martes, 9 de diciembre de 2014

Este cuento, va por tí.

Venía caminando bajo el alumbrado navideño que ya adorna las calles de Madrid. Perdida entre el gentío, sin saber muy bien dónde estaba ni hacia dónde iba. Perdida. Esa era la palabra.
 
 
 
 
Perdida en esos contratiempos que últimamente parecen hacer cola en mi vida. Perdida en el sinfín de hipotéticos horarios para llegar a todo (si los días tuvieran 49 horas, claro). Perdida en los sueños, en las esperanzas que había puesto en el 2014, en cuáles fructificaron y cuántas de ellas no.
Perdida en las que no, en los "quizás" a los que me aferro, en tu "quizás". Ése que se resiste a morir.

No iba disfrutando de este desconcierto, de las prisas que tropiezan con el paso tranquilo de otros transeúntes. De los Reyes Magos y los Papa Noel, de las decenas de belenes que adornan los escaparates, y el repiqueteo constante de una pandereta que ya no sé si suena o si la escucho por inercia.
 
No lo disfrutaba. Porque lo cierto es, que ni lo percibía.
 
Madrid no era más que un escenario por el que pasear, aire frío para congelar los problemas, ruido para no escucharme, para tratar de olvidar lo obvio: Esto ya se termina.
 
Y que no, que no era así como debía terminar. Ambos lo sabíamos, siempre lo supimos. 
 
 
Pero aquí estábamos. Dónde estabas tú, era una incógnita. Dónde estaba yo, también lo era. Porque cuando me llamó Blanca para saber donde estaba miré sorprendida la esquina que tenía frente a mí, y fui consciente de que no tenía ni la más remota idea. Había caminado, hasta donde mis pasos quisieron llevarme, hasta aquella esquina sin nombre, de esa calle infinita, anónima.
 
Ahí nadie podría encontrarme, ni siquiera mis pensamientos. Me despedí de ella no sin antes prometerle que llegaría a tiempo al plan. Y me senté en el escalón medio roto de aquella casa-puerta. Tal vez, quizá, fuera la primera casa-puerta que hubiera visto jamás en Madrid. Y fantaseé con la idea de vivir en aquel barrio alejado del bullicio, con el encanto de antaño. Puede que las casas no se encontraran en perfecto estado, pero así como eran, distintas, en aquel instante me parecieron preciosas.

Y pensé en TÍ, pensé en ellos, pensé en él, y sólo fui capaz de decirte "gracias".

Este cuento, va por TÍ.
 
 

Este cuento lo empezó un llanto. No fue el mío sino el tuyo. No fue triste. TÚ lo sabes bien. Fue un llanto de luz, de vida, y de esperanza.
 
Y es que no todas las lágrimas han de ser amargas, ¿verdad?
 
La idea de sentarme en aquel pequeño escalón no me pareció tan buena después de 10 minutos. La piedra estaba fría, y la esquina estaba a merced de los vientos de diciembre. Frío. Mucho frío.
 
Reanudé mis pasos. Me aventuré en las calles vecinas, sin saber muy bien cómo volver o cómo salir de allí. Busqué indicios de autobuses, metro... Aquello parecía un pueblo incomunicado dentro de la gran ciudad. Un pueblo para perderse, y para encontrarse.
 
El 25 estaba al caer, las semanas habían pasado rápidas, un diciembre llegado antes de tiempo. Así es como yo lo sentía.
 
Como el que da el último sorbo, y después, mira compungido esa gota que se ha quedado al fondo de la copa.

Como la última hoja del árbol, inamovible a pesar de la nieve que ha cubierto ya todas las ramas, que se niega a caer, a cerrar este otoño. A morir.
 
Y no me atrevía a soltarlo. Sólo por si, tal vez, y si... Quizás.
 
 
 

Ese "quizás" cargado de sueños, ilusiones. Ese "quizás" que dejó a medio escribir el futuro más perfectamente imperfecto que se escribió jamás.
 
Este cuento lo empezó un llanto, un llanto como no hubo otro en el mundo, en otro pueblo perdido del mundo, alejado del lujo y la opulencia. Este cuento lo empezaste, y ya hace tiempo. Pero aquí seguimos, dando gracias, siempre gracias, porque de no ser por tu llanto, de no ser por su arrullo, ni él ni yo, ni mis amigos ni familia, estaríamos aquí.
 
¿Te he dicho ya gracias? Gracias.
 
 
 
Escondí mis manos en los más profundo de los bolsillos del abrigo y mi mente voló a aquel mes de enero en que sus pasos y los míos se cruzaron por primera vez, en que llegó a mi esa idea, y despedí a aquella amiga. Mi mente voló a febrero, marzo, y mayo. ¿Dónde quedó abril? ¿Y junio? ¿julio? No me robaste uno sino tres meses, o tal vez te los entregué en bandeja y no quisiste tomarlos.
 
Lo cierto es que los perdí. Lo cierto es que podía recordar cada una de tus palabras, repetir cada uno de tus gestos, y olvidar tantos otros en que desapareciste, en que los "quizás" empezaron a aflorar con más fuerza, sin saber muy bien hacia que lado decantarse. Lo cierto es que las caídas habían durado más de lo normal, y había perdido facultades para levantarme. Lo cierto es que mi optimismo se había visto magullado, y había dejado de creer que aquello por lo que un día luché sería posible.
 
 
Y es que siempre hay dos caminos: quizás si, quizás no.
 
 
Los "quizás si" nunca fueron fáciles, suponía comenzar a asumir el riesgo del "si", de tomar un decisión, una elección que de una manera o de otra me cambiaría.
 
Aquel día cogí fuerzas de no sé dónde. Literalmente, sigo sin saber donde fui a parar. Un lugar que TÚ creaste como creaste Madrid o Andalucía. Aquel día rebobiné hasta recordar todos los momentos buenos, todos los consejos que me dieron, todo lo que la vida me enseñó, todo lo que me caí y me levanté. Recordé todas las sonrisas que recibí, y todo lo que me han dado sin siquiera haberlo pedido. Todas las sorpresas que me he llevado, todo lo malo que ha desembocado en algo bueno. Todo, por TÍ...
 
Los "quizás no" ya no eran una opción. Hoy era un nuevo "sí", sin importar el tiempo que tardara en realizarse, sin importar el cómo ni el dónde, sin importar las caídas que, probablemente, volvería a tener.
 
Quizás. Maravilloso quizás, sin él no tendríamos metas, ni tan siquiera nuestros sueños más descabellados.
 
Este cuento iba por TÍ, ¿recuerdas? Iba por ti porque aunque no sepa dónde fui a parar sé bien quién llevó mis pasos, como los llevas siempre. Este cuento va por TÍ, porque se acerca tu cumpleaños, porque el verdadero significado de estos días, de las luces y los villancicos, del turrón y las panderetas, es celebrarte a TÍ. Y algo tan grande no se olvida, por muchos miles de años más que pasen.