- ¡Hala! ¿Es un teléfono para hablar con todo el mundo y todos los planetas?
Los ojos le brillan de emoción. El señor saca de un extremo
del móvil, con lentitud y parsimonia, una antena. Un teléfono móvil de los de
antes, señores, sin pantalla táctil,
música, Internet o fotos. Un teléfono que, lejos de destacar por su apariencia,
mantiene la misma esencia que llevó a inventarlos, acercar las comunicaciones.
Papá
y mamá sonríen. Y el señor, guiñándole un ojo, asiente con la cabeza y camina
hacia la cocina para hablar. Evidentemente no con otros planetas, pero eso el
niño no lo sabe.
Él soñará por la noche con tener un teléfono así. Imaginará
historias de marcianitos hablando por teléfono con él. Sólo el niño sabe si
esos marcianos serán nuestros amigos o enemigos, porque sólo él conoce la
historia.
Al día siguiente, en el colegio, pintará en un folio una línea
horizontal que divida la página en dos: la tierra y otro planeta. Y se esmerará
en pintar con el mayor acierto posible ese aparatejo negro con antena con el
que aquel señor puede hablar por teléfono con otros planetas, ¿quién sabe si
con otros mundo también?
Anochece, el calor le impide conciliar el sueño, y se
desliza bajo la cama para jugar con el mayor sigilo y así evitar el enfado de
mamá. Las piezas de lego se vuelven inútiles, ¿qué sentido tienen si no puede
hablar con extraterrestres?