Tampoco en el que contaba con pelos y señales los primeros días en la universidad, y esa carta doblada en cuatro y guardada al fondo del todo en que aquélla niña de 17 años escribió todos sus sueños, planes, ilusiones y objetivos como si todo fuera a resultar muy fácil. 

Pero no lo fue. 

El primer paso era escribirlo, la acción fue algo más complicado. Sobretodo cuando vas adquiriendo un poco más de conocimiento sobre tí misma, sobre los demás, sobre el mundo. De pronto, aquéllo que en su día pareció tan importante ya no lo era, no podría ni decir cuándo dejó de serlo. Había olvidado que ése era uno de mis sueños, y que tú entrabas en ellos. Había sido, sin pretenderlo, sin darme cuenta, la última vez que lo soñaba. 

Me gustó comprobar que muchas cosas las había conseguido, así como otras tantas que nunca escribí forman a día de hoy parte de mis más bonitas prioridades, aquéllas que el camino fue trayendo consigo. No me fui de Erasmus a Malta, a pesar de que estaba puesto entre miles de exclamaciones; y sonrío al recordar la razón que me llevó a escribirlo. Nunca es tarde, algún día, pasearé entre las calles de Malta. Algún día... 


Nunca había soñado con Italia, mucho menos con una ciudad prácticamente desconocida y que durante unos meses he considerado hogar, que ha dejado una huella indeleble. 

Los sueños cambian, algunos llegan de improvisto, y ninguno es fácil. Nada que valga la pena lo será. Suena a topicazo, como tanto de lo que escribo, y lamento no tener en este momento otras palabras que lo expresen mejor, pero es así. ¿Hay excepciones? Posiblemente. Soy la primera que se siente un poco "pringada" a veces porque si algo se puede torcer, en mi caso tengo una probabilidad del 101% de que se tuerza. Pero, bromas aparte, nada que valga la pena te lo van a regalar. La suerte, tal vez se presente en bandeja de plata para algunos, pero para el resto de los mortales la encontraremos en el trabajo, en el esfuerzo. A fin de cuentas ya lo dice LuciaBe: "El molamiento y la pringadez confluyen en nosotros a partes iguales."

No era una de esas cartas que salen en las películas en las que dices algo así como que esperas estar viviendo la época de tu vida, al lado de Fulano, en una empresa estupendísima, cobrando mogollón, con uno de esos coches que decías que tendrías. En mi caso, recuerdo que era un Ford Fiesta que debía parecerme por entonces "lo más", no me preguntéis porqué... En realidad, aunque estaba escrito de forma epistolar era más bien un recordatorio, un manifiesto de vida, los principios sobre los que quería edificar todo, las virtudes que quería trabajar. Probablemente el primer año de universidad le eché un vistazo con bastante frecuencia, pero en cuanto terminé el cuaderno aquéllo volvió a quedar sepultado bajo un centenar de páginas escritas con mil borrones, hasta hoy.

No tardé ni dos segundos en coger otro folio en blanco para comenzar a escribir una nueva carta. Me sentía bastante satisfecha, muchas de las cosas que hoy me preocupan no estaban siquiera entre las prioridades de vida de aquélla niña de 17 años, y sinceramente, creo que debo prestarle un poco de atención ya que aún no se había intoxicado mucho con el mundo. Supongo que, con los años, las responsabilidades, etc, todo se complica. Muchas veces nos preguntamos dónde quedan los principios, los valores, en lo que hacemos. Tratamos de justificarnos diciéndonos que es la única manera. Ignoramos sueños que antojamos demasiado grandes e improbables sin atrevernos a dar el primer paso porque tenemos miedo a caer, porque tal vez no es lo que se espera de nosotros. ¿Pero qué esperamos nosotros? Tal vez lo importante no sea sólo qué quieres hacer ahora sino, sobretodo, cómo lo quieres hacer. 


Queríamos cambiar el mundo, al menos yo lo quería. Pensaba que mi estupenda nota media de Selectividad me abriría mil puertas, ahora que ya no presumo de media empiezo a preguntarme ¿qué puertas son realmente las que quiero abrir? Quería cambiar el mundo, hoy en esa hoja de papel blanco empiezo a escribir un compromiso que refuerza el que hice 6 años atrás. 


"¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que decide siempre lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración." (El hombre en busca del sentido- Viktor Frankl) 


lunes, 22 de mayo de 2017

Billete infinito

He vuelto a recorrer la senda de las historias que sin tener principio ni fin, existieron. Aquéllas que se alimentaron a base de señales cobardes a medio camino del "Sí" y el "No". Caminantes pasajeros, intermitentes, dubitativos ante el que dirán, el que será, y después de todo, qué pasará.

He vuelto a sentir aquel nudo, que sin piedad ata las cuerdas de mi garganta y presiona el corazón en un ruego de lágrimas que no se deciden a aflorar. A sonreír como una tonta, e inventar ocho capítulos al más puro estilo Jane Austen con un "comieron perdices" cerrando la historia. A correr y frenar en seco, centrar todos mis sentidos en un olvido que se resiste, mientras mi mente no da tregua y analiza cada gesto, cada palabra, cada mirada, en busca de una señal que se perderá después en el camino...


Cobardes sin retorno, a la espera de un día que no llega, que tal vez ni llegue, esperando el momento, la ocasión, la certeza que se resiste ante la ausencia del primer paso.

Y siento que se avecina la nostalgia, de lo que fue pero sobretodo, de lo que pudo haber sido. Comprando un destino a ese billete de tren infinito, decidiendo estación desde la que retomar de nuevo el trayecto tras una pausa en el camino. No vuelvas atrás si no te has decidido, ni me traigas más quizás que tantos sueños encierran. 

Tendremos que esperar, aguardar el mayor de los tropiezos que nos hará salir airosos, y descubrir que en el error está el camino; y en el primer paso, la manera de llegar. Y comprobar, reconocer después de todo, después de tanto, que la telequinesia no fue nunca nuestro fuerte; que queriendo y sin querer, nos veremos tropezar, y por encima de todo, eso no será el final.

Destaparemos viejas heridas mientras aguardamos la llegada de las palabras más bonitas, seguidas de miradas certeras y sonrisas que de pronto un día comenzaremos a sentir hogar. Intenciones que se transformarán en palabras, palabras en hechos, hechos en hábitos, rutinas del querer al que uno nunca se acostumbra. 


Y volveremos, caminando, incapaces de medir lo que en el tiempo recorrimos, sin un horizonte que nuestra vista pueda conocer de antemano. Nos paramos, sentimos la nostalgia de la emoción del primer paso, el primer tropiezo, el primer perdón...

Nostalgia de lo que fue, de pronto y sin darnos cuenta, la encontramos anclada entre aquello que sin principio ni fin, sin existir, existió.


domingo, 7 de mayo de 2017

Y que camine al andar

Me he dejado el móvil en casa, y una cola kilométrica me separa entre el funcionario que me tiene que atender y yo. A mi alrededor nadie mira al frente si no es para comprobar que su posición sigue intacta y soltar el típico bufido de "no tengo todo el día", una vez cumplimentado lo que manda "la etiqueta" vuelven sus miradas al teléfono. Whatsapps, galerías de imágenes, Facebook, Instagram... Cualquier cosa que haga la espera menos aburrida. Estoy tan ensimismada en el sueño que tengo y en mirar en derredor que tardo en reparar que la música que llevo escuchando un buen rato procede de la misma fila. 



Y ahí está usted, porque, discúlpeme si no me atrevo aún a tutearle. No me atrevo, tampoco, a adivinar su edad, sin duda jubilado, pelo canoso y tez morena, chaqueta verde a medio abotonar y unos ojos que parecen ausentes, en sus labios una armónica, que deslizan sus manos de un lado a otro de la boca con asombrosa alegría. Lo cierto es que está dos puestos por detrás de mí, lo que facilita nuestro segundo encuentro, cuando una vez finalizados mis trámites y estando sentada en la parada del autobús con la esperanza de tener una vuelta rápida y sin complicaciones le veo venir en mi dirección, caminando. 

Porque usted no anda, usted camina. Y me descubro admirando esa capacidad de abrir un camino al andar, de caminar al andar. Y pienso en tí, en mí, en las prisas que últimamente nos inundan para llegar a todo en tiempo récord, lo que no hace sino que día tras día nos digamos a modo de broma que nuestro día ha sido "mierder" por el simple hecho de no haber llegado a todo lo que nos habíamos propuesto al levantarnos. Pienso en tí, en mí, y sólo quiero que nos reflejemos en él.

Que caminemos al andar, paseando, disfrutando, en compañía o sin ella, sin analizar, tan sólo observando qué tenemos a nuestro alrededor y nos dejemos, de verdad, maravillar. Que subamos a la montaña, y palpemos en ella nuestra pequeñez, nuestra nada. Conocer el mar y emborracharnos de él. Y caminar, sin duda lo que quiero para tí y para mí, es que caminemos al andar.

Abrir la puerta de la felicidad a cada paso, vivir en plenitud ese instante en que uno se siente libre, dichoso, sereno, satisfecho e invencible. Pequeño, muy pequeño, pero protegido.


Buscar el piar de los pájaros, el rugir del viento, el suave roce de los árboles, y a los niños saltando. La comba contra el suelo, la pelota entrando en la canasta y una fuente de lo que no cesa de brotar agua. Las risas, un padre llamando con cariño a su hijo, y el silencio de la espera.

Ay la espera...

Que midamos nuestros pasos, comprendiendo que hay algunos que no deberemos dar a la ligera sino en su momento, sólo con determinadas personas. Qué importante es dar a cada paso y cada persona el valor adecuado, ¿no cree usted?

Y usted, en mi imaginación cansada y alocada, asiente con la cabeza. Ya sabía yo que en esto tenía razón...

Que sepamos, además de batirnos en duelo cada día entre los pasillos del intercambiador de Plaza Castilla para no dejarnos arrastrar entre el gentío, cambiar el chip y con cada paso que demos al andar, abramos también un camino, con esa mirada que en apariencia es dispersa pero que no pierde detalle de lo importante.

Y detenernos. Tú, yo. En lugares donde no estorbemos. Lugares donde puedas ocultarte discretamente sin afán de hacerte notar, igual que haré yo, hilando cada experiencia al tejido de mi vida, de tu vida, y en ocasiones la que será nuestra vida, enhebrando todo lo que aprendemos no sólo de lo que vivimos sino de lo que escuchamos, vemos, sentimos. 

Ojalá, en esa espera tan fastidiosa saquemos la armónica y sin darle más vueltas comencemos a tocar, ajenos a ese brillo que despierta la música en las miradas de los demás, ajenos a esas preocupaciones que salen volando de sus mentes con cada compás de la melodía, ajenos a todo, atentos tan sólo a lo importante. Ojalá, a falta de instrumento, del don de la música, de saber tocar, encontremos nuestra "armónica" con la que dar sabor a la espera para no perder ni un sólo segundo de nuestro día, que nos fue dado con la esperanza de que camináramos sobre él y no sólo anduviéramos.

Ojalá, camine al andar. 


Ojalá, camines al andar... 

Con la mente en blanco para llenarla de sueños, con la mente repleta de ideas y pensamientos que poner en orden, persiguiendo con tus zapatos el ritmo que tu vida merece, sin ralentizarlo o acelerarlo por un mero instinto pasajero, y que, al mismo tiempo, seas capaz de acompasarlo a los míos, al lado. Sencillamente lo que te pido, es que cuando camines al andar, tengas el valor de no adelantarte sólo en busca del reconocimiento, sino que te abras camino, y que lo hagas al lado, a mi lado.