martes, 21 de abril de 2015

No existe, no hay botón.

Se acurruca en el último asiento del autobús y deja caer su cabeza hasta apoyarla contra el cristal. Fuera, un fuerte viento agita impasible los árboles, y los almendros desvisten sus ramas hasta formar auténticos torbellinos de algo que parece confeti. Ella duda sobre la "belleza" de aquello. Podría ser el espectáculo más hermoso y al mismo tiempo el más violento. Apesadumbrada, recuerda la espantosa mañana, y no puede evitar que cada una de las imágenes se suceda en su cabeza como si fuera una escena a cámara lenta. Se recrea un poco en todo aquello, es verdad, pues todos a veces hemos caído en el error de auto-compadecernos a la espera de que el violinista de turno acompasara su violín a nuestra melancolía.
 
Pero rara vez pasa, muy rara vez.
 
El autobús parece ir perdiendo velocidad, y observa horrorizada como a apenas diez metros hay una parada en la que unas 14 personas hacen cola para entrar. Coloca su bolso en el asiento de al lado, y fulmina con la mirada a cada uno de los que entra implorando al Cielo que alguno de ellos pille la indirecta y no se siente junto a ella. "Hoy no, por favor." Pero "hoy sí" parece pensar la señora que va avanzando por el pasillo, y con una dulce voz le ruega que retire el bolso del asiento y se acomoda junto a ella.
 
 
"Estupendo, esto es genial, ya ni siquiera podré estar a solas con mis pensamientos, ahora deberé moderarme para que nadie me mire como un bicho raro." Y, al tiempo que está pensando esto, la señora le comenta con voz amable:
 
- Qué ventisca, ¿verdad? Aunque esto no es ná de ná. En mi pueblo, cuando el viento arrecia, no hay quien salga.
- ¡Vaya! ¡Qué fastidio!-contesta ella educada tratando de empatizar con la señora.
 
Otra vez, otra vez esa odiosa palabra, desde que la escuchó por primera vez no se la saca de la cabeza. La siente como una maldición, como "su maldición". Y es que, lo que aún no sabe, es que no es sólo suya. Y que en absoluto se trata de una maldición.
 
- ¡Quiá! Luego sobreviene la calma, y se valora más el poder salir a la calle. Además, después todo es más claro, más limpio... ¿no crees?
 
Ella no sabe qué creer. Lo único que sabe es que no le apetece estar de cháchara con una señora con ganas de contar los dimes y diretes del pueblo que la vio crecer. Asiente educada con la cabeza, y en cuanto ella desvía la mirada se coloca los auriculares a fin de que no vuelvan a molestarla.
 
 
No puede evitarlo, y sigue dando vueltas a todo lo acontecido aquella mañana. ¡Si al menos no sintiera con tanta intensidad todo...! ¡Si al menos no esperara tanto de los demás! Si al menos, dejará a un lado su corazón por una vez y dejará de ver a las personas en toda su esencia y se quedará en lo superfluo. Así parecía más fácil, amistades interesadas con sus tira y afloja, relaciones de usar y tirar, compañerismo vacío y egoísta. ¿Amistad? ¿Compañerismo? Para ella eso no sería posible, habría que crear una nueva palabra para ese tipo de interacciones entre las personas. Y, aún así, se propone dejar de sentir, de involucrarse, de amar, y de empatizar.
 
Si algo les duele, ¡que les duela! Si necesitan ayuda, ¡que se las apañen! La cultura del individualismo es algo que no fue creado para alguien como ella, pero piensa que no debe ser tan difícil, y se propone apagar ese botón, aquél que le hace sentir.
 
 
Un par de lágrimas se deslizan por sus mejillas, y se encoge un poco más en su asiento con la esperanza de desaparecer. ¡¡Llorar en un autobús!! Se siente estúpida, la reina boba del País de los bobos, la niña pequeña que aun no ha dejado de ser, que se resiste a abandonarla aunque ya es casi casi una universitaria. Y llora, llora en silencio tratando de ocultar su rostro tras el pelo, no vaya a ser que la señora se dé cuenta. Definitivamente, hay que apagar el botón.
 
La señora deja caer en el asiento un paquete de klínex al descender de su sitio, y observa como la mira sonriente tras el cristal despidiéndosele con una bonita mirada. "El mundo está lleno de personas maravillosas capaces de ponerse en el lugar del otro" piensa ella.
 
Capaces tal vez de...¿empatizar? ¿Es esa la palabra que buscas? Me dan ganas de sentarme ahora a su lado en el autobús, decirle que no se preocupe, que todo saldrá bien. Porque, aunque apenas le debo sacar 5 años de edad, mi experiencia me dice que al final, todo saldrá bien. Sigo enganchada a esta historia, me encuentro embobada observando la vida de otra persona. A veces pasa, igual que cuando escuchas sin querer una conversación de otro y opinas por dentro. Pues hoy me ha pasado, y a veces es bueno, a veces despistarse y perder la parada, te brinda historias como ésta.
 
Me pregunto qué pasará por su mente mientras llora, qué canción estará sonando en sus auriculares, y cuándo descubrirá que sentir no es malo. Sólo hay que saber dominar esa sensibilidad. Es un reto, probablemente le lleve toda la vida. Pero, algún día, ella será como esa señora que le regaló paz con su mirada, y se dará cuenta de que esa sensibilidad suya, bien puede ser su mayor tesoro.


 
"Bañada en salitre
flota en la memoria de los días grises
fumo en la ventana
veo tu silueta sobre el arrecife
Algunas flores crecen en las dunas
sube la marea y se hacen invisibles
algunas duermen a la luz de la luna
persiguiendo sueños imposibles."