sábado, 9 de julio de 2022

Nostalgia anticipada

Últimamente, las fachadas de Madrid me atrapan. No me acostumbro a esa sensación de caminar cada día por las mismas calles y descubrirlas nuevas ante mí, con la mirada de quien recorre esta ciudad por primera vez. 



Mi etapa en Turín fue un adiestramiento en la búsqueda continua de la belleza, aquélla que vive en el día a día, camuflada. Aprendí a escoger siempre aquel camino más bonito, a disfrutar a cada paso, empapándome de todo, y a no escatimar en investigar nuevos recorridos que, aunque me demoren 10 minutos de mi destino, desempolven mi mirada.


Tengo la firme convicción de que todo aquello que aprendemos de niños, cala de tal forma en nosotros que antes o después sale a la luz: el sentido del asombro, el descubrimiento de la belleza, la curiosidad desmedida, la búsqueda de la trascendencia...

Pasan los años y, quizá, vayamos cubriendo el alma de capas, olvidando lo que fuimos, somos y seremos, hasta que un día algo nos despierta y esos compartimentos del alma que parecían cerrados a cal y canto comienzan a desbloquearse.


Es ahora cuando empiezo a reconocer el valor de tantos paseos dados de niña, a veces silenciosos, necesarios para acallar tanto ruido interno; otras llenos de conversaciones, banales o no, pero siempre importantes porque me animaban a salir de mí misma y mirar al otro, mirar en derredor, admirar todo aquello que no merezco y me ha sido dado. Creo que empiezo a entender de qué manera esos poemas leídos en voz alta, esos relatos que me mostraban la cotidianeidad con su infinidad de matices, y esas melodías antiguas de fondo, han influido en mi manera de entender el mundo. 


He sido consciente de ello cuando, descubriéndome en la oscuridad más profunda, mi alma ha sabido que su refugio, el último bastión, quizá el último modo de volver a casa, era la belleza.



Últimamente, las fachadas de Madrid me atrapan, y no puedo evitar pararme a cada paso y disparar la cámara de mi móvil con la esperanza de retener para siempre la imagen que tengo delante de mí. Y, aunque el talento no me acompaña, estas fotos "defectuosas" me sirven de boceto para dibujar mis recuerdos.


- Cada vez que veo que has subido otra foto de una fachada me da una pena... Me recuerda que te vas.- me dijo el otro día una amiga.


Y es cierto. Siento, quizá, nostalgia anticipada.

Cada día paso por las mismas calles, cada día esas calles son nuevas para mí.

Estas fachadas rompiendo el cielo, este laberinto cromático que intuyo en el horizonte al asomarme por una esquina, los jardines verticales, los contrastes... Siempre y nunca los había visto.



Mi vida madrileña tiene un límite, un "deadline", un "hasta pronto", y saberlo con anterioridad es, quizá, el mayor regalo que podría haber recibido.


Nunca antes había paseado con una intensidad tal por Madrid. Nunca antes mi mirada se había provisto de tanta belleza.