martes, 5 de julio de 2016

Turnedo (Entre líneas IV)





Tormentón de verano. El autocorrector me dice que es tormentín, vaya tontería, me digo. ¿Por qué tormentín pero no tormentón?

¿Y por qué cuestionas todo? Me dices. Tienes razón. ¿Por qué? Y no encuentro la respuesta, tan sólo la intuición de que hay preguntas que se formulan mucho antes de encontrar la respuesta por algún sabio motivo. Y de que hay respuestas, las más importantes, que antes de desvelarse exigen construcción, de abajo a arriba, sentando bien las bases, escogiendo bien los materiales y trabajando con esfuerzo el ladrillo, cementando los pilares y dando luz al interior.


Otro trueno. ¡Rayos! ¡Qué fuerte llueve! Y yo aquí te espero, aunque creía que no lo hacía compruebo que mis pies no han cedido, que no atienden a razones, que tal vez conozcan motivos que aún no me han querido contar. Y, desprovista de paraguas siento las gotas caer, una tras otra sobre mi pelo, a la espera de ver una señal clara, muy clara y directa, descarada y sin disfraz. En realidad, tanteo aquí y allá a ver si logro desatar la careta y desnudar la señal, ponerla frente a mí y estudiarla con detalle, bajo una luz de verdad, sin adornos ni pasos en falso. Groseramente manifiesta. Pros y contras, la batalla final, e inesperadamente compruebo como hay contras que desde otra perspectiva comienzan a mutar. 

Suena Turnedo y callo. Vacío mi mente y sólo escucho, queriendo detener el instante, este preciso conjunto de segundos en que la lluvia golpea sin cesar el alféizar y las notas de Iván Ferreiro van acariciando la habitación. Hay momentos en que me resulta fácil convencerme de que existe una perfecta imperfección que es lo que da sentido a todo. Éste es ese momento.


Nunca se me dio demasiado bien adivinar, en realidad ni demasiado, ni mucho, ni poco. Nunca acertaba el número que pensaba el compañero, ni los mensajes que me hacían con señas, y rara vez estaba cien por cien segura de cuando un "si" en realidad quería decir "no".  Nunca di un paso sin ver antes el camino, hasta que comprendí que hay caminos que no se ven si no das el primer paso, y que uno tras otro irán esbozando débilmente el sendero que en tu plan inicial no pudiste ver, hasta que un día mires atrás y compruebes todo el camino recorrido... y todo lo que está por llegar.

Termina la canción y deslizo mi dedo hasta lograr que la bolita vuelva al inicio y escucharla de nuevo, pero ya nada es igual. Al otro lado de la ventana sigue el incesante brinco de las gotas en los charcos que no han tardado en formarse en la acera, e Iván vuelve a dejar que su voz se desgarre en cada verso, pero ya nada es igual. Hay cosas que no se deben forzar.

Tormentín... Definitivamente el autocorrector no tiene ni idea. Y me apresuro a cerrar la ventana que habiendo dejado entreabierta se ha abierto de par en par hasta desparramar todos los papeles que hay encima de la mesa. ¿Qué hacen aquí todos estos papeles? ¿Qué hacen tus pies aún en la espera? ¿Y tus manos sin trabajar? ¿Y esa pared a medio hacer? Y aún pretendes que aprenda a hablarte con gestos si hay momentos que no entiendo ni mi letra, ni mis gestos, ni mucho menos mis pensamientos. No era un tormentín, ni mucho menos. Era un tormentón de verano, de esos que llegan como agua de mayo, que iluminan tus ojos a medida que se escucha llegar, y que al derramarse en miles de gotas libera una extraña sensación de paz. Porque después de la tormenta, dure lo que dure, siempre sale el sol.

Y ahí están, sé que han temblado al dar el primer paso, y el segundo, y el tercero. Que aún no está claro el camino, que van esperando el momento para dejar la siguiente huella, bien marcada y sin disfraces, eso está claro. Que no atienden a señales más que a alguna de tráfico y sólo si es muy evidente. Que aguantarán la lluvia, la nieve, el viento, y el calor, y esperarán con cada verano la llegada del tormentón.


Ya se calla, tan sólo se escucha un tenue viento, y al abrir de nuevo la ventana me dejo embriagar por el olor a lluvia que ha impregnado toda la calle. Se calla y callo yo. Es otro instante, otro segundo en que mis cinco sentidos se ponen de acuerdo: hay tormentas bellas, a pesar de todo, hay tormentas muy bellas.