martes, 28 de abril de 2015

La vida no espera a nadie

No sabes cómo ni por qué, ni siquiera cuándo empezó, pero de un segundo a otro te encuentras dentro. No puedes parar, no puedes volver atrás, sólo seguir. Seguir adelante, como la rueda cuesta abajo que no cesa de girar, de rodar. Sigue, sigue hacia adelante, cuesta abajo y sin frenos, comiéndote bordillos, pisando todos los charcos, dándote contra las esquinas, tambaleándote, para finalmente caer.
 
Y entonces ocurre, dos manos te cogen, y vuelven a ponerte en pie. Hala, ¡a rodar! Y a rodar, a seguir. Sin prisa, sin pausa. Que la vida son dos días, y nos lo han dicho tropecientas mil veces. Que ames y seas feliz. Que no te pares a mirar, si no es para disfrutar. Que la vida... -y dale con la frase motivante- son dos días!!!!
 
Que gires, y gires, no sé cómo decírtelo, que no esperes más. La vida no espera a nadie, ¿no lo sabías aún? No eres un mero espectador, ¡no actúes como tal! ¡Implícate! Que no entiendo cómo ni cuándo, no busco explicaciones, no las doy ni te las pido. Pero gracias, ¡¡gracias!! A tus dos manos por volver a ponerme a pie de calle, dispuesta a girar hasta el próximo bache. Porque no puedo girar sola, y tú tampoco "listillo", todos necesitamos de ese impulso inicial, y constante. Todos necesitamos a alguien que no se rinda con nosotros, que no pierda la fe, que crea.
 
 
Y girando como giro, en una de esas semanas espantosas en las que la cafeína está inyectada en vena, me pregunto porqué narices no me voy a dormir si hace al menos semana y media que no logro enganchar 5 horas de sueño al día, me pregunto porqué no dejo de teclear a un ritmo vertiginoso sin apenas pensar que digo o hago si mañana tengo un examen verdaderamente complicado y debería seguir estudiando. Y no tengo respuesta. No busco explicación ni motivos, ahora estudiaré, después dormiré. Elemental, querido Watson, pero ahora toca escribir. Ahora toca disfrutar de estos pequeños instantes de paz cuando todos duermen, cuando las mil fórmulas matemáticas no aletean por mi mente embotándomela hasta no poder más, cuando el silencio me embriaga, el viento afloja, y recuerdo las cosas bonitas del día y las que de un modo u otro me han tocado. Hoy quería compartir una de esas cosas por aquí.
 
Debían ser cerca de las 12 de la mañana, no sé exactamente en qué zona de Madrid habrá sido, iba conduciendo con muchísima tranquilidad, tráfico ligero, y en la radio sonaba una de esas canciones que sé que he oído antes, que es del año catapúm chimpúm, y que de una manera u otra me trae buenos recuerdos. Recuerdos que no recuerdo, irónico pero cierto. Me trae un instante de felicidad, y pienso, que la vida es verdaderamente hermosa. En mis clases de conducir suelo pensar todo menos eso, pero hoy se ha obrado el milagro y he logrado disfrutar desde el minuto 1 hasta el último.
 
Mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde miraba a mi alrededor, tenía curiosidad pues hacía rato que había observado acercarse por la acera del lado derecho dos hombres harapientos con carros de la compra llenos de todo tipo de cosas con las que imagino que esperarán obtener algún dinero. En la esquina, una mujer sentada pide a todo aquel que se le acerca. Pienso mucho en ellos, pienso a menudo en si el dinero que obtienen de la limosna realmente es para ellos o si tienen la desgracia de estar en una especia de mafia. Se ha descubierto todo un mundo de negocios sucios y situaciones injustas en torno a ellos. Es una vergüenza, es algo intolerable, pero sobre todo triste. 
 
- Mira, yo lo que hago es darles comida. Al menos eso sé que es para ellos.
 
Este consejo me lo dieron hace años, muchos años antes de que viviéramos esta invasión de pobreza en nuestras calles. Se les da comida, y lo que a mí más me impresiona es que se les da trabajo. No sé si lo habréis notado, yo he tenido la suerte de vivirlo en mi barrio. Veo como estas personas que vinieron a España con la esperanza de una vida mejor se dedican a primera hora de la mañana a ayudar a colocar las mesas  y sillas en las terrazas de los bares, a barrer, a limpiar las superficies, y algunos incluso a servir. Por supuesto, ese trabajo tiene su recompensa. Es algo bonito, algo que demuestra que el ser humano no es solo el que vive por y para sí mismo como aquellos que controlan las mafias, sino que el ser humano es también (y sobretodo) el que piensa en los demás.
 
No me quiero ir mucho más por las ramas, empiezo a tener cargo de conciencia así que voy a volver a mi mesa de estudio en dos minutos, pero quería contaros que hoy me ha tocado una sonrisa.
 
No ha sido la misma que me tocó la semana pasada, ésa simplemente se deslizó ,así como su mirada verde, sus modos, y sus palabras... Pero esa no es la historia que os quería contar. La sonrisa de hoy no se ha deslizado ni rozado, me ha sacudido. Sí, buen hombre, cuando te has sentado junto a la mujer que pedía en la esquina y le has ofrecido de algo que parecía ser una bolsa de algún snack.  Cuando tu gesto amable, tu mirada tierna, y tu brazo ha rodeado su espalda. Cuando tu verdadera sonrisa ha aflorado, he sentido una sacudida. Y es que tus dientes no debían ser ni blancos ni perfectos, pero tú echabas por tierra todos los anuncios de los dentistas sobre la belleza de la sonrisa. Hace tiempo que lo descubrí, las sonrisas vienen de dentro, la luz que desprenden no es por el Colgate max White o el que sea. No somos materia, somos mucho más, muchísimo más. Pero esto da para otro post, y otro, y otro. Y ya es tarde, y sé que si sigo escribiendo no pararé hasta dentro de una hora. Y no es plan, hoy no es plan... Pero quiero dejaros con esta frase de Viktor Frankl de El hombre en busca del sentido. Es un libro especial, escrito por un hombre aún más especial, que os recomiendo leer si tenéis la oportunidad.

"¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración."