sábado, 20 de octubre de 2018

Pasos de baile


Cuentan,
de una niña
que no sabía bailar.

Pintaba,
caminaba,
saltaba...
Pero no sabía bailar.

Cuentan,
de un niño,
que no sabía bailar.

Escribía,
planchaba,
dibujaba...
Pero no sabía bailar.

Cuentan que una noche,
saliendo los dos del metro,
se cruzaron en un pasillo y,
sin mirarse a los ojos
Empezaron a bailar.


Miraron al suelo,
y se movieron a la derecha.
Volvieron a mirar al suelo,
y se movieron a la izquierda.
Alzaron la vista
Muy cerca el uno del otro

Sonrió él.
Sonrió ella.
Era una noche de otoño,
de pies fríos y corazón calmo.
Y empezaron a bailar.

jueves, 23 de agosto de 2018

Cómplice del sol

Hay personas que necesitan llover, y ellas lo saben, pero no pueden. ¿Se nace ya formado en el arte de llover o se aprende? Es algo que siempre me he preguntado porque, si a llover se aprende, querría aprender...

Hay personas que necesitan llover, con sus rayos, truenos y relámpagos; otras lo que necesitan es un intenso aguacero de esos que no paran de repicar en el cristal de la ventana, constante e impertérrito ante cualquier circunstancia. Un aguacero que lo limpie todo, que cree riadas de agua por las que los niños imaginen que surcarán sus barcos de papel, un escenario bajo el que sentir bailar por dentro cuando acaricie tus hombros el preludio de la tromba de agua y todos tus sentidos se impregnen de esa fragancia fresca que trae la lluvia consigo. A veces se llueve, sin querer; pero otras, queriéndolo de veras, no se puede.



Cuando el llanto estalla es sobrecogedor. Algo se nos mueve dentro que nos impulsa a consolar al otro como si nos fuera la vida en ello, del modo que sea. Muchas veces será, sencillamente, quedándonos a su lado para que sienta nuestra cercanía. Es ese sollozo súbito lo que nos avergüenza porque, sin pretenderlo, nos libera de nuestra coraza y nos hace sentir desprotegidos.

Conozco a personas que dicen encerrarse en su habitación cada cierto tiempo con el objetivo de llorar sin parar, y eso no es necesariamente malo,  no es señal de debilidad ni de tristeza absoluta ni cualquier otro sentido dramático que todavía hay quien le da a las lágrimas. A veces, llorar es la manera que tiene uno de hacer salir aquello que se le escapa de control en su vida, que le frustra no poder solucionar, aquello que le da una rabia inmensa, no tristeza, rabia. Muchas veces se llora de tristeza también, porque tristes lo estamos todos al menos un par de veces al año como poco, ¿acaso eso es malo? ¿todavía hay quien se cree el cuento de la sociedad moderna de que la tristeza es un adversario de la felicidad? Y digo felicidad, y no el entusiasmo, el contento, el júbilo que nos traen muchos momentos. Digo felicidad, ese estado en que se encuentra la persona incluso en sus momentos más bajos.

Y, para ser feliz, se necesita llover, sin paraguas, sin impermeable, sin botas de agua. Es como si regáramos nuestra alma y le dijéramos bajito que lo está haciendo bien, que ya ha sido fuerte demasiado tiempo, que toca descansar antes de seguir con la aventura.



Descansar es necesario, y la lluvia es ese reposo pausado, la quietud de las horas, la circunstancia inusual que desordena la rutina y que cuando se marcha, barre consigo esas dificultades ordinarias que nuestra mente y el propio curso de la vida han magnificado. La lluvia no es enemiga del sol, es su cómplice inevitable y más íntimo.

Llover es necesario, pienso. Y siento detrás de mí el correteo torpe de unos niños que calzados con chanclas se apresuran a su casa para evitar empaparse con este imprevisible aguacero que alborota el atardecer. La niña, al poco de adelantarme, pierde su chancla en el camino y se detiene, mira al cielo y la veo sonreír.

- ¡Vamos!- le dice el otro niño.
- ¡Espera! Estoy cansada. Además, ya estamos mojados.- dice ella.

Y los dos, el uno junto al otro, caminan entonces bajo la lluvia con sus juegos y las risas de antes.


martes, 29 de mayo de 2018

Relato de una rosa

Naciste, no sé cuándo ni por qué. Y creces, hoy me he dado cuenta, tras esa pequeña reja que sirve para cercar los espacios verdes en las aceras. 

Sola. 

Cayeron, hace un mes diría yo, tal vez más, tal vez menos... 
He perdido la perspectiva del tiempo. Cayeron, aquellos dos árboles inmensos que guarecían de los intensos rayos del sol cada verano. Y estás sola, tanto, que pareces invisible. Tanto que no había reparado en tí hasta hoy. O será, tal vez, que has brotado de la noche a la mañana por arte de ¿magia? 



