martes, 22 de marzo de 2016

Buscando el sur

Todo comenzó hace un par de días cuando al salir del tren escuché unas voz rota y unos acordes desgarrados justo a la salida del andén, era imposible pararse por el escaso espacio libre entre el gentío que o bien iba subiendo las escaleras hacia la superficie o bien las bajaba para entrar en el andén, y un hormigueo me invadió al pensar que faltaba cada vez menos para coger carretera y perderme entre las calles de una ciudad del Sur viviendo la Semana Santa con su intensidad característica. Me vinieron un par de frases a la mente que apunté en Evernote mientras subía distraída la escalera mecánica.

Pensé en escribir sobre esto y ya van por lo menos cuatro post fallidos, éste me he propuesto que aunque no me guste un pelo os lo voy a dejar leer. Y es que aún no sé de qué manera enlazar mis recuerdos, ni sé cómo describiros esa sensación de pelos de punta, de admiración, de belleza no sólo del paso o de la orquesta que acompaña sino del "todo" que llegan a conformar. 



Podría escribir toda una oda a la Semana Santa, y exaltarme en su defensa, y decir esto y aquello y lo ignorantes (que no "ignorantas", dejémonos de tonterías per favore!!) que pueden ser algunos cuando hablan de quitarla. Hoy he leído otra declaración política acerca de la Semana Santa y en fin... ¡En fin! Si yo fuera la madre del político en cuestión ya mismo le estaba lavando la boca con detergente por decir tanta tontería. 

Podría intentar que estas líneas llevaran a tu casa, al metro, la calle, o desde donde sea que me estés leyendo el olor a incienso, la sensación de las calles a rebosar de gente buscando el mejor sitio desde el que ver las procesiones pasar, la emoción al ver la levantá del paso (siempre fue de mis partes favoritas...)  y transmitirte esa inquietud cuando empiezas a escuchar una saeta a lo lejos y el murmullo de gente no te deja escuchar. Yo aún recuerdo cuando escuche mi primera saeta...

- ¡Es ahí! Mira, ¿lo ves? Ahí, ahí, ese señor en el balcón.

Y la gente calla. El murmullo poco a poco se va apagando, a veces tarda, eso es verdad. El silencio poco a poco va reinando en la calle y en las más cercanas, todo el mundo quiere escuchar. Y el paso sigue meciéndose lentamente, acompasando su ritmo a la melodía del señor, sin llegar a avanzar jamás de su sitio; o a veces justo pilla en los instantes previos a la levantá que se acaba retrasando, y pétalos de flores caen de los balcones mientras la saeta sigue sonando, la voz desgarrada se calla y el pueblo aplaude entusiasmado. Suele erizar la piel. El paso continua su itinerario entre la ovación de la gente, y mientras vas viendo como se pierde en la esquina  y el manto de la Virgen ya te da la espalda lo vas siguiendo con la mirada, hablándole tal vez, rezando, a veces tan sólo mirando, agradeciendo, suplicando, perdiéndote en la belleza del instante.



Podría hablaros de la admiración que me despiertan los costaleros, así como los penitentes, especialmente aquéllos que deciden de verdad que ése camino en que acompañan el paso sea una penitencia, y se desprenden de todo alimento o comodidad física que les pida el cuerpo, descalzos y en silencio, siempre me han llamado profundamente la atención, siempre me han conmovido sus pies medio negros atravesando las tortuosas aceras de piedra y he procurado retirar con el pie colillas sueltas que iba encontrando a mi paso no fuera a ser que en algún momento uno de ellos las pisara.

Podría, como ya digo, seguir hablando de estos días, en que los niños salen ilusionados con sus bolas de papel de aluminio dispuestos a cubrirlas de la cera de los penitentes, ¡a ver cuál es más grande el domingo de Pascua!, y madres estresadas dando los últimos retoques o tratando de quitar de una vez esa mancha del capirote que todo el mundo va a ver.

Podría hablaros de la sombras que se trazan en las plazas cuando un paso se va aproximando en la noche, cuando parece que no hay nada en el mundo salvo ese instante, esa noche en que se apagan por unas horas las farolas para apreciarlo mejor. Y escuchas la orquesta llegar, y de pronto una sombra se va asomando, cada vez un poco más, hasta que el paso dobla la esquina y se hace visible.


Podría seguir escribiendo líneas y no llegar a decir nada, pues siento que no bastan las palabras para expresaros fielmente qué belleza tan delicada y sublime se oculta bajo esta tradición cristiana, que hay cosas que hay que vivirlas y ésta es una de ellas. Y sí, vale, admito que algunos lleguéis a pensar que me he venido arriba escribiendo estas líneas, que no es para tanto, pero sí, sí que lo es. 


Es el silencio más elocuente, la oscuridad que más ilumina, el amor que duele, así que debe ser buena señal. 

Es el cuidado extremo de los pequeños detalles, el cariño que acompaña a un gesto de apariencia insignificante, la elegancia más sencilla y el recogimiento más sensible. Es la fe en las calles, el silencio más revelador, para otros esto se escapa pero no deja de ser una tradición devota y sincera: el punto en que dejamos de confiar sólo en nosotros mismos y admitimos que detrás de todo debe haber algo más. Es Cruz y son espinas, penitentes descalzos que cruzan las calles con el afán de acompañar en el dolor, porque el dolor compartido pesa menos, yo lo sé, como sé que la alegría compartida se multiplica por dos.



Y busco el lugar donde poner el punto y aparte a esta frase para poder leerla y entender su sentido. Empezar un nuevo renglón, tomar aire y tirarme de cabeza a aquello que tanto ilusiona como asusta.

Termino este post un día siguiente de cuando lo comencé, a escasas horas de dirigirme a la estación, mientras los helicópteros sobrevuelan el área cercana a las Cuatro Torres imagino que en un refuerzo de seguridad. Pienso en esas estaciones de penitencia que están teniendo lugar en toda España y son ofrecidas por Bélgica, sé que no sólo en el Sur aunque sean a las que yo guarde un cariño especial. Y pienso en ayer, tan distinto a hoy, sobretodo para aquéllas personas que tienen algún fallecido o alguna víctima de los terribles atentados de Bruselas. Creo que debe hacer falta una fuerza especial para sobrevivir a ese dolor.

Las preocupaciones se relativizan y vuelven al lugar del que nunca debieron salir, porque nada era tan importante, porque es curioso como la muerte te pone tan rápido frente a a frente con lo importante y te hace olvidar esas montañas de arena que tú mismo has creado. Porque tenemos el hoy, éso es lo único seguro que tenemos, y no me parece una mala idea pasarlo en el sur, buscando el sur...