No, no tiene sentido. Sí lo tiene, sin embargo, que por la bulla que tiene cada día, y esas carreras para llegar a tiempo a todas partes, esa creencia (vana) de saberlo todo y por tanto olvidarnos de mirar. Esa jactancia de pensar que conocemos todo lo que nos rodea y de que entendemos todos los hechos de la vida... Tiene sentido, sí, que haya olvidado de mirar, y de buscar en el sitio más inesperado, aquello que lo hace especial.

Creces, pienso. Aún no estoy segura del todo de cómo has llegado hasta aquí... ¡mucho menos de si crecerás! Pero se intuye, que ese pequeño tallo, frágil aún, del que asoman espinas, dará un buen estirón en los próximos días.

Me miras. Ya, ya sé que no tienes ojos, pero de verdad que me has mirado. Casi parecías buscarme, retorciendo el "cuello", atisbando tras esa cortina de aguacero que nubla  mi vista. 

Y me paro. 

Corrijo, tú me paras. 

Consigues que olvide ese sinfín de temas de derecho que mi mente recita hasta cuando duermo y de los que me examino en unas horas, esos mil planes de estudio para tratar de llegar a todo aunque luego termine por decir como LucíaBe eso de "No me da la vida", pero se intenta. 

No sé como lo haces pero de un segundo a este momento todo se desvanece y estás tú. Con tu "cuello" retorcido, del que asoma un pequeño capullo rojo de rosa que está a medio florecer.



Y siento, como si estuviera en una fotografía en blanco y negro, o en una película clásica únicamente pigmentada por una gama de grises en la que, sin previo aviso, un intruso rojo viene a llenar de color la imagen. Color que no es sino, alegría, vida, pasión, esplendor... Belleza, solitaria.

Llueve. Llueve mucho. Y, la primavera no se ha olvidado de nosotros, hoy lo sé. Sólo hay que buscarla y aprender a mirarla. Y, supongo, aprender también al mirarla.

jueves, 12 de abril de 2018

Trazos imperfectos

Te cuento,
los segundos que faltaron aquel día, 
y los que nos sobran hoy. 
Las risas que me diste y las que yo te robé. 

Y no espero, 
mas que el afán que cada día tiene, 
y nada más. 

¿Nada?



Miento,
te he mentido desde esta primera línea que te escribo. 

No nos faltó nada, 
si acaso, 
carecíamos entonces de la perspectiva que hoy tenemos 
al ver, 
mucho de aquello, 
realizado. 

El tiempo, 
que sentí escapar entre mis dedos cada noche. 

Aquél "ahora o nunca" que parecía no querer decantarse, 
un "quizá" con el que volvernos locos.



En vano.



Te cuento, 
los días que pasaron desde entonces, 
las risas que me dieron y que diste, 
que robamos y robaron.
Y todo aquello que esperamos, 
luchamos, 
batallamos en campo abierto 
ayer, hoy.

Mañana.



Te lo escribo en unas líneas y ya me dirás, 
o no... 
No importa. 
Hace tiempo que mi mente dejó de atesorar "quizás".

Te dibujo, 
más libre, 
más sereno, 
más auténtico, 
más hombre, 
más tú. 

Apenas los trazos descubren tu rostro, 
mas, 
se percibe una mirada paciente e intelectual detrás, 
de unas lentes que portas ya hace años  
después de dejarte la vista en esos mil 
(y un)
libros que cada domingo ojeabas en la cuesta de Moyano.

Apenas, se adivina tu superficie, 
sobre ese lienzo DIN A4 en que mi mente hace el boceto, 
y sin embargo, 
no puedo imaginar mejor continente 
para ese contenido 
tan perfectamente imperfecto que derrochas. 

- ¿Y por qué no perfecto? Puestos a dibujar...




Callo y te pienso,
¿por qué no perfecto?

Por muchas razones,
pienso,
pero sólo me atrevo a decir dos en voz alta.

- Porque ni la perfección me parece bella, ni sabría cómo amarla.



PD: Primer amago de poesía en el blog. A escribir se aprende escribiendo! ;)

domingo, 18 de febrero de 2018

Memorias de un recuerdo olvidado

Cae el agua encimera abajo, un goteo que no cesa, lento, sonoro, casi rítmico, una melodía que se demora cada vez más con cada nota. Cae el agua y, en lugar de hacer como de costumbre, coger un trapo que empape ese pequeño desastre que cada día se repite mientras friego, doy un paso atrás y me detengo. Cae incesante, lleva años igual, fruto de un pequeño defecto al instalar la cocina que nunca se ha considerado necesario arreglar. Es parte de nuestro pequeño caos, esos imperfectos que dan calor al hogar, morriña cuando estás fuera, y que inevitablemente dibujan una sonrisa en el semblante cuando vuelves, después de tanto tiempo, y te das cuenta de que eran las cosas más nimias las que habías echado de menos. 


Cae el agua encimera abajo, cada vez posterga más su descanso final en el pequeño charco que ha formado en el suelo. Y yo, estoy embobada mirándolo, apoyada en la mesa y simplemente pensando que lleva años igual. Lleva 30 años dando la lata, y eso de pronto me hace feliz porque, aunque parezca mentira, ese gesto tan intrascendente me acerca a tí, evocando un nuevo recuerdo al que mi memoria no logra acceder, ni con detalles ni sin ellos, sencillamente la mente se queda en blanco y no hay nada que pueda remediarlo. Pero, es un gesto que sin duda ocurrió, al igual que hoy, hace casi 20 años ya, en esta misma cocina...


Donde tú, sin duda esbozarías aquél mohín tan tuyo que sólo los más cercanos podían percibir, cogerías un paño grueso que hiciera las veces de barrera entre esa encimera mojada y tu jersey, y te arrimarías nuevamente sobre la pila de platos mientras retomas tu canturreo, como si nada, porque "no pasa nada"

Y resultó que esa "nada", fue sumándose a otras "nadas" más a las que diste color, sencillamente, por ese hacer tan tuyo, tan distinto al de los demás, inimitable e imperceptible para muchos, enormemente valioso. Resultó que esa "nada", al pasar del tiempo, descubrí que había sido la clave de todo.  


sábado, 6 de enero de 2018

Magia

Ayer fui a buscar magia. Probablemente, igual que muchos de vosotros, salí de casa con paraguas y un buen calzado para la lluvia con la esperanza de encontrar entre ese montón de niños apiñados frente a las vallas una mirada que me devolviera la magia, y sobretodo, la fe en la magia. 

Salí de casa, y he de reconoceros que, por primera vez en mucho tiempo, vi el metro a rebosar de gente y eso me sacó una sonrisa. Parecíamos ser parte de una conspiración, cazadores de magia, buscadores, ¡qué se yo! Quizá muchos náufragos que, sin ser conscientes de ello, encontraron un nuevo rumbo. Tal vez no, tal vez me haya venido demasiado arriba y la única buscando magia fuera yo, pero apuesto a que no...


Como de costumbre, descubrí que mi calzado no era infalible a los charcos, que hay regalos del todo inesperados como esa lluvia por la que nosotros  madrileños – llevábamos semanas implorando sin importarnos que fueran tan solo un par de goticas en las que chapotear; y que esas goticas vinieron para no irse y desde ayer tarde bailan incansables sobre la acera, saltan sobre los paraguas y se deslizan por agujeros que desconocíamos tener hasta calar nuestros calcetines.

Pero, por encima de todo, y como de costumbre, descubrí que donde menos te lo esperas, con quien menos te esperas, está la magia.

Despedir el 2017 no fue fácil, ha sido un año al que gustaría de pedir una prórroga tras otra. 2018 se presentaba complicado en muchos sentidos, esforzado, bastante diferente. Empezaba a notar una mirada adulta demasiado próxima que, más que experiencia, lo que me inspiraba era temor. 


¿Temor de qué? No sé, temor. Tal vez fuera temor al conformismo, a pesar de que este año haya tomado una decisión completamente opuesta al conformismo y apostando con bastante riesgo por ser, de verdad, instrumento donde quiero para lograr un cambio. Un cambio pequeñito, probablemente minúsculo, pero que sumado a otros cambios así de minúsculos tal vez puedan ser semilla para algo un poquito más grande.

Sin embargo, el conformismo puede aparecer de muchos modos, en muchos ámbitos. ¿Mundo laboral? Sí. ¿Mundo académico? Sí. ¿Pareja? Sí. ¿Amigos? Sí. ¿Tu propia VIDA? Sin duda. 

Y, esta vez, subrayo que se trata de tu propia vida: mundo interior, mundo exterior.

Toda ella es tuya. Y te estás conformando, la malgastas, pierdes o consumes cuando te conformas con ella en lugar de quererla. Un querer nacido no sólo de la apetencia o el deseo cuando el viento sopla a favor sino que en ocasiones habrá de nacer de la voluntad, la intención, una decisión  firme de que, con lo que es, con todo y con nada, en lo bueno y en lo malo, así sin disfraces y con los pies en la tierra, la quieres. Cuando los planes salen y cuando no, con lo inesperado, con el amor que te brinda y con el dolor  porque vendrá será tuya. Así, con todo: sueños, metas, experiencias, relaciones, intenciones para con el resto, esfuerzos, arrepentimientos, actos... Decisiones.

Supongo que, después de ir a la caza y captura de la magia, anoche descubrí que, por encima de todo, magia era descubrir que en cada uno de los acontecimientos de tu vida, tienes la suerte de estar rodeado de magia. A fin de cuentas las miradas de ese montón de niños apiñados frente a la valla no eran sino una ventana a un alma; un alma inocente pero inmensa, que no teme dar ni darse, y recibe con una gratitud inefable cada palabra, cada caricia, cada gesto de cariño que recibe. Que para ver y entender la magia hay que ser un poco "tonto", ¡y ojalá nunca se nos pase esa tontería!



PD: "Tengo un amigo que suele decir que, para que una familia “funcione”, hace falta que haya en ella, por lo menos, un “tonto”. Pero, para que la familia “sea feliz”, es necesario que haya tantos “tontos”, como miembros. Lo que mi amigo entiende por “tonto”, es bastante evidente: aquel que sirve a los demás, olvidándose de sí mismo; aquel cuya felicidad consiste en hacer felices a los demás…" (extracto de Los Reyes Magos existen